sábado, 27 de diciembre de 2008

DESPUES DE...


Hay gente que me pide que siga escribiendo. Se quejan de mi inconstancia. Pasividad a la hora de buscar unos segundos que robarle al día, para sentarme y, cigarro en mano, empezar a escribir lo que el corazón me susurra al oido. Pero es que me cuesta. Remoloneo ante las teclas que, caprichosas, se deslizan entre mis dedos para no acabar siendo pulsadas por una determinación que ya no tengo.

Este blog nació del dolor y con dolor. Hubo una época en que ese dolor estuvo a punto de destruirme. Porque hay épocas malas. Épocas de crisis. Así que cuando mi mente empezó a resquebrajarse, creé este lugar con los últimos atisbos de cordura que conseguí aferrar. Mi vida y sus alrededores quedaron plasmados en unas hojas electrónicas. Hojas en blanco, habitaciones vacías. Allí empecé a depositar poco a poco ese dolor que no me dejaba respirar, ni dormir, ni vivir. Escribí sobre las cosas bonitas que me rodeaban. Sobre los amigos que me ayudaban. Sobre recuerdos que me alimentaban. Y sobre todo, escribí sobre el dolor. Sobre su origen, sobre sus consecuencias, sobre cómo había influido en mi vida, sobre cómo me devoraba cada día el alma. Escribí para mí, para él, para todos los que quisieran saber. Desnudé el alma a cambio de un lugar para dejar la pesada carga. Cuanto más muestras al exterior, menos te queda en el interior. Y así, poco a poco, el dolor fue extendiéndose por los párrafos que escribía. Y cuanto más escribía, más se debilitaba. Y vaya si escribí. Hasta que un día ya no quedó nada de él en mi. Tan sólo los recuerdos, que son imborrables.

A veces pienso en esa época de desorientación. De pérdida. Cuando te destruyen, te tienes que volver a construir. Yo lo hice a golpe de palabra. Racionalizando sensaciones, sentimientos y emociones que no querían ser racionalizados. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero yo no me siento más fuerte. No me siento mejor. Pero tampoco peor. Tan sólo me siento diferente. Otra yo. Porque a veces hay dolores tan intensos que matan una parte de ti. El dolor es como un tatuaje. Una vez lo sientes ya no puedes desprenderte de él. Modifica las creencias, los aprendizajes, los valores, la lista de importancia en la que organizabas tus afectos. Aprendes a vivir de otro modo. No mejor ni peor. Simplemente de otro modo. Cuando un camino está cerrado, has de buscar la continuación por otro lado. Tan sólo es eso. Otro camino. Otro modo. Otra piel.

Como el dolor se fue, en cierto modo escribir aquí ya no tiene sentido. Pero me niego a desprenderme de este vínculo para hablar, aunque sea metafóricamente, de lo que pienso, de lo que siento, de situaciones que llaman mi atención... Lo que motivó el nacimiento de esta especie de diario del alma ya no forma parte activa de mi vida. Pero en absoluto ha desaparecido. Estará siempre como una fea señal. Dolerá los días de lluvia. Se hará patente tras un gesto o una mirada casual. Se moverá suavemente cuando baje la guardia. Así que ¿por qué no seguir escribiendo? Más vale estar en guardia. Si el dolor vuelve, estas líneas estarán para atraparlo. Atrapasueños para almas intranquilas. Un catalizador para los oscuros pensamientos. Escribir me sienta bien. Hace que saque a la luz la oscuridad que se cuela dentro. Me hace coger perspectiva sobre mi misma en un momento determinado. En las palabras, percibo atisbos de mi carácter, de mi estado de ánimo, del dolor que evocaba... Asi que, tal vez escriba menos, porque soy feliz, pero seguiré escribiendo.

Si la luna ya no guía a mis musas, que lo haga el sol!


miércoles, 24 de diciembre de 2008

NAVIDAD


Ya estamos en épocas navideñas. Otro año más que pasa. Nos preparamos para la inevitable maratón alimenticia en casa de diversos familiares. Nochebuena, Navidad, Sant Esteve, Nochevieja, Año Nuevo y rematamos con el día de Reyes.

Navidad es una época de excesos. No hay crisis que valga. Lo derrochamos todo. Materialismo, espiritualismo y reminiscencias de una antigua educación católica. Compramos para la familia, para amigos y para nuevos allegados. Papá Noel y Reyes, porque en estos tiempos de incertidumbres espirituales, uno quiere abarcarlo todo. No sabemos que es mejor. Ni más práctico. La gente soporta estoica lugares de aglomeración humana, buscando ese regalo especial, que normalmente no sabemos qué es. Buscas intuiciones y sigues corazonadas. Soportas empujones y precios desorbitantes. Todo con la esperanza de ver la ilusión en los ojos del que rasga el papel de colores que envuelve el hallazgo. El arte de envolver regalos ya da mucho de si. Yo siempre acabo con más celo que mi obra de arte (?) final, que no se porqué siempre adopta la forma de un cagarro de inspiración gaudiniana, aunque el objeto sea cuadrado.

Enviamos postales de Navidad, normalmente a nuestros amigos más cercanos. Curiosamente a los que más facilidad tenemos para felicitar personalmente. Pero a mi me sigue haciendo ilusión abrir el buzón y encontrar un sobre que no pertenece al banco.

Seguimos derrochando espiritualidad en forma de maratón televisiva. Calendarios, partidos de fútbol, apertura de lugares en zonas en vías de desarrollo... todo solicitando un donativo generoso, porque estamos en Navidad y ya se sabe que ahora es cuando toca ser generosos. El resto del año podemos ir obviando estas mismas carencias, pero es ahora cuando toca hacer algo. Un poco de ironía social.

La Navidad no nos deja indiferentes. O la amamos o la odiamos. Nos gusta o no. Me encanta el ambiente artificial de buen humor y lazos familiares. Me encantan los besos bajo el muérdago. Comer las uvas con la esperanza que el año siguiente todo sea un poco mejor. Las bragas rojas que contienen promesas de un futuro afortunado y apasionado. Todas los sueños que se forjan al son de las doce campanadas. La familia unida que discute con solemnidad. Abrir regalos. Las películas horteras que emiten durante la tarde en casi todas las cadenas de televisión. Ese ambiente casposo que oscila al ritmo de villancicos de los que ya sólo recordamos el estribillo.

La navidad al fin y al cabo es melancolía. Y yo soy melancólica. Soy un poco navidad. Aunque nos guste o no, todos somos un poquito navidad, aunque la ocultemos tras un aire de indiferencia.