lunes, 18 de abril de 2011

SILENCIO


Odio el silencio. Odio cuando me castigan con él. Odio estar esperando en vano una palabra que llene el vacío que se ha creado entre tú y yo.

Cuando llega el tiempo en que las palabras se despiden de tus labios y vuelan altas, tan altas que ya no las alcanzo a oir, es que la hora del adiós se aproxima. Porque el silencio impuesto, buscado es una especie de agujero negro del alma que se me lleva hasta las ganas. Rebota, rebota y en tu cara explota. Y yo no tengo barrera. Así que le hago frente a pecho descubierto. Y duele. Duele tanto que no lo soporto. Lo odio.

Cuando llega el silencio, empieza el baile de máscaras. Sonrisas de cortesía, miradas esquivas. Sobretodo fingir que todo va bien. Pero tengo el alma negra porque tu silencio me la ensucia de hollín. Y lloro, lloro al amparo de la oscuridad nocturna, porque son lágrimas silenciosas, como la noche, como el silencio que las provoca.

¿Cómo puede alguien no querer hablar, comunicarse, explicar, poner palabras a los pensamientos? ¿Cómo puede alguien lanzar silencios envenenados a otra persona? ¿Cómo puede alguien querer hacer daño deliberadamente a otra persona que en otro tiempo apreció, e incluso, pudo llegar a amar?

Necesito las palabras como el aire. Porque necesito entender. Comprender. Racionalizar los sentimientos. Porque duelen menos. Porque los atrapo con el cazamariposas del pensamiento. Y si no hablas.... me estás ahogando. Ahogando en la incertidumbre. En el no saber. Y si no sé, entonces seguro que soy yo. Y si siempre soy yo, me hago pequeña y me aplasta el peso del mundo. El mundo que se despedaza y se vuelve jirones. Jirones de tristeza. Y de silencio.

El silencio me desorienta. Me pierdo por todas partes a la vez. Me pierdo a mi misma buscando un eco que no llega. Y tú, que estás ahí, me miras y callas. No sé si eso es un acto de cobardía o quizás de valentía. O indiferencia. Porque el silencio también es indiferencia. Quizás sea eso lo que más odie de todo. Saber que he dejado de importar. Y eso, me mata un poco más. Un trozo de menos de corazón, un sueño que se vuelve estrella fugaz. Adiós, gracias por estar ahí todo este tiempo.

En un océano de silencio, tiéndeme el salvavidas de tu palabra.