Hay gente que me pide que siga escribiendo. Se quejan de mi inconstancia. Pasividad a la hora de buscar unos segundos que robarle al día, para sentarme y, cigarro en mano, empezar a escribir lo que el corazón me susurra al oido. Pero es que me cuesta. Remoloneo ante las teclas que, caprichosas, se deslizan entre mis dedos para no acabar siendo pulsadas por una determinación que ya no tengo.
Este blog nació del dolor y con dolor. Hubo una época en que ese dolor estuvo a punto de destruirme. Porque hay épocas malas. Épocas de crisis. Así que cuando mi mente empezó a resquebrajarse, creé este lugar con los últimos atisbos de cordura que conseguí aferrar. Mi vida y sus alrededores quedaron plasmados en unas hojas electrónicas. Hojas en blanco, habitaciones vacías. Allí empecé a depositar poco a poco ese dolor que no me dejaba respirar, ni dormir, ni vivir. Escribí sobre las cosas bonitas que me rodeaban. Sobre los amigos que me ayudaban. Sobre recuerdos que me alimentaban. Y sobre todo, escribí sobre el dolor. Sobre su origen, sobre sus consecuencias, sobre cómo había influido en mi vida, sobre cómo me devoraba cada día el alma. Escribí para mí, para él, para todos los que quisieran saber. Desnudé el alma a cambio de un lugar para dejar la pesada carga. Cuanto más muestras al exterior, menos te queda en el interior. Y así, poco a poco, el dolor fue extendiéndose por los párrafos que escribía. Y cuanto más escribía, más se debilitaba. Y vaya si escribí. Hasta que un día ya no quedó nada de él en mi. Tan sólo los recuerdos, que son imborrables.
A veces pienso en esa época de desorientación. De pérdida. Cuando te destruyen, te tienes que volver a construir. Yo lo hice a golpe de palabra. Racionalizando sensaciones, sentimientos y emociones que no querían ser racionalizados. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero yo no me siento más fuerte. No me siento mejor. Pero tampoco peor. Tan sólo me siento diferente. Otra yo. Porque a veces hay dolores tan intensos que matan una parte de ti. El dolor es como un tatuaje. Una vez lo sientes ya no puedes desprenderte de él. Modifica las creencias, los aprendizajes, los valores, la lista de importancia en la que organizabas tus afectos. Aprendes a vivir de otro modo. No mejor ni peor. Simplemente de otro modo. Cuando un camino está cerrado, has de buscar la continuación por otro lado. Tan sólo es eso. Otro camino. Otro modo. Otra piel.
Como el dolor se fue, en cierto modo escribir aquí ya no tiene sentido. Pero me niego a desprenderme de este vínculo para hablar, aunque sea metafóricamente, de lo que pienso, de lo que siento, de situaciones que llaman mi atención... Lo que motivó el nacimiento de esta especie de diario del alma ya no forma parte activa de mi vida. Pero en absoluto ha desaparecido. Estará siempre como una fea señal. Dolerá los días de lluvia. Se hará patente tras un gesto o una mirada casual. Se moverá suavemente cuando baje la guardia. Así que ¿por qué no seguir escribiendo? Más vale estar en guardia. Si el dolor vuelve, estas líneas estarán para atraparlo. Atrapasueños para almas intranquilas. Un catalizador para los oscuros pensamientos. Escribir me sienta bien. Hace que saque a la luz la oscuridad que se cuela dentro. Me hace coger perspectiva sobre mi misma en un momento determinado. En las palabras, percibo atisbos de mi carácter, de mi estado de ánimo, del dolor que evocaba... Asi que, tal vez escriba menos, porque soy feliz, pero seguiré escribiendo.
Si la luna ya no guía a mis musas, que lo haga el sol!