sábado, 27 de diciembre de 2008

DESPUES DE...


Hay gente que me pide que siga escribiendo. Se quejan de mi inconstancia. Pasividad a la hora de buscar unos segundos que robarle al día, para sentarme y, cigarro en mano, empezar a escribir lo que el corazón me susurra al oido. Pero es que me cuesta. Remoloneo ante las teclas que, caprichosas, se deslizan entre mis dedos para no acabar siendo pulsadas por una determinación que ya no tengo.

Este blog nació del dolor y con dolor. Hubo una época en que ese dolor estuvo a punto de destruirme. Porque hay épocas malas. Épocas de crisis. Así que cuando mi mente empezó a resquebrajarse, creé este lugar con los últimos atisbos de cordura que conseguí aferrar. Mi vida y sus alrededores quedaron plasmados en unas hojas electrónicas. Hojas en blanco, habitaciones vacías. Allí empecé a depositar poco a poco ese dolor que no me dejaba respirar, ni dormir, ni vivir. Escribí sobre las cosas bonitas que me rodeaban. Sobre los amigos que me ayudaban. Sobre recuerdos que me alimentaban. Y sobre todo, escribí sobre el dolor. Sobre su origen, sobre sus consecuencias, sobre cómo había influido en mi vida, sobre cómo me devoraba cada día el alma. Escribí para mí, para él, para todos los que quisieran saber. Desnudé el alma a cambio de un lugar para dejar la pesada carga. Cuanto más muestras al exterior, menos te queda en el interior. Y así, poco a poco, el dolor fue extendiéndose por los párrafos que escribía. Y cuanto más escribía, más se debilitaba. Y vaya si escribí. Hasta que un día ya no quedó nada de él en mi. Tan sólo los recuerdos, que son imborrables.

A veces pienso en esa época de desorientación. De pérdida. Cuando te destruyen, te tienes que volver a construir. Yo lo hice a golpe de palabra. Racionalizando sensaciones, sentimientos y emociones que no querían ser racionalizados. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero yo no me siento más fuerte. No me siento mejor. Pero tampoco peor. Tan sólo me siento diferente. Otra yo. Porque a veces hay dolores tan intensos que matan una parte de ti. El dolor es como un tatuaje. Una vez lo sientes ya no puedes desprenderte de él. Modifica las creencias, los aprendizajes, los valores, la lista de importancia en la que organizabas tus afectos. Aprendes a vivir de otro modo. No mejor ni peor. Simplemente de otro modo. Cuando un camino está cerrado, has de buscar la continuación por otro lado. Tan sólo es eso. Otro camino. Otro modo. Otra piel.

Como el dolor se fue, en cierto modo escribir aquí ya no tiene sentido. Pero me niego a desprenderme de este vínculo para hablar, aunque sea metafóricamente, de lo que pienso, de lo que siento, de situaciones que llaman mi atención... Lo que motivó el nacimiento de esta especie de diario del alma ya no forma parte activa de mi vida. Pero en absoluto ha desaparecido. Estará siempre como una fea señal. Dolerá los días de lluvia. Se hará patente tras un gesto o una mirada casual. Se moverá suavemente cuando baje la guardia. Así que ¿por qué no seguir escribiendo? Más vale estar en guardia. Si el dolor vuelve, estas líneas estarán para atraparlo. Atrapasueños para almas intranquilas. Un catalizador para los oscuros pensamientos. Escribir me sienta bien. Hace que saque a la luz la oscuridad que se cuela dentro. Me hace coger perspectiva sobre mi misma en un momento determinado. En las palabras, percibo atisbos de mi carácter, de mi estado de ánimo, del dolor que evocaba... Asi que, tal vez escriba menos, porque soy feliz, pero seguiré escribiendo.

Si la luna ya no guía a mis musas, que lo haga el sol!


miércoles, 24 de diciembre de 2008

NAVIDAD


Ya estamos en épocas navideñas. Otro año más que pasa. Nos preparamos para la inevitable maratón alimenticia en casa de diversos familiares. Nochebuena, Navidad, Sant Esteve, Nochevieja, Año Nuevo y rematamos con el día de Reyes.

Navidad es una época de excesos. No hay crisis que valga. Lo derrochamos todo. Materialismo, espiritualismo y reminiscencias de una antigua educación católica. Compramos para la familia, para amigos y para nuevos allegados. Papá Noel y Reyes, porque en estos tiempos de incertidumbres espirituales, uno quiere abarcarlo todo. No sabemos que es mejor. Ni más práctico. La gente soporta estoica lugares de aglomeración humana, buscando ese regalo especial, que normalmente no sabemos qué es. Buscas intuiciones y sigues corazonadas. Soportas empujones y precios desorbitantes. Todo con la esperanza de ver la ilusión en los ojos del que rasga el papel de colores que envuelve el hallazgo. El arte de envolver regalos ya da mucho de si. Yo siempre acabo con más celo que mi obra de arte (?) final, que no se porqué siempre adopta la forma de un cagarro de inspiración gaudiniana, aunque el objeto sea cuadrado.

Enviamos postales de Navidad, normalmente a nuestros amigos más cercanos. Curiosamente a los que más facilidad tenemos para felicitar personalmente. Pero a mi me sigue haciendo ilusión abrir el buzón y encontrar un sobre que no pertenece al banco.

Seguimos derrochando espiritualidad en forma de maratón televisiva. Calendarios, partidos de fútbol, apertura de lugares en zonas en vías de desarrollo... todo solicitando un donativo generoso, porque estamos en Navidad y ya se sabe que ahora es cuando toca ser generosos. El resto del año podemos ir obviando estas mismas carencias, pero es ahora cuando toca hacer algo. Un poco de ironía social.

La Navidad no nos deja indiferentes. O la amamos o la odiamos. Nos gusta o no. Me encanta el ambiente artificial de buen humor y lazos familiares. Me encantan los besos bajo el muérdago. Comer las uvas con la esperanza que el año siguiente todo sea un poco mejor. Las bragas rojas que contienen promesas de un futuro afortunado y apasionado. Todas los sueños que se forjan al son de las doce campanadas. La familia unida que discute con solemnidad. Abrir regalos. Las películas horteras que emiten durante la tarde en casi todas las cadenas de televisión. Ese ambiente casposo que oscila al ritmo de villancicos de los que ya sólo recordamos el estribillo.

La navidad al fin y al cabo es melancolía. Y yo soy melancólica. Soy un poco navidad. Aunque nos guste o no, todos somos un poquito navidad, aunque la ocultemos tras un aire de indiferencia.

viernes, 7 de noviembre de 2008

LA CANCIÓN SIN TÍTULO


Una noche, mientras cenaba unas galletas con dulce de leche (por aquello de mantener la línea), esuché una canción preciosa. La canción salió revoloteando a través de unas cuerdas de guitarra y, tras dar un par de vueltas por la habitación, decidió depositarse, ligera como un beso, en mi alma. Pregunté, por el título de la melodía, pero, consternada, recibí la noticia que no había recibido nombre alguno.

Decidí buscarle alguno, pero al cabo de un largo rato de meditación infructuosa, me di por vencida. Los sentimientos son muy difíciles de aprisionar con palabras. Esta canción, había conseguido encerrar entre sus notas, a varios de éstos. Una tarea nada desdeñable. Hay mucha gente que se pasa la vida intentando cazar alguno al vuelo para, en su nueva morada, ya sean palabras, música o alfabetos, tener el don de transmitirlo a la gente. Buscan la emoción en los rostros ajenos. Lágrimas, sonrisas, miedos e ilusiones son algunas de las aristas de esta poliédrica labor. Sabemos lo que producen estos sentimientos, y sabemos cuál es su nombre, pero no se pueden definir en unas pocas palabras. Los títulos pocas veces transmiten algo más que un intento vano de llamar la atención. Los pavos reales que, en las portadas, despliegan su irisada cola en busca de unos ojos golosos. Tal vez, nos dejen intuir entre líneas y permitiendo volar a la imaginación por la tierra de la suposición, qué tipo de sentimiento podemos encontrar ahí atrapado. Tal vez, luzcan en sus palabras una frase del estribillo, que acabaremos canturreando en la inconsciencia del olvido no intencionado. Pero mi canción, salvaje e indómita, no lucía ninguna letra que estropeara su serena desnudez. Tan sólo unas notas que, con una naturalidad casi primitiva, golpeaban el corazón de aquel que osara escucharlas.

Hay canciones que tienen este poder. También otras manifestaciones de arte, por supuesto. Porque el arte no es más que una artimaña para captar sentimientos y exponerlos a la luz pública. Satisfacción para aquellos que son incapaces de concebir o manejar tales técnicas. Envidia para aquellos que, aunque las conozcan, son incapaces de atrapar nada en sus redes plásticas. Este poder radica en que, a pesar de la distancia física, el sentimiento es capaz de tocar una fibra de nuestro corazón y sacudirla con fuerza para que emita un vibración que reverbere por todos los recovecos de nuestra alma de tal manera que, por unos instantes, nos sentimos parte de un todo. Y nos emocionamos. Lo sabemos porque sentimos esa opresión en el plexo solar, en el estómago a veces, y decimos cosas como esta película me ha tocado algo.

Cuando escuché la canción me vi transportada a una habitación diferente. Esta habitación tenía un gran ventanal desde el que podía observan un cielo infinito, plagado de estrellas, pues esta canción tiene aires nocturnos. La ventana se abre de par en par y el aire ondea las transparentes cortinas de gasa blanca, y la melancolía aprovecha para escapar por ella y volar veloz hacia el firmamento. Porque la canción nos habla de la melancolía y esconde, entre algunas notas, pequeñas porciones de resignación. La melancolía vuela, y yo, miro con ensoñación la noche. Me siento como una princesa atrapada en un castillo de cuento de hadas, esperando a ese príncipe que está por llegar, pero sabiendo, que ese momento se va a retrasar. Es una canción triste. Es que tiene muchas notas menores, me dice la persona que la toca. Quizás sí. Pero creo que el sentimiento que está atrapado entre esas notas, ha impregnado en cierto grado las cuerdas de la guitarra y se extiende, invisible, por la propia esencia de la canción. La melancolía adquiere entidad propia y se transforma en canción. Y yo la percibo. Imposible no hacerlo. Y cuando crees que esa tristeza dulce que desprende la canción va a inundarlo todo, se cuela con timidez un rayo de esperanza. Un sutil cambio de color, de tonalidad, en el mismo centro de la melodía, nos dice que a pesar de que el sentimiento inicial puediera ser de resignada melancolía, hay en un rincón un ápice de esperanza. La canción se transforma, y te transforma. Sabes, con una certeza absoluta, que a pesar de que las cosas puedan ir mal, en un momento dado tu suerte cambiará. Hay vida porque hay esperanza. En la oscuridad más absoluta serás capaz de ver esa luz que te indica la salida deseada. Es el rayo de sol que te ilumina en invierno.

Y la canción acaba con un nuevo matiz melancólico que te hace sospechar que la persona que atrapó la melancolía entre sus notas, no es consciente de la esperanza que alberga su corazón. Posiblemente se haya oculta, a salvo, con miedo de verse amenazada ante la insidiosa realidad. Se acaba la canción y, tú respiras. No eras consciente que estabas conteniendo el aliento. Notas el toque casi mágico de la melodía y puedes sentir la conexión con ella. La emoción ha pasado, te ha tocado, te ha inundado, te ha transformado. Te sientes agotada y los ojos se cierran, y en un atisbo, crees poder ver de nuevo ese cielo vasto y estrellado.

No tiene nombre esa canción. Yo le quise poner uno y no pude. No le hace falta. El sonido vuela libre. La melancolía también.

viernes, 31 de octubre de 2008

HALLOWEEN


Y un año más nos encontramos en la fiesta ahora conocida como Halloween, antaño la famosa y, tristemente cada vez más olvidada, Castañada.



Recuerdo cuando era pequeña y las castañas cobraban en octubre una especial importancia. Y no sólo las castañas, sinó también los boniatos y, por supuesto, los panellets. Hagamos un ejercicio cerebral y ejercitemos nuestra memoria de largo plazo. Recuperemos recuerdos de nuestra infancia, donde disfrazarse de monstruos y brujas era propiedad del carnaval de febrero. Pensad... Por aquel entonces, en Semana Santa no hacía mucho calor, y en octubre hacía un frío que pelaba (bueno, parece que este año también, pero desde hace unos cuantos, el abrigo veía la luz invernal sobre noviembre). Salíamos del colegio en estampida y con la mirada buscábamos a nuestras madres, abuelas o canguros, para asegurarnos que estaban donde debían estar, o sea, esperándonos, para luego salir en estampida en pos de nuestros amigos y seguir jugando al pilla-pilla o lo que fuera. Después de un rato, los padres o sucedáneos, nos conseguían atrapar y, después de darnos el bocadillo de la merienda (recuerdo con especial cariño ese bocata de nocilla), emprendiamos rumbo a casa. A hacer deberes y, si teniamos suerte y eramos diligentes, a ver un poco la TV, porque no había Playstation ni Gameboys ni nada que implicara tecnología punta y ausencia total de fantasía e imaginación.


El camino a casa se hacía corto. Parloteábamos sin cesar sobre las actividades escolares y los sucesos acontecidos en el colegio. Lo malo que era el profesor (porque cuando éramos pequeños sólo teníamos uno que impartía todas las asignaturas), los enfados infantiles a la hora del patio,... esas cosas nimias que tanto llenaban nuestra vida. Y, a mitad de camino, nos empezaba a llegar el maravilloso olor de las castañas asadas. Ese olor se te metía en la mirada, que se tornaba implorante y se dirigía a tu madre, ocultando entre las pestañas, ese brillo malicioso que nos da la esperanza.


La castañera de mi barrio parecía extraída de un libro de cuentos infantiles. Era una vieja arrugada como una pasa, que se parapetaba tras el hornillo donde se cocían las castañas y boniatos. Y mientras éstas se asaban, ella iba haciendo calceta, parando de vez en cuando para removerlas y dar la vuelta a los boniatos. Las chispas que desprendía tal maniobra, me fascinaban sobremanera. Iba esta mujer añosa vestida de negro riguroso, excepto un delantal a cuadros grises que había conocido tiempos mejores. Y lavados mejores también. Y, como colofón final, un pañuelo negro atado a la cabeza. Cuando le pedías un cucurucho de castañas (creo recordar que valía cien pesetas, pero a lo mejor me lo estoy inventando), te miraba con aire de resignación, dejaba la labor a un lado, y trabajosamente se ponía en pie, cogía una hoja de un periódico y con unos dedos sorprendentemente ágiles a pesar de la artrosis evidente, la enrollaba en forma de cono y procedía a llenarla de castañas. Con una espumadera negra por el calor del fuego, removía esas sabrosas castañas unos instantes antes de sacarlas y ponerlas directamente en el cucurucho de papel. Es extraño, pero no recuerdo comprar boniatos ni una sola vez. Sólo castañas.

Ir comiendo castañas del colegio hasta casa era toda una aventura. Para empezar, hacía mucho frío, y eso suponía todo un despliegue logístico-ropero por parte de nuestros padres. Bufanda triplemente enrollada. Si teniamos guantes podíamos considerarnos afortunados, porque intentar comerse las castañas llevando manoplas era toda una odisea. Y luego, esa especie de pasamontañas, que se empeñaban en ponernos y que hacía que pareciésemos terroristas en miniatura. Por no hablar de las capas de chaquetas, rebecas, jerseys y abrigos que nos ponían y que hacían que no pudiéramos acercar los brazos al cuerpo. Todas estas prendas suponían un serio inconveniente a la hora de realizar la complicada tarea de pelar castañas. Porque nuestras madres nos pelaban una o dos, pero luego insistían en que lo hicieras tú mismo (no reparaban en que la mayoría de veces llevábamos manoplas y esa actividad nos resultaba básicamente imposible).

De todos modos, todo eso parece que se está perdiendo. Casi no se ven kioscos de castañas. A penas unos cuantos desperdigados por toda la ciudad. Y de ellos, un número mínimo dispone de una castañera de cuento de hadas. Ya no disfrutamos de aquella sensación de calor deslizándose por nuestros dedos enguantados, al sostener el cucurucho de castañas recién recogidas del fuego. Los octubre ya no son fríos, sino tibios. Las castañas se cambian poco a poco por calabazas de sonrisa tétrica.

Pero yo, mis recuerdos, no los cambio por nada. Los extraigo del baúl donde los he metido y los saboreo, a veces con la creciente impaciencia con la que saboreaba aquellas castañas vespertinas.

sábado, 25 de octubre de 2008

TEATRO


Desde pequeña siempre he sido una farandulera. Supongo que se debe al hecho de haber sido hija única hasta los 7 años de edad, momento en el que mi hermana decidió hacer acto de presencia en mi vida. Al no tener hermanos con los que jugar, y unos padres ocupados (como todos), desarrollé una imaginación tremebunda para que me hiciera compañía y desterrara el aburrimiento de mi vida. Jugaba sobretodo a interpretar series de TV que estaban de actualidad en ese momento con la inestimable ayuda de mis muñecas Barbie. Yo hacía todas las voces de la escena y, que para eso era la directora artística, me quedaba con el mejor papel.


En el colegio, este juego de simulacro televisivo, se repetía con frecuencia a la hora del patio. Si no teniamos series, siempre me pedían que me inventara una. Debido a mi altura, jamás me dieron un papel relevante. De hecho, ni siquiera me daban uno femenino. Siempre me tocaba hacer de hombre (bueno, hay que decir, que era un colegio de monjas y no había admisión para ningún santo varón de los alrededores). Si interpretábamos "V", me tocaba hacer de Mike Donovan; si estábamos enfrascadas con "Dragones y mazmorras", indudablemente era el arquero, aunque, todo hay que decirlo, una vez me dejaron hacer de unicornio (por aquello de variar de registro).


A mediados de EGB, cambié de colegio y fui a parar a uno mixto. Mi madre decidió entonces apuntarme a teatro. Era un grupo enteramente femenino, pero la profesora, una chica lista, nos buscó una obra con todos los personajes del mismo género. Fue la primera vez que interpreté a una mujer (exceptuando, claro está, las representaciones que hacía en casa. Pero allí nadie me veía, así que no cuenta). Me encantó la experiencia.


Luego llegó el turno de BUP, y la edad del pavo, que me convirtió de una chica relativamente extrovertida, en una adolescente atrincherada ante un muro de timidez. Cuando solicitaron gente para el grupo del teatro, no me lo pensé dos veces y me apunté. Había leido en no se qué catálogo psicológico ( está claro que hablo de la Superpop), que para vencer la timidez, iba bien hacer teatro. Lástima que no pudiera interpretar a nadie hasta.... ummmm déjame contar... ostras!!! pues cuatro años después de entrar en el GTR. Pero en ese tiempo, aprendí un papel que creo que me ha servido durante muchos años de mi vida: el de ameba. Yo era la chica ameba, o sea, la chica "bulto", la que sirve para rellenar diferentes huecos. Y siempre detrás de todos, que soy tan alta que destaco demasiado si estoy en primera fila y dejo al resto de mis compañeros como unos enanos. A los 4 años de estar apuntada al teatro (sinceramente, creo que fueron más, pero me da miedo ponerme a contarlos, no sea que me frustre aún más de lo que lo estoy), recayó sobre mí el papel secundario en una obra que cambió mi vida en muchos sentidos y para siempre. Era el papel de loca, que en el fondo, y dentro de su aparente locura, tiene la razón absoluta. Como era un personaje de mente inquieta, no tenía un "partenaire" escénico, de manera que por primera vez no quedaba mal en escena. Y por tanto pude actuar. Y cantar, aunque ese trauma y sus consecuencias, da por si mismo para otra entrada. Después de esta actuación, la gente que se dedicaba a organizar este tipo de eventos, pensó que no lo hacía tan mal. Y descubrieron que este tipo de papel, es decir, el de soltera teatrera, era el ideal para mí. Y ahí me quedé encasillada. Sólo tenía papeles de loca o de ligera de cascos. Una vez se me ocurrió la descabellada idea de pedir otro tipo de papel. La respuesta fue contundente: eres demasiado alta y un chico bajo a tu lado queda muy mal en el escenario. Ni que fuera culpa mía que la gente no tomara el suficiente cola-cao cuando eran pequeños.

Algún tiempo después, el desamor, los papeles secundarios indefinidos y la falta de perspectivas (y de tiempo) hicieron que me fuera del teatro. Para siempre. Bueno, hay que decir, que una vez me llamaron, pero para ofrecerme un papel minúsculo de secretaria. Me permití el lujo de decir que no aceptaba un papel que tuviera menos de 7 frases en el guión. Así soy yo, toda una diva en potencia.

Siempre me ha quedado el antojo de tener un gran papel. Me hubiera encantado hacer un papel de mala malísima. De esos que en cuanto sales a escena, la gente te abuchea indignada ante tu perfidia. O también me hubiera gustado un papel de buena buenísima. Con su historia de amor y esas cosas, porque nunca me han besado en un escenario, y mira tú, es algo que me gustaría hacer. Pero la mayoría de los sueños van a parar al cajón desastre de la decepción, listos para ser rescatados por aquellas cosas de la vida que la gente llama casualidades.

Mamá, yo quiero ser artista!!!!

viernes, 24 de octubre de 2008

POESÍA


Siempre quise escribir poesía. Lamentablemente no se hacer rimas más allá del corazón-bombón. Tampoco soy capaz de ponerme a contar las sílabas que contiene cada verso, y mucho menos soy capaz de sumar líneas y estrofas que me permitan discernir entre un soneto, una oda o un clarinete. Alguien me dijo que existía una modalidad llamada relato poético, pero sinceramente, me da palo ponerme a averiguar qué es eso. Un relato que rima? Un poema relatado a modo de historia?.
Lo que yo quiero es ser capaz de hacer versos, que tengan una rima decente y que la gente, cuando los lea, se asombre de mi capacidad inherente para expresar sentimientos. Pero soy nefasta en eso. Jamás he conseguido nada mínimamente leible. Además, tengo la extraña costumbre de esconderlo todo en complicadas metáforas que sólo yo puedo entender. De manera que acabo escribiendo unos bodrios pseudopoéticos ininteligibles para todos, excepto para mí. Supongo que esa no es la finalidad de una poesía.
Una poesía es como una especie de canto a algo. Al amor, a la belleza, a la vida campestre (no se llamaba eso poesía pastoril? tendría que haber prestado más atención a las clases de lengua de EGB). Pero cantar, tampoco es precisamente ninguno de mis talentos. De hecho, cantar en mi caso es una maldición. Y eso lo puede asegurar cualquiera que me haya oido entonar más de dos notas seguidas. Eso, si lo consigo. De hecho, hay una recogida de firmas que piden que se considere por el magistrado, el considerar mis cantos de sirena como arma blanca. O al menos, ofensiva. Alguno incluso insiste en que se considere como intento frustrado de homicidio auditivo.
Y si empiezo a divagar ( que ese sí que es uno de mis talentos), me da por pensar que tal vez, el hecho de que no sepa cantar puede influir de alguna extraña manera en el hecho que no sepa rimar ni componer poesía. Imaginaos que juventud la mía. Si me enamoraba, era incapaz de componer versos azucarados sobre el amor, o sobre la persona que se había convertido en depositaria de mis anhelos hormonales. Y si me desenamoraba, destrozaba las canciones de Laura Pausini, hasta que los vecinos alarmados porque creían que estaban sonando las trompetas de Jericó, alertaban a la policía. Y eso que aún no había pasado de la primera canción. Menos mal que no me daba por Mariah Carey, porque entonces seguro que me hubieran detenido....
Pero al menos escribo. Podría componer una enciclopedia sobre el amor, el desamor, y los diferentes estados catatónicos en los que te sumerges cuando estás en ese estado febril que algunos se empeñan en llamar enamoramiento. Escribo sobre mis amigos. Y sobretodo escribo sobre aquello sobre lo que divago. No conseguiré jamás que rime, o que pueda ser poético. Jamás conseguiré componer un soneto. Y mucho menos un verso alejandrino. Ni siquiera uno moniquino. Pero mientras tenga algo que decir, escribiré sobre mi vida y sus alrededores.

miércoles, 22 de octubre de 2008

UN CUENTO 2


Emprendí mi viaje en busca del ladrón que me había robado la felicidad a bordo de una balsa. Cuando llevaba varios días navegando por el ancho mar, observé con creciente inquietud, que los zapatos que llevaba se estaban estropeando. Podía ver la punta de mi dedo gordo asomando por un incipiente agujero en la punta del zapato derecho (porque siempre los agujeros aparecen en la parte derecha, eso lo sabe todo el mundo). Como me daba miedo que alguna almeja tomara aquella parte de mi cuerpo por una nueva morada, decidí acercarme hasta un enorme islote que divisé a mi izquierda. Era un islote enorme, con aspecto seguro, y a través del catalejo que me había regalado una enorme gaviota que volaba sin rumbo fijo, divisé varios restaurantes y tiendas diversas.

Dejé mi balsa en el enorme y bullicioso puerto y me encaminé hacia lo que parecía ser la zona comercial. En la segunda zapatería que visité, encontré aquello que buscaba. Eran unos zapatos hermosos, hechos con piel de serpiente marina y estrellas fugaces. Los quiero, los quiero, los quiero. Entré en la tienda con el corazón desbocado por la emoción de poder poseer semejantes zapatos. No podía creer que tuviera tanta suerte. Con unos zapatos así, estaba segura que encontraría a aquel maldito ladrón.

Pero, ay ilusa de mí. No tenían mi número y no podían conseguirlo. El tendero me explicó que eran unos zapatos muy especiales, y que una chica muy parecida a mí, se había llevado el número que necesitaba, tiempo atrás. Antes de que la bruja llorona inundara la tierra y creara los mares. (Vaya, ahora resultaba que era una bruja llorona...). Como soy muy cabezota, decidí esperar un tiempo por si traían otros zapatos iguales con mi número. Cada día iba a la zapatería y preguntaba. Cada día recibía la misma respuesta negativa.

Triste y derrotada decidí sentarme en la playa y no moverme de allí, hasta conseguir los dichosos zapatos. Pasó el tiempo, y yo seguía allí sentada. Pasé tanto tiempo sentada, que el mar me cubrió de sal y me convertí en una estatua. Hasta el corazón me latía despacio, porque no podía dilatarse ni contraerse de tanta sal que había. Además, cada vez que me hacía una herida, ésta escocía como si me clavaran mil agujas. Ya no recordaba para qué había ido a aquel islote a buscar unos zapatos.

Un día, mucho tiempo después de convertirme en una estatua de sal, cayó una tormenta terrible. Nunca se había visto nada igual. El cielo se tornó tan negro, que no se podían distinguir el día de la noche. Los rayos competían con las rutilantes estrellas por ver quién iluminaba más. Hubieron tantos rayos una noche que la gente pensó que ya se había hecho de día y salió a trabajar a las tres de la mañana con los pelos de punta por culpa de la electricidad estática. Y cómo llovió. Todos pensaban que había llegado la hora del quinto diluvio, y empezaron a construir barcos y a meter a todo tipo de animal que encontraban despistado en él. Tanto llovió, que la sal que me cubría empezó a deshacerse, y por primera vez en mucho tiempo pude abrir los ojos. Tenía sed, mucha sed. Tanta sal me había dejado seca. Así que mirando hacia el cielo, abrí la boca y me bebí de un solo trago toda el agua de lluvia que caía.

La gente del islote, celebró una fiesta en mi honor porque, según ellos, les había salvado de una inundación segura.

Pero seguía con el problema de los zapatos. Era consciente que no podía demorar más mi viaje, así que, poco a poco, empecé a visitar otras zapaterías y a probarme muchos zapatos. El problema era que ninguno conseguía llamarme la atención, y los que sí lo hacían, me llenaban los pies de heridas. Cuando casi me daba por vencida, observé con atención el escaparate de una zapatería en la que apenas había reparado. Algo brillaba en su interior y, muerta de curiosidad entré para ver qué era aquello que había llamado mi atención. Eran unos zapatos magníficos, hechos con plumas de ave fénix, que les hacía brillar como el fuego en invierno. Estos hacían palidecer a los anteriores. Temerosa de continuar con mi mala suerte, pregunté si tenían mi número. Casi me da un patatús cuando me dijeron que sí. Y cuando me los probé, comprobé extasiada, que se ajustaban perfectamente a mis pies. Eran los zapatos que llevaba tanto tiempo buscando. Los zapatos perfectos para ir en busca del ladrón de felicidad.

Así que, más contenta que unas castañuelas, regresé a mi balsa y reemprendí mi viaje hacia el horizonte del norte. Y mientras la balsa se deslizaba veloz entre las olas, no podía evitar mirar continuamente los hermosos zapatos que lucía en mis pies.

Continuará....

jueves, 25 de septiembre de 2008

VUELTA


Ya he vuelto de vacaciones. Y a mi regreso, el trabajo se acumulaba sobre la mesa... tantas cosas que se dejan a medio hacer antes de marcharse. Tantas cosas por emprender una vez llegas. Tantas cosas que se han olvidado entre destino y destino. Tantas cosas que recuerdas una vez recolocas tus pertenencias...


Me fui para desconectar, para olvidar, para recordar a sonreir... y desconecté tanto que al volver a casa, ya no me acordaba de quién era yo. Ni siquiera recordaba las cosas que me hacían sentir triste. Ni siquiera recordaba lo que tenia que olvidar. De manera que pude reinventarme. Tal vez redescubrirme. Partes ocultas que seguían ahí. Alegrías que vivir, miedos que sentir.

Y así estoy yo. Post vacacional. Diferente. Contenta. Atreviéndome a ser feliz a pesar de las ausencias. Qué digo. Siendo feliz gracias a ellas. Nunca los silencios resultaron tan fructíferos. Del dolor nace algo hermoso, si se es lo suficientemente fuerte para soportarlo.

Fantaseo con la idea de que la vida es justa a su manera. A mi manera por una vez. Con esa idea de justicia absurda que insisto en proteger. Quizás podría bautizarla como justicia rosa, en esa especie de juego del que sólo yo soy cómplice. Yo, y los que saben leer más allá de las simples palabras. Porque la justicia es absurdamente subjetiva en este mundo caótico. Eso ya me ha quedado claro.

En este final de ciclo, tengo la sensación de haber pasado por un arduo y extenuante examen plutoniano (o acaso era saturniano?, ya no lo recuerdo) y me pregunto cuándo darán las notas. Y si he aprobado. Aunque tengo la sensación de que, efectivamente, lo he hecho. Porque cuando desciendes a los infiernos es cuando aprendes a conocerte realmente. Y sólo tienes dos opciones válidas. O te hundes del todo, o sacas fuerzas y empiezas la escalada. Yo he estado abajo. Y sin embargo ahora estoy arriba. Me enfrenté a los miedos y los hice míos. No significa que ya no los tenga, sino que ahora sé que están ahí. Los saqué de ese mar inconsciente, primigenio, y los expuse a la luz del sol.

Amarillo es consciencia. Consciencia es racionalidad. Racionalidad es triunfo. Soy una triunfadora. Soy una ameba celestial.

sábado, 13 de septiembre de 2008

VACACIONES


Por fin me voy de vacaciones. A mi no me sirve quedarme en casa y descansar. Para mi, las vacaciones suponen una imperiosa necesidad de escaparme de la ciudad, si es posible, hasta del pais. Si no salgo de mi entorno, soy incapaz de desconectar. Cuando cojo el medio de transporte para emprender un viaje, siento que dejo a esa Mónica urbana en la ciudad. Los problemas, las tristezas, las desilusiones,... todo queda atrás. Se apaga el interruptor del modo "vida y rutina" y se enciende el del modo "vacaciones felices".

Estar en otro sitio, supone que mi mente también lo está. Y que mis problemas de siempre, eternos amigos, se quedan en casa esperandome. La ventaja es que cuando vuelvo aparecen deslucidos. Algunos incluso se han marchado, vete a saber tú dónde. A veces, en la lejanía, incluso puedes vislumbrar soluciones, que la polución del día a día te impedía ver con claridad. El desapego que te proporciona la distancia, aporta claridad, o indiferencia.

El mundo es grande y nosotros, pequeños. Otras culturas. Otros modos de ver la vida. Vacaciones de descanso. De todo. De mi. Sobretodo, este año, vacaciones de ti. Coger fuerzas para el regreso. Reaccionar. Ser capaz de tener el valor de asomarme a las ventanas que parecen abrirse a mi paso. Vencer los miedos. Ser capaz de olvidar. Ser capaz de perdonar. Pero especialmente, ser capaz de descansar.

Ya me voy, y tengo tantas ganas... ganas de dejar atras a todos y todo. Unos días sólo para mi. Para descubrir. Para vivir en otro sitio. Por unos instantes, vivir otra vida con fecha de caducidad. Una vida de ficción, que permite a la vida real tomarse también, sus vacaciones. De eso se trata en el fondo. Vacaciones de una misma y de sus circunstancias.

Vacaciones de mi vida y sus alrededores

sábado, 6 de septiembre de 2008

TIERRA


Llueve. El cielo está gris, y la ciudad duerme en monótono sopor. Las calles desiertas parecen un homenaje a los pueblos enterrados ya, por el peso de la historia. Llueve. Pero eso a mi no me importa, cobijada como estoy por el abrigo de mi propio cuerpo.

Las gotas resbalan por mis mejillas, como lágrimas del ayer. Mi pelo empapado, se pega a mi cara, así como la ropa se pega a mi cuerpo. Eso me da igual. Estoy tranquila, serena.

El olor a tierra mojada sube por mis fosas nasales y me traen recuerdos lejanos, más antiguos que la infancia, como de otros tiempos. Quizás de cuando el hombre no era aún hombre, sino alguna especie en continua evolución. Inspiro hondo, con fuerza, porque quiero fundirme con el aroma de la tierra. Ser una con ella. Volver al origen de la vida...

Ya no llueve. La ciudad lentamente se despereza, y sus calles vuelven a la vida. mi pelo, mi cara, mis ropas ya se secan. Y yo sigo serena. A pesar de todo el nuevo bullicio que empieza a formarse, persiste el olor a tierra mojada.

Sonrío mientras espero que pronto vuelva a llover.

TE VAS


Qué gran dolor sacude mi alma!! Cuando te vas y no lo puedo impedir. Como tratar de retener el agua que se escurre entre mis dedos. Te vas! Qué horrible palabra. Suena mal. Incluso parece una cacofonía, un vil tabú. Y la impotencia que me corroe las venas. Letal veneno para el alma. Cómo escuecen las heridas cuando te vas. Y las lágrimas son tan amargas... Me queman las mejillas. El corazón seco de tanto llorar. Siguen fluyendo desde mis ojos, buscando ese momento de eternidad. Claman al cielo en busca de divina clemencia conmigo. Pero... te vas!

Yo soy incapaz de vover a querer si te vas. ¿No te das cuenta que te llevas contigo el último soplo de mi corazón moribundo? Le practicas la eutanasia sin mi consentimiento. Pero no puedo odiarte. Ojalá pudiera. Busco la satisfacción para esa rabia que llevo dentro. Pero tú ni te enteras.

Me dejas aquí. Sola. Mortalmente herida. Lamiéndome heridas que sé que no van a sanar. Te llevas mis esperanzas y mis ilusiones. Te llevas un trozo de mi vida... Llévatelo. Me da igual. No lo quiero. No quiero nada de esto, si tú no estás. Vete. Vete lejos de mi. Tan lejos que mis sueños no puedan encontrarte. Busca el olvido y refúgiate en él. No vuelvas. No quiero saber si eres feliz o no. Si me echas de menos o no lo haces. Si te importo, ni que sea un poco. Quiero que me dejes para siempre. Que dejes de atormentarme así.

Vana es la esperanza de que vuelvas. Y mil veces gritaré tu nombre por mi ventana, quebrando con los alaridos mi garganta, sacando la tristeza de mis entrañas, y mil veces... te vas!

Pequeña frase


He encontrado esto que escribí hace tiempo.. o quizás no tanto. Me levanté un día y lo escribí en un pedazo de servilleta. Sé que había soñado con él. Hace mucho que se fue de nuestras vidas, de una manera rápida y cruel. Aún me parece increible, que a pesar del tiempo transcurrido, siga echándolo tanto de menos. Cuando veo sus fotos, cuando duermo en su cama, cuando estoy con su familia, cuando lo respiro en el ambiente.. se me hace un nudo en la garganta y a escondidas lloro. Algunas veces voy a verle. Esto no lo sabe nadie. Bueno, ahora sí. Me quedo mirando el sitio donde duerme y le cuento mis penas. También le cuento las cosas buenas, cosas de su familia, cosas de Neus que me hacen reir. Alguna vez, le dejo una rosa blanca.

Cuando se casó Neus lo sentí en la iglesia. Quizás sea una estupidez lo que digo, pero lo noté. Hubo un momento en que percibí como una luz dorada que inundaba todo, y luego, un calor en el corazón. Y recuerdo que pensé, ahí estás, sabía que vendrías. Pero no se lo dije a nadie. Era día de risas, y no de lágrimas.

No sé por qué escribo esto. supongo que porque he encontrado la servilleta con lo que escribí, y he empezado a recordar. Tenemos la manía de intentar sujetar los sentimientos a través de los recuerdos. Yo recuerdo con una vividez increible su sonrisa. Y eso que sonreía muy poco, pero cuando lo hacía, el mundo entero parecía transformarse. Bueno, no quiero empezar a ponerme nostálgica, os dejo con lo que escribí ese día

"Hoy me acuerdo de ti, de los años pasados, del verano... tu recuerdo me trae a la boca el sabor de sal de la playa, la tibieza de la arena al atardecer, la inmadurez... Me he reprendido por haber sido tan cobarde y huir cuando lo que tendría que haber hecho era acercarme. Sé que donde quieras que estés, estás bien, seguro y feliz. Y también sé que no nos echarás de menos tanto como nosotros te añoramos a ti "

Siempre conmigo, siempre en mi corazón y siempre en mi alma y en mis recuerdos.

CAFÉ


El sabor del café me recuerda a ti.

No porque sepas a café, sino por todos los momentos que hemos vivido junto a él.

El otro día, hablando sobre ti, derramé un vaso entero de café sobre la mesa, y sobre mis pantalones, y pensé, mientras empezaba a notar el calorcillo por las piernas, que el café me recordaba aquel día a ti, más que ningún otro.

Alrededor del café hemos hablado de muchas cosas. Te declaraste. Y también me dejaste.

Al igual que el café puedes ser dulce, amargo o mostrarte indiferente. Te puedes mostrar templado, caliente, o frío, como un café con hielo.

Al igual que a él, me gusta saborearte, tomarte despacito, a pequeñas dosis, porque sé que el último sorbo será mucho más intenso que el primero.

Al estar a mi lado me pones a cien, como si me hubiera tomado cien cafés. Y si por la mañana tomo un café, es porque quiero que mi primer pensamiento sea para ti.

Eres fuerte y misterioso como su aroma. sabes hacerme disfrutar del momento y eres capaz de mantenerme despierta toda una noche. Y al igual que un buen café, sabes mantener mi interés. Y mi devoción.

Si el café tuviera nombre de persona, sin duda sería el tuyo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

GÉNERO ROSA


Últimamente he cogido afición a leer con más entusiasmo del habitual. He de reconocer mi fascinación por un nuevo género de la literatura, que hasta ahora, había permanecido oculto para mí. Me refiero a la novela de género romántico. Me dejaron gentilmente una, y me la leí. Pensaba que tal vez, a través del romanticismo literario (por no hablar del audiovisual), sería capaz de poner un poco de azúcar en mi vida. Necesitaba congraciarme con esa parte romántica mía, que tanta gente, amablemente, se ha empeñado en pisotear. Así que tras devorar en un par de días esa novela, pedí otra, y luego otra. Y luego, fui al Corte Inglés y me compré seis libros más (estaban de oferta a un precio irrisorio, es verdad), a pesar de que había prometido a Marius que no iba a leer ninguna más de ese género. El pobre estaba asustado porque empezaba a hablar de manera más extraña de lo habitual. Decía cosas como menesteres, pardiez, picaruela, etc, etc.

Después de este monumental empacho rosa, creo que he averiguado bastantes cosas sobre este género literario. Quería compartir con vosotros, estos descubrimientos que he realizado yo solita, tras arduas horas de lucrativa lectura:

- El miembro de los hombres viriles ( me refiero a su pene), palpita en los encuentros sexuales. Yo jamás he encontrado a un hombre al que le palpite el pene, pero debe ser porque no era lo suficientemente viril.

-Para vivir una gran historia de amor has de reunir los siguientes requisitos si eres mujer: ser increiblemente bella, ser inteligentísima, ingeniosa, un poco bribona, picaruela, valiente, independiente, tener las ideas claras, ser capaz de temblar de excitación ante una mirada, jadear cuando te tocan, tener unos pechos que aumenten de tamaño ante niveles elevados de excitación, los pelos púbicos han de ser ensortijados, y tener una pasado tormentoso que te haya vuelto dura ante los avatares de la vida. El tema económico no es importante, porque el hombre con el que vivirás esa historia de amor, será increiblemente rico y miembro de la nobleza. O pirata, pero también será rico.

-Para vivir una gran historia de amor has de reunir los siguientes requisitos si eres hombre: ser increiblemente atractivo y guapo, tener una nariz aguileña o patricia, obviamente tener un miembro capaz de palpitar, tener pelo en el pecho y en la cabeza (este largo hasta los hombros), ser un vividor y un mujeriego pero a la vez, ser un amante atento y considerado, ser un miembro de la nobleza y/o tener mucho dinero, ser aventurero, enfurecerse ante las injusticias, ser un experto espadachín-boxeador-luchador-pistolero, ser capaz de conseguir el orgasmo unísono y por supuesto, tener el secreto anhelo de asentar la cabeza y fundar un hogar.

- Las historias más o menos se suceden así: Él es un mujeriego y vividor lord inglés. Ella una deslumbrante belleza que o bien es noble, o bien lo ha sido pero injustamente se ha visto desprovista de su título, o bien lo es, pero tiene amnesia. Se ven y sienten una atracción físico-sexual terrible el uno hacia el otro. Tras diversos avatares que ponen a prueba la capacidad de autocontrol del hombre, éste queda a merced del destino, y despoja a la bella doncella de su virginidad. A pesar de ello, pasan más sucesos que sólamente sirven para hacer ver al hombre lo muy enamorado que está y su capacidad para engañarse y pensar que sólo es deseo sexual. Acaban juntos, son felices y su vida sexual es increible.

- En las novelas de época, las mujeres suelen ser vírgenes e íntegras que olvidan sus principios de virtud en cuanto ven el miembro palpitante. La otra opción son las cortesanas, que jamás putas de bajo nivel, pero que lo son porque la vida ha sido injusta y no tenían un hombre que las protegiera. Es muy raro que una mujer no sea virgen desde el principio.

- En las actuales: ninguna es virgen porque ya no cuela eso. Excepto las destinadas a público adolescente en las que se relata esa primera vez. A pesar de esa falta de virginidad, jamás han disfrutado de buen sexo y no han tenido buenos orgasmos. Todo eso queda remediado en cuanto conocen al mujeriego de turno y a su miembro palpitante.

- El sexo es extraño. En vez de mojada, estás untuosa. Ellos tienen una erecciones " a tener en cuenta" (os juro que leí eso una vez). A pesar del dolor que comporta esa primera vez, ellas son capaces de tener un orgasmo. Ese orgasmo siempre es unísono. Si eso no sucede así, es porque ella, y digo siempre ella, es la que lo tiene primero (ja,ja,ja). El hombre tiene una capacidad de recuperación postcoital maravillosa, de sólo dos líneas de novela. A pesar de que ellos siempre están empalmados, porque en cuanto ven a la mujer su miembro se endurece, nunca tienen dolor de huevos a pesar de las negativas de ésta a pasar por la cama, hasta el tercer o cuarto intento. Después de haberse acostado con ellas, son incapaces de hacerlo con otra mujer. Es decir, que a pesar de haber sido mujeriegos toda su vida, se dan cuenta de que la fidelidad es lo suyo. Ahhh, y me olvidaba, ellas a pesar de ser vírgenes son unas amantes increibles (deben leer mucho, no se.) por eso ellos llevan tan bien eso de la fidelidad.

- Ellos: en un 90% son morenos (el otro 10% son rubios-castaños claro) y de ojos grises, verdes o dorados. Tienen las piernas bien torneadas y un pecho amplio y musculoso.

Ellas: Variedad infinita de color de pelo. Ilimitada, pero hay una clara preferiencia por el rubio, el pelirrojo y el moreno. Un prototipo con el que me he encotrado varias veces es el de rubio platino/ojos violeta. Increible pero cierto. Su busto es generoso, no tienen celulitis y su nariz es respingona.


Más o menos esto es lo que he ido deduciendo. Seguro que se me han pasado muchas cosas pero básicamente es esto. Pero no dejan de ser novelas distraidillas, con poco argumento y muchas ganas de hacer creer a la mujer que los buenos amantes atractivos, viriles, guapos, y con ganas de comprometerse, existen en algún lugar. Apostaría por Grovesnor Square....

lunes, 11 de agosto de 2008

LAS CITAS


Me encanta tener una cita. Hace tiempo que no tengo una. Una de verdad. No sirven esas de quedamos y tomamos un café. Me refiero a una cita en el sentido clásico de la palabra. Una cita de amor. Cuando te gusta alguien y empiezas a dar esos pasos vacilantes por un camino que no tienes claro a dónde te llevará. Misterio. Y sobre todo nervios. Nervios y expectativas. El sudor amargo ante un futuro que está por descubrir.



Las citas dependen de la situación y la persona. Personalmente, para que empiece bien una cita, tiene que ser propuesta. Las que propongo yo, ya no tienen tanta gracia. Me gusta que me sorprendan. A todos nos gusta, lo sé. Pero como es mi opinión la que estoy contando, es la que vale en estos momentos. Así que empezamos con un clásico chico pide a chica una cita. Y ahí empiezan los nervios. Porque partimos de la premisa de que hay una atracción mutua. Si no, no es una cita. Es una penitencia. Y no tiene la magia que tiene la incertidumbre de no saber cómo va a salir. Este paso ya es importante en si. Cómo te la piden. A mi no me sirve un "vamos a comer" o "por qué no vamos al cine". Eso pienso que son reuniones. Quedadas con amigos. Si es una cita de verdad, te han de dejar claro que las intenciones ocultas no son las amistosas.



Empieza la función. Empiezan los nervios. Las suposiciones, las dudas. Qué me pongo. Me pinto un poco o dejo que vea directamente mis defectos. Me he de depilar, pero, oh Dios mio, no lo he hecho en todo el invierno y eso me llevará horas... La ropa vuela veloz del armario hasta un montón, cada vez, más eminente, encima de la cama. Esto no, que me hace gorda. Esto no, que enseño demasiado escote y pensará que soy una facilona. Esto tampoco, demasiado elegante. Demasiado tirado. Arghhhh. Luego cuando estamos más o menos decentes (nos hemos acabado poniendo lo mismo de siempre, pero con el ligero maquillaje, parecemos otra) empezamos la otra labor titánica precita: el peinado. Empiezas dejándote el pelo suelto. Pero entonces descubrimos un mechón rebelde. Lo embadurnamos con los mil y un potingues: espuma, gel, cera, laca... total que acabamos observando que el pelo ha adquirido el brillo especial "lamido de vaca". Notas que las lágrimas empiezan a aflorar. Qué desastre, con lo que ha costado hacerse la raya, de manera que quede más o menos igual en los dos ojos (porque no sé por qué, siempre queda más gruesa en un ojo que en el otro). Acabamos con la cabeza dentro del lavamanos, lavándonos el pelo sin jabón, para desincrustar lo que, anteriormente hemos aplicado con tanto esmero. Nada, el mechón suelto sigue ahí. Y el resto del pelo, parece haberse desmayado por intoxicación fijadora. Te entra un ansia irreprimible de rapártelo al cero. Miras el reloj y ves que no te da tiempo. Acabas haciéndote un moño. Rápido, eficaz, y disimula el desastre anterior.


Llega el momento en que o te pasan a recoger (si tienen coche) o has quedado en la salida de algun metro. Yo siempre llego la primera. Exceso de puntualidad crónica. Por eso suelo llevar siempre un libro en el bolso. Esos momentos de espera son demoledores. Destrozan los nervios. Empiezas a imaginar como van a desarrollarse los proximos acontecimientos. Estableces posibles conversaciones imaginarias en las que siempre quedas como una erudita urbana. Pero a la hora de la verdad la lengua se traba. Estás tan pendiente de quedar bien, de parecer ingeniosa a la par que divertida e interesante, que acabas diciendo estupideces. Conversaciones insustanciales. O silencios incómodos, porque te quedas mirando al otro esperando que de su boca salga ese comentario tan incisivo que hace un rato te imaginabas mientras esperabas a que llegase. Pero probablemente esté intentando averiguar que carajo te pasa en el pelo que tiene ese aspecto tan apelmazado.


Anécdotas varias después, llegamos al otro momento culminante de una cita. La despedida. Nunca sabes qué hacer. Le das dos besos (o ha ido mal o es muy tímido, o lo eres tú, o quieres esperar a tener otra) o le das uno (ha ido muy bien, o ha ido muy mal y exiges una compensación física). Y te quedas mirándole la cara, intentando adivinar cuáles son sus intenciones. Hacia donde se dirigen sus labios (hacia las mejillas o hacia tu boca??), para tú imitar sus gestos sin temor a hacer justamente lo contrario que la otra persona. Normalmente lo que sucede a continuación es un momento de absoluto vacío. La otra persona está haciendo exactamente lo mismo que tú. Así que ahí te quedas tú, mirando como una idiota al otro, que tiene la misma mirada de confusión y titubeo que debe expresar tu cara. Una vez, una cita que tenía, no pudo soportar ese momento de indecisión, y acabó dándome una palmada en el brazo y echó a correr. No volví a verle. A este paso debe haber llegado a Australia.

Lo bueno que tienen las citas, es que con el tiempo, olvidas todos los disgustos y sinsabores que vives durante esas horas, y cuando las recuerdas suelen hacerte sonreir e, incluso, hacerte reir a carcajadas. Es una pena que estén desapareciendo. Ya nadie suele pedir una. Se queda con la persona como amigos y según como vaya la cosa, te proponen veros una vez más. Ya no hay citas en que el chico se arregla para causar buena impresión, y te tratan como a una reina ese día. Esas citas en que te llevan a cenar. En que los dos estais incómodos con esa tensión que se palpa en el ambiente... eso era antes. Las cosas cambian con el tiempo. La rapidez de la ciudad se infiltra también en las citas que bailan al son de internet. Ahora una cita ya no es para conocerse, es únicamente con fines sexuales. Aunque de vez en cuando, alguna perla aparece entre tanto mejillón.

Yo, desde aquí, reivindico la inocencia perdida en alas de la modernidad. Vivan las citas!!!

miércoles, 6 de agosto de 2008

TE VAS



A veces, cuando menos lo espero, tu recuerdo me asalta por sorpresa. Es como si alguien me pegara un puñetazo muy fuerte en medio del pecho. El aire se me escapa veloz entre los labios. Tengo que parar lo que esté haciendo y esperar a que pase el efecto de ese impacto inesperado. Luego, domino el dolor que queda y sigo adelante. Como las olas que besan la playa con brusquedad, para luego retirarse mar adentro con una caricia. Así te siento a ti.



No hace tanto que te fuiste, y sin embargo, a veces, me parece una vida entera. Supongo que es por la sensación tan grande de pérdida. O por haber vivido cosas que no me tocaban antes de tiempo. La responsabilidad es una carga muy pesada. Pero tú ya no estás aquí, y es ahora cuando me pregunto, si lo has estado alguna vez realmente.



Hay muchas cosas que me gustaría decirte. Explicarte. Exigirte. Enfrentarte a los hechos desde mi punto de vista. Pero impusiste los tuyos a modo de verdad absoluta. Y con ellos me diste carpetazo final. Porque aceptarlos no es una opción válida. No me puedo fallar a mi misma. Así que escribo. Porque no me queda otro camino para sacar todo lo que llevo dentro. Escribo para ti. Sobre ti, casi siempre. Escribo para que otros lean. Para compartir, aunque sea de un modo absurdo, ese dolor que siento. Porque así, me siento un poco menos sola.


Y es curioso, que la persona sobre la que tanto escribo, sea quizás la única que no lea nada de esto. Aunque en mi imaginación me gusta pensar que sí lo haces. Te vislumbro ahí, callado. En silencio. Recorriendo estas líneas con el ceño fruncido. Pensando que no he entendido nada. Que no quiero entender nada. Que manipulo la realidad a mi antojo. Pero quizás, el que no entiende nada, eres tú. Culpa mía. Culpa tuya. Somos dos. Éramos dos.
Y es que prescindir de golpe de una persona que ha ocupado gran parte de tu vida, es muy difícil. Aunque sea necesario. Hay que extirpar el dolor de raiz. O te obligan a golpe de palabra. Pero en el fondo, agradezco tu frialdad. La indiferencia que demuestras a veces. Te convertiste en tijeras para cortar ese hilo que me unía a ti. Yo no era capaz. Y aunque, algunos días he llegado a sentir desesperación, no me queda otra opción que darte las gracias. Gracias por dejarme caer en el pozo. Hay caídas que son necesarias. Terapéuticas, incluso. Huesos que hay que romper para que se vuelvan a soldar. Porque así he aprendido a ser fuerte. A ser valiente. A sacar de dentro de mí, una resistencia que pensaba que no tenía. Porque se me ha caido la venda de los ojos. Porque te has caido tú también conmigo. Te has caido del pedestal donde te tenía. Donde te puse, pensando que eras lo mejor de mi vida. Porque también me has enseñado lo que son los amigos. Los verdaderos. Los que saben ver a través de tus lágrimas. Los que te tienden la mano y los que te ayudan a salir. Los que te hacen compañía sin mediar palabra. Los que están ahí cuando los necesitas.
Tú una vez intuiste que te necesitaba, pero ahora ¿dónde estás?

viernes, 1 de agosto de 2008

UNA HISTORIA DE ALGUIEN


Alguien me ha hecho llegar una historia para la recolectora. Agradezco enormemente el esfuerzo que algunos haceis por sacar estas historias del baúl de los recuerdos, donde yacen enterradas. Incluso olvidadas. Nunca es fácil recordar el dolor o la decepción que sentimos en su momento. Siempre es más fácil recordar lo ameno, pero a veces, parece que le restamos importancia. Inma compartió su experiencia, y esta persona, comparte una historia de desamor. La recolectora de historias que soy, agradece su aportación.


Cuando te dejan, duele. cuando aún estás enamorado de esa persona, duele más. Cuando esa despedida aparece sin previo aviso, es demoledor. A veces, hay migajas por el camino, que sabes que conducen a un futuro desacuerdo. Consiguiente separación. Quizás tú también vayas dejando tus propias migas. Guijarros blancos como lágrimas de sal. Pero sirven para prepararte. Para lo inevitable. O para la lucha. para conservar aquello que deseas mantener.


Cuando fuimos a vivir juntos, no esperaba que la historia, nuestra historia, fuera a deambular por estos derroteros. Paletadas de tragicomedia. Quizás hubieron señales que no supe ver. Interpretar. Pensé que todas las dificultades que aparecieron eran peruebas a superar. Para demsotrar nuestra solidez. Para que supiéramos valorar el éxito, una vez conseguida la meta. Ahora pienso que, tal vez, fueron señales que indicaban que el camino que seguiamos, no era el correcto. Quizás tú ya lo sabías entonces.


Y un día me dijiste que te ibas. Me plantaste delante un montón de excusas que no entendía. Supongo que tú tampoco. Excusas ilógicas. Incatalogables. Excusas extraidas de un catálogo de abandono. Mentiras disfrazadas de excusas. Y no entendí. Y te dejé ir. Me dejaste solo en una casa a medio construir. Pensando que te ibas porque estabas huyendo. Qué iluso.


Pero los secretos no se pueden ocultar por mucho tiempo. Y si son grandes, menos. Aún me asombra que pensaras que podrías conseguirlo. Me duele que creyerasa que era tan estúpido. La casualidad, porque siempre son las casualidades, quiso quitarme la venda de los ojos. Se encendieron las luces para que pudiera ver. Cayeron las máscaras. Y la verdad, se presentó ante mi, con su terrible realidad.


Estabas con otro. Pero no con otro cualquiera. Con mi mejor amigo. Te presentaste como un Peter Pan, y resultaste ser el Capitán Garfio. La incredulidad dio paso a la estupefacción. La estupefacción me dio tiempo para pensar. Para atar cabos. La curiosidad desató la furia. Una furia fría. No venía del hecho de que me hubieras dejado. Eso pasa continuamente. Eso lo puedo llegar a entender. La furia tenía su origen en tu mentira. Pero, sobretodo, en vuestra cobardía. La traición no es que estuvierais juntos. O que jugarais a quereros. La traición fue la cobardía, vuestra falta de cojones para decirme qué pasaba. os quería a los dos. Formabais parte de mi vida. Parte importante. Ineludible. Pero, para vosotros, yo no merecía el derecho a saber. Vuestra confianza. Vuestra verdad.


Me habeis quitado muchas cosas. Cosas que no cabían en las maletas que te llevaste, pero que igualmente se fueron tras el eco de tus últimas pisadas. Del aroma de tu pelo, que permaneció en la almohada, y que quedó ahogado con el peso de mis lágrimas. De mi rabia. Me quitasteis a dos personas de mi vida. Vosotros. Como una oferta barata de supermercado de saldo. Un 2x1. Me quitasteis la ilusión, la confianza en un mundo de personas justas. Honradas. De amigos sinceros. Pero, sobretodo, me quitaste el derecho a una explicación. A saber. No disteis la cara cuando os llamé. Cobardes. Traidores. A veces la vida puede dar miedo. Yo os di miedo. Pero cuando se toma una decisión, hay que acarrear las consecuencias. Yo fui una de ellas. Hace falta madurez para coger el toro por los cuernos. Defender tu postura con la cabeza bien alta. Pero en vez de esto, hicisteis oidos sordos. Os escondisteis. Me privasteis de la posibilidad de contestar tantas preguntas... Preferisteis que me quedara solo con mis dudas, mis suposiciones. No merecía esto. Yo no os lo hubiera hecho. Lo sabeis. Por eso pienso que la vergüenza fue la que condujo vuestros actos.


La vida sigue. La furia se apaga. Se duerme. Los valores cambian. Mi manera de entender la vida, el amor, la amistad, ha quedado transformada para siempre. Amigos que estaban ahí, demostraron su valía. Cogieron las riendas que tirasteis en vuestra huida. Pero sobretodo... sigo sin entender. Sin saber.

miércoles, 30 de julio de 2008

MIS OTROS YO


Soy una persona normal y corriente. Tengo cosas buenas, y también, las tengo de malas. Tengo cosas que siempre quise tener. Me faltan cosas que quisiera. Porque no somos perfectos. El éxito consiste en querer serlo.


Hay muchas cosas que me gustaría cambiar de mi. Como a todos. No soy especial en ese aspecto. Pero cuando quiero modificar un aspecto de mi carácter, utilizo una técnica que creo que es denominación de origen. Origen moniquero. Creo alter egos. Los doto de nombre e historia propias y su rasgo más característico es que en su personalidad, destaca ese rasgo que a mí me gustaría tener, y que no tengo. Así que cuando quiero mejorar algo, o necesito utilizar un recurso que no poseo en demasía (no sé, encararme con alguien, por ejemplo), imagino que soy ese personaje imaginario, e intento actuar como lo haría él. Bueno, ella, que soy una chica, aunque a algunos se les olvide (ehem, ehem). Y ya sé que a lo mejor es de locos, de locos de verdad, pero el caso es que a mí me funciona la mayoría de veces. Tengo una galería de personajes de lo más variopinto. Los saco a relucir cuando la necesidad lo requiere, aunque no dejen de ser rasgos de personalidad enmascarados de personajes, al más puro estilo de rol.


La más antigua es Eina. El nombre lo escogí porque fue mi primer personaje de rol y le tengo cariño. Eina es esa parte más instintiva, que casi siempre trato de controlar. Es Mònica cuando las inhibiciones van desapareciendo a medida que aumenta el nivel de alcoholemia. Eina es mordaz, y provocadora. Coqueta. Le encanta hablar con todo el mundo, sin timidez, con osadía. Es la reina de la fiesta. El centro de atención. No tiene pelos en la lengua, y dice lo que piensa. Lengua viperina que juega en orejas ajenas. Coje lo quiere, o si no, lo intenta. Eina es nocturna. Sólo sale a pasear en contadas ocasiones porque a la mañana siguiente, soy yo la que recoge los destrozos.


Ireth sería esa parte romántica que aún lucha por sobrevivir a pesar de mis esfuerzos porque desaparezca. Se esconde en algunas miradas, en los detalles y me susurra sueños imposibles cuando estoy distraida. Reluce en días especiales, días comerciales. Es la que espera aún rosas blancas. Se escapa de mi control, de mi raciocinio. Es transparente. Va desapareciendo con el peso de los años y las decepciones. Pero aún resiste, y se permite el lujo de sorprenderme, cuando estoy con la guardia baja.

Y por último está Icewoman, la vengadora enmascarada. La justiciera de los corazones rotos. La que planea venganzas, que le gustaría llevar a cabo. La que espera paciente su oportunidad para dejar las cosas claras. Sin pelos en la lengua. Defendiendo las cosas en las que cree. Franca, directa y justa. Valiente. Encara las situaciones, ignominiosas a veces, con una sonrisa en los labios, y las dagas en la punta de la lengua, listas para ser lanzadas al menos atisbo de insolencia. Ella es como todo superhéroe, atormentada por hechos que no puede controlar, busca su propia justicia contra los enemigos. Aquellos que osan romper un corazón, están en su punto de mira. El perdón ya no es una opción para ella.

Partes oscuras. Partes hermosas. Todas juntas forman otra yo. La yo que me gustaría ser. La que no me atrevó a ser. La que, quizás, no sería bueno que fuera. Ellas me completan, de una manera ilógica. Todos tenemos esa parte nuestra que no controlamos. Ese rasgo de carácter que se escapa en determinadas ocasiones y que, a veces, nos llega a sorprender. Eso se ve. Siempre decimos que alguien nos ha dejado sorprendidos porque no sabiamos que fuera así. Incluso nos podemos llegar a sorprender a nosotros mismos. A esta parte desconocida es a la que me refiero. Sólo que yo conozco a algunas. Las vuelvo antropomórficas. Las saco del subconsciente y las materializo. Porque puedo. Porque quiero. Porque conocer, es saber. Porque dejarse conocer, es ofrecer a los demás la oportunidad de que te descubran. De que te acepten. De que te quieran por lo que eres. No por la imagen que puedas dar. En este baile, las máscaras quedan fuera.

martes, 29 de julio de 2008

CAMBIOS


A veces, cuando empiezo a escribir, no sé qué va a salir de mis dedos. Las teclas se oprimen solas. La mente vaga libre y, por unos instantes, se desconecta de su humana prisión. Vuela sin alas. Las ataduras se sueltan. No pensar, en cierta manera, me libera a mí también. Mi mente viaja al subconsciente. Se llena las manos de niebla, con los malos recuerdos, sensaciones impertinentes, deseos frustados y recuerdos nostálgicos. Lo recoge todo y luego lo transmite a mis dedos, que a veces vuelan veloces por el teclado. A veces dudan de escribir según qué. Toda la verdad de mí queda camuflada en metáforas que son sólo para uso propio. Para el que se sienta aludido. Para el que sepa leer entre líneas. Para el que sepa leer la verdad. Mi verdad. Para el que esté dispuesto a verla.


Hoy es día de divagaciones varias. Tengo muchas ideas que me rondan la cabeza. El año está siendo movidito en varios frentes, lo que ha hecho que diversas situaciones hayan ocasionado un cambio de perspectivas. Un cambio de actitud. De valores, tal vez. Quizás hoy es día de valorar cómo ha ido esta mitad de año. A qué conclusiones creo haber llegado. Qué he variado. Cómo enfocar lo que queda hasta que acabe diciembre. Quizás es un tontería. Pero a veces, siento la necesidad de parar de andar, y tomar un respiro antes de continuar.


Ha sido un año de cambio sobretodo en las amistades. Amistades que tuve que alejar para poder vivir de más cerca. Inma se fue, y es precisamente de este modo, como la siento más cerca. Nos apoyamos tanto la una en la otra, que no nos damos cuenta y acabamos dependiendo la una de la otra. Formamos nuestro micromundo y ya no dejamos entrar a nadie más. Nos quedamos más solas, y eso sólo hace que reforzar la bola de cristal en la que estamos refugiadas. Hubo que romper la burbuja que nos envolvía, para que volvieramos a recordar que, aunque siempre nos tendremos, ahí afuera también hay vida. Vida independientemente de la otra parte. Vida para conocer. Pero qué duro es abandonar el oasis y enfrentarte a la arena ardiente del desierto. Aunque cuando la arena empezaba a quemar y creí que no sería capaz, apareció Jordi, con sus yatzhee y sus crucigramas, me cargó a hombros y, cuando me soltó, noté sorprendida que la arena era tibia. Así aprendí que hay gente que aparece y desaparece, como espejismos de bruma, para ayudarte en momentos determinados.


También se fue Xavi, pero fue diferente. O quizás no tanto. Si no eres capaz de romper un vínculo emocional con alguien, has de poner tierra por medio. Es el único camino. Si no, esos lazos invisibles que te atan no se rompen. Y no puedes avanzar. Y no puedes ver la verdad que la gente esconde. Porque no la quieres ver. Ideales que fracasan ante la realidad. De todos modos, he aprendido que hay otros caminos para desatar lazos banales. Las palabras a veces, son más contundentes que el aislamiento. La ausencia de un perdón, es más devastadora que la realidad. La mentira te puede hacer dudar. A veces sólo ves en la gente, aquello que te gustaría ver. Nadie es tan perfecto como tu corazón te quiere hacer creer. Al marcharse, yo cerré por fin esa página que no acababa de terminar y él, cerró la puerta con un portazo que hizo que se abrieran varias ventanas. Y por ahí entró Marius, dispuesto a enseñarme que los amigos de verdad existen. Que si tienes a alguien que está tu lado, puedes ser valiente. Que si te caes, hay alguien que te tiende una mano. Que algunos no somos de carne, sino de roca. Porque somos fuertes. Porque nos han roto el corazón y, hemos sobrevivido para el siguiente asalto.

Mi Neus se casó. Y ella cumplió su sueño, y me permitió ser feliz al compartirlo conmigo. Y la boda me trajo varias cosas. Los novios del pastel. El retorno de Meri. De manera que ahora volvemos a ser las tres. El triángulo de las Bermudas Santsalvadoreñas. El trío vuelve a estar completo, y eso, de alguna manera, nos hace más fuertes.

Y Desiree, siempre eterna, siempre ahí. por suerte, entre tantos cambios, siempre está la roca que permanece firme y que nos permite aferrarnos a ella, hasta que los vientos se vuelvan suaves brisas.

Gente que entra, que vuelve, que aparece, que se hace más fuerte. Gente que nos sostiene, que nos apoya, que nos quiere, que nos ayuda a avanzar. Gente que se marcha, que echamos, que se distancia, que se pierde. Gente que nos daña, que nos retiene, que nos ataca, que nos duele. Todas ellas son una vida. Todas ellas, me hacen más fuerte.

domingo, 27 de julio de 2008

ROSAS BLANCAS


Siempre había tenido un sueño estúpido. Ese sueño como tantos otros, ya no existe. Ya no está. Pero quería compartirlo porque hacía mucho que estaba conmigo y ya le había cogido hasta cariño.


Yo soñaba que la persona de mi vida, ese príncipe azul en el que aún creía de vez en cuando, sería identificado mediante una señal. Él me regalaría un ramo de rosas blancas, mis flores preferidas. La dificultad estaba, pues si no, cualquiera podría ser ese príncipe encantado, en que yo jamás diría a nadie, bueno, a ningún posible candidato, cuáles eran esas flores que me hacían suspirar. Era mi propio laberinto del Minotauro. Sólo los que siguieran el camino correcto serían capaces de llegar al centro, donde estaría esperando exultante. Con el rostro arrobado y esas patrañas típicas de novelas rosas. Por supuesto, cualquier persona mínimamente avispada, y que tuviera interés en llevar a cabo semejante hazaña, tan sólo tenía que preguntar a cualquier persona de mi círculo íntimo, cuál era el color correcto de mis preciadas flores. Todas mis amigas saben que suspiro por una, o unas cuantas, de esas rosas blancas. Migajas de información que marcaban el sendero a seguir. Según las flores escogidas, o la ausencia de ellas, la persona en cuestión se situaba más o menos cerca de cumplir mi sueño. De ser la señal que lo marcaría como aquel al que mi corazón estaba esperando.


Pero curiosamente, aunque dos personas hayan cumplido los requisitos, ninguna resultó ser ese príncipe que yo esperaba. Más bien resultaron ser ranas. El primero que me regaló rosas blancas fue Xavi, en un cumpleaños. Un bonito ramo que entregaron los señores de Interflora. Por un momento, estuve asustada de que la señal indicara que ese hombre, bastante entrado en años (y en carne) con mono azul, plantado ante la puerta de mi casa, con un ramo de rosas blancas, fuera el elegido. Pero cuando leí la targeta, sonreí, bastante aliviada y le cerré la puerta en las narices (no fuera que me pidiera propina, pues era joven e indigente). La targeta, que aún guardo (hay cosas en las que nunca cambiaré), reflejaba la consecución de ese sueño y la promesa de otros. Pero esos otros nunca llegaron. Las rosas se marchitaron. La vida continuó y con ella mis esperanzas de que, algún día alguien volviera a sorprenderme con rosas blancas.

El siguiente que consiguió acertar con el color, fue Jordi, el de París. Lo nuestro fue un amor a primera vista. De todos modos al chico le costó decidirse y yo no ayudé mucho, pues tenía dudas. Y a otro en la cabeza y en el corazón. Hay que ser sinceros a estas alturas. Esas dudas cogieron las maletas y se fueron para siempre jamás, un día en que me dijo que si aceptaba una cena con él, me traería un ramo de flores, como un caballero. Qué flores traerías? le pregunté expectante. Y se me quedó mirando a los ojos, y creo que de algún modo extraño, me leyó los sueños pues contestó sin asomo de duda: para ti, rosas blancas. No puede ser ninguna otra flor. Así que acepté, y él cumplió la promesa. Y estuve convencida mucho tiempo que las rosas no se habían equivocado. Pero.... lo habían hecho. La oveja se quitó el disfraz y apareció el lobo debajo. Un viaje y un mensaje de móvil después, Jordi desapareció y se llevó mis esperanzas y mis rosas consigo. El Minotauro estuvo cerca de conseguirlo. El príncipe se convirtió en sapo.

Y ya no me han vuelto a regalar rosas blancas. Por sorpresa, quiero decir. Los amigos a veces me sorprenden con una para hacerme sonreir. Pero las rosas blancas ya no marcan el camino. Ya no son una señal. Una crece, y la vida te hace madurar. Te pinchas con las espinas de esas rosas que prometen tanto amor, y te das cuenta, de que ya no te gustan. Hasta les tienes miedo.

Guardo un pétalo de cada ramo. En mi diario. En mi corazón. Las rosas blancas siguen siendo mis favoritas. Pero ya no son rosas de amor.

martes, 22 de julio de 2008

TENGO 30 AÑOS




Bueno, en verdad, ya tengo 31, pero quería hablar de cuando cumplí los 30. Fui de las pioneras en esto de cambiar de decenio entre mis amigos. Son las desventajas de haber nacido en enero.




Realmente, para una persona que se jactaba de quedarse inmune ante el paso de los años, la catástrofe que fue el dejar de ser una veinteñera, fue todo un espectáculo. La verdad es que, últimamente, los años que han ido pasando, se han vuelto inclementes con mi persona. Hay gente que cree que cuando pasan cosas malas, sucesos duros, enfermedades varias o pérdidas irremplazables, es porque hay que aprender una lección. Yo ya he dicho que paso. No quiero aprender nada. Prefiero vivir un poco más feliz, nadando en la ignorancia. Si he de aprender a ser fuerte es porque vendrán situaciones en las que lo requiera. Eso me mosquea bastante. ¿Significa esto, que estas visicitudes por las que estoy pasando, tan sólo suponen el preámbulo de algo peor?


En fin, a lo que iba. Un par de semanas antes de cumplir los 30 cometí una estupidez. Me miré en el espejo y recordé. Fue en ese momento justo cuando entré en crisis profunda. Porque a mi, el futuro es algo que no me preocupa especialmente. Lo que haya de venir, vendrá. No se puede evitar. Eso lo he aprendido tras intentar pactar con Dios y con el diablo, Buda, Mahoma y todo una ristra de santos varios, una mejora en mi calidad de vida presente y futura. Por favor, que se enamore de mi. Por favor, que pueda desenamorarme de él. Por favor, que me toque la lotería. Por favor, que me entre ese pantalón aunque sea de una talla menos. Por favor, que se quede impotente. Por favor, que se cure milagrosamente. Nada. Nunca me han funcionado las peticiones. El futuro se ha plantado ante mi inexorable. Arrasando, asolando, y de vez en cuando dándome un respiro para recuperame para el siguiente combate. Treguas finitas. Tiempo de lamerme las heridas. Por eso no me preocupa. Ya he asumido que lo peor puede tornarse aún más malo. Y que a veces las cosas cambian. Es cuestión de paciencia. A nadie le pueden ir mal las cosas tanto tiempo. No es factible.


Pero el pasado... eso es otra cosa. Eso sí me afecta. Es una tontería, lo sé. Porque tendría que ser precisamente al revés. Pero la melancolía es una acérrima enemiga. Miro hacia atrás y veo todo lo que no he conseguido. Los sueños que al romperse, clavaron sus astillas en mi alma. Las ilusiones que me hicieron avanzar y luego se desvanecieron. Los logros que parecieron importantes y que ya van perdiendo su brillo. Recuerdos de plata vieja. Personas que ya no están. Personas que siguen estando, pero que en el fondo, tan sólo son espejismos que se sostienen por el peso de los años. En el pasado me pierdo. La nostalgia me da pena. Yo me doy pena cuando estoy así.


Me miré en el espejo y recordé. Sí, craso error. Porque me vi con 30 años como soy. Y no me desagradó. Tengo un trabajo que me gusta. Estudio lo que quiero. Vivo por mi cuenta desde... mucho. Tengo amigos. Tengo un perro. Y mi familia va sorteando como puede las adversidades. Miro mi vida y pese a que el ámbito del amor sea un completo desastre, creo que puedo decir que estoy satisfecha con lo que he conseguido. No me han dado nada. Todo lo que tengo lo he peleado. Lo he sudado. Lo he ganado porque me lo merezco. Pero al recordar lo que yo soñaba que tendría con esa edad... Ya tendría que estar casada. De hecho iba a conocer a mi marido en la universidad, exactamente un año antes de acabar la carrera. Iba a trabajar en un gran hospital, viajar a la India o Perú para vacunar a los niños de las tribus. Con 30, ya tendría que tener a mi segunda hija en brazos. Tendría que estar pagando religiosamente la hipoteca de mi bonito ático. Y sacar a pasear a mis perros. Muchos.

Pero no tengo nada de lo que estaba segura iba a tener. Comparto piso. De alquiler. Y es un segundo. Sigo sola. Mi flamante marido debe vivir en el continente austral y po eso no lo encuentro. Y los hijos... yo sola no puedo pagarlo todo. O comen ellos o como yo. Aunque siempre podríamos comernos al perro, claro. Y no hablemos de afrontar una hipoteca sola... entonces tendría que comerme a los hijos.

La dura realidad versus mis ilustres fantasías. KO total. Si por mi fuera me hubiera encerrado en casa hasta cumplir los 70 y llegar a esa edad sin que me importara un pito lo que pensaran los demás. La culpa es de la sociedad, que nos inculca estas aspiraciones familiares y materiales. No digais que no os han dicho unas mil veces que como puede ser que una chica tan fantástica como tú (o chico) aún no tenga pareja. Que los hombres de hoy día deben ser tontos. Está claro que efectivamente, esa es la respuesta correcta. Son tontos de remate. Y la vida es demasiado cara para satisfacer ese aspecto material que se nos exige. De todos modos, yo he llegado a la conclusión de que prefiero gastarme el dinero que ahorro en estupendos viajes, que en sacrificar mi vida y mi ocio embarcándome el la titánica tarea de pagar un piso. De propiedad. No me enterraran cuando muera en mi piso, pero los recuerdos de esos viajes sí que me los llevaré conmigo a la tumba.
Desde entonces, el paso de este año y parte del siguiente, han mitigado en parte esa sensación de desolación e impotencia. Ahora observo divertida como otros pasan por estas fases, más o menos con mayor o menor estoicismo. Según lo que hayan conseguido arañar de esos sueños de la infancia o de la juventud.

lunes, 21 de julio de 2008

MI MUNDO ROSA


Una vez, una persona a la que quería mucho, muchísimo, me dijo que pensaba que yo vivía en un mundo rosa y, que las veces que visitaba la realidad, ésta se mostraba demasiado dura conmigo y me obligaba a retirarme otra vez a ese mundo en el que vivía refugiada. No entendí muy bien si ese mundo lo había creado yo para escapar de la realidad, o bien, formaba parte inherente de mí, de mi manera de ver el mundo. Hay cosas que la gente no sabe explicar. Porque hay pocas palabras para expresar lo abstracto. Los sentimientos. Las ideas. Y también hay cosas que prefiero no preguntar. Porque hay respuestas que duelen. Que defraudan. Vivir en la ignorancia, a veces puede llevarte a ser feliz.

De todos modos, la idea de que esa persona pudiera pensar que, en cierta manera, viviera en una realidad alternativa, en un mundo rosa, me hizo mucho daño. Me decepcionó que no viera como soy en realidad. Ojalá pudiera tener un mundo rosa en el que refugiarme de vez en cuando. Desconectar de una realidad, que a veces se torna insoportable. Eso sólo lo consigo cuando duermo. Cuando soy la que dirige el rumbo de mis sueños. La ilusionista nocturna que torna las experiencias y sucesos diarios en una fantasía onírica, que a veces me hace reir. Que a veces me hace llorar.

Que vivo en un mundo rosa es la imagen que proyecta una máscara. Soy la reina de las máscaras. La dama de las cebollas. Ya lo dije. Ya lo avisé. Prefiero que la gente piense que vivo en un mundo rosa. Los que de verdad se molestan en conocerme, saben que precisamente eso, no es así. Mis amigos saben que soy fantasiosa, sí, pero que soy de las pocas personas que conocen, que tiene los pies firmemente agarrados al suelo. Soy realista. A veces demasiado. Y por eso sé que la realidad es muy dura de llevar. Puede ser cruel. Puede ser egoista. A veces es maravillosa. Sorprendente. Pero nunca sabes cuándo. Por lo tanto, si la vida ya nos parece dura de por sí, ¿por qué mostrar a los demás lo terrorífica que puede resultar para uno?

Yo reparto esperanza. Sonrío y muestro que soy una superviviente. Que ante las adversidades, una risa es un escudo. Que por más que te rompan el corazón, sigues soñando con ese príncipe azul. Que cuando te hieren, lo mejor es perdonar, aunque no te lo pidan. Que aunque te den de ostias, lo mejor es levantarse y volver a andar. No tengo problemas, o al menos, les resto importancia. Esa es mi máscara. Vendo ilusiones. Recolecto historias para explicar.

Cuando llego a casa y estoy sola, a veces, sólo a veces, me quito un rato esta máscara para descansar. Es duro vender a los demás que estás bien, que eres fuerte, que estás superando los disparates ante los que te encuentras. Me hago una bola y desconecto. Escucho a mis secretos, que se esconden feroces en el corazón. Piedras para el alma. También escucho música. Pero sobretodo, sueño. ¿Será ese en verdad, mi mundo rosa?

Creo que lo que más me dolió del comentario del mundo rosa, no fue el hecho de que mi máscara funcione como yo quiero, sinó el hecho decepcionante de que, esa persona tan importante para mí, no supiera ver a través de ella.

sábado, 19 de julio de 2008

LA LISTA DE INMA



Inma tiene una capacidad brillante para catalogar a la gente en diversas categorías. A veces con un simple vistazo los situa en un grupo determinado, por ejemplo, si el hombre bebe cerveza, se trata sin duda de un hombre clásico. Estas clasificaciones hacen referencia al mundo interior de Inma y la manera de organizar ella sus vivencias, sus ideas y sus propias experiencias. Con ello quiero dejar claro, que su clasificación pertence, sin asomo de duda, a un método no científico y totalmente empírico, sin dicha definición puede ser posible. De todos modos, con ella, hasta lo imposible y lo absurdo tienen su lugar.


Ella, generosamente, me ha facilitado las diferentes categorías a las que puede pertenecer una persona, en este caso del género contrario, y las definiciones en las que se basa para situarla en un grupo u otro. El conocimiento ha de estar al alcance de cualquier fémina, para que sepa a que atenerse en función de la clase de chico que tenga delante. Eso es lo que ha dicho, y eso es lo que hago. La recolectora de historias que soy, agradece enormemente su aportación. Ahí va la lista.


Chicos bolso: Son aquellos chicos que, al igual que un carísimo bolso de marca, sirven sobretodo para lucir en las fiestas. Los llevas colgados del brazo y los muestras con orgullo a las demás, con el placer secreto, y un tanto perverso, de ver una pizca de envidia en sus miradas. Estos chicos, al igual que estos bolsos, no suelen tener nada dentro, o sólo lo indispensable para poder quedar bien y ser funcionales. De todos modos, tampoco es que esperes más. Estas cosas ya se saben cuando los adquieres. Algunos estudios apuntan a que la masa encefálica que debería estar situada en la cavidad craneal, se haya dispersa en los incontables y enormes músculos que estos chicos-bolso poseen, normalmente, para aumentar su atractivo. Estos músculos están especialmente desarrollados en brazos y piernas. Lamentablemente, el músculo que más interesa al finalizar la velada, no está a la altura de las expectativas creadas por sus homólogos. Tampoco es que interese mucho que mantengan una conversación interesante, puesto que lo que te interesa de ellos, es lucir su hermosura de adonis por aquellos lugares a los que decidas llevarlos.

Parásitos emocionales: Cuidado con estos elementos, pues son bastante peligrosos. Son chicos que aparecen en tu vida portando una gran cantidad de traumas o desgracias a cuestas. La más relevante, y la que suele ser definitiva para poder catalogarlos dentro de este grupo, es el abandono por parte de una novia, que, o bien es la de toda la vida, o bien alguien con quien llevaban muchos años. Este trauma, según te explican, les impide mantener una relación contigo. Una relación seria me refiero. Porque para mantener una de amistad, o de algo más (siempre y cuando la palabra compromiso se encuentre bien lejos), no hay problema. De hecho, tu te conviertes en una especie de amiga/amante/psicoterapeuta provisional y esperas a que con el tiempo, sus heridas curen, y él se de cuenta de la persona tan maravillosa que tienen a su lado, el apoyo que les has brindado, y decida estar contigo de una manera completa. El problema de estos chicos es que, una vez superado el trauma, enseguida se van con otra. Tú sólo eres una chica de paso, una chica-puente (entre una relación y otra). Te sueles quedar con el sentimiento algo confuso de estar convirtiéndote en una especie de ONG.

Chicos tornado: Los chicos tornado son aquellos que cuando aparecen en tu vida, tienen la terrible costumbre de arrasarlo todo. Si no cuentas con un buen escondite, o con algo fijo a lo que agarrárte, sueles tener el peligro de salir volando. Estos chicos, no son conscientes de que su amor, puede ser un tanto doloroso. Sin tener en cuenta el factor derribo. Sin embargo, una vez ya han pasado por tu vida, y una vez tú ya has recogido todos los destrozos y más o menos has vuelto a colocarlo todo, cuando eres capaz de apreciar la calma que te rodea... es entonces cuando los empiezas a echar de menos. Porque todos tenemos dentro de nosotros esa parte masoca, que disfrute en medio de la vorágine de sentimientos descontrolados que despiertan los chicos tornado.

Chicos chiclet: Los chicos chiclet como su propio nombre indica son igual que los chiclets. En un primer momento te encanta la dulzura que emanan y disfrutas a su lado. Pero al cabo de un tiempo, se vuelven insípidos. Y, lo que es peor, se quedan enganchados. Son aquellos chicos que te llaman unas veinte veces al día, te dicen cosas como cielito, cariñito, cari, churri (y otras cursiladas que mi mente se niega a imaginar) y que siempre tienen lista en los labios la frase: dónde estás?. Si orinarse encima de la gente no estuviese penado por la ley, probablemente lo harían encima tuyo para marcar territorio. Su cursilería va quedando cada vez más patente, especialmente con regalos (que suelen incluir el color rosa, purpurina brillante y algo algodonoso al tacto) que suelen dar en fechas tan señaladas como el primer mes que te tiraste un eructo en su presencia, los dos meses que fuisteis a ver una película de acción (y, sí, por supuesto tiene la entrada enmarcada) o las primeras 24 horas en que suspirasteis a la vez. Sólo son aptos para chicas azucaradas o con una propensión enfermiza a las hipoglucemias.
Amigos especiales: Los amigos especiales son amigos con los que has llegado a tal grado de intimidad que te puedes acostar con ellos sin que esa amistad se resienta. Los amigos están para hacerse favores, ¿no?. El problema de estos chicos es que, a pesar de dejar claros los límites de este avance, o se enamoran de nosotras, o lo hacemos de ellos. Por eso, este tipo de relaciones requieren de una amistad sólida, un amigo que no nos atraiga fuera del ámbito postcoital y una determinación a prueba de bombas. También hay que delimitar estas relaciones a encamamientos eventuales, nunca semanales, y mucho menos diarios, pues ya estamos hablando de novios no reconocidos debido a temores varios. Son chicos difíciles de obtener, pero la relación con ellos es muy satisfactoria (siempre hay excepciones) e implica acceder a un nivel mayor de complicidad y amistad con ellos. Ideales para épocas en que no queremos complicaciones ni permitir la entrada a nuevos individuos en nuestra vida.
Chicos tirita/chicos follables: Los chicos follables son aquellos que despiertan nuestros instintos más viscerales pero, en ningún caso, los intelectuales. Cuando los vemos, nuestra química interna entra en erupción y se nota ese calorcillo que nos pide guerra. Suelen cumplir las expectativas en el ámbito de la cama, de manera que es posible establecer con ellos, un tipo de relación basado sólo en el atractivo sexual. Eso no implica que no se pueda hablar con ellos, como pasa en el caso de los chicos-bolso, pero no es eso lo que más despierta nuestro interés. Cuando estos chicos aparecen después de un momento difícil, o en una época de sequía, reciben el nombre de chicos tirita, pues curan nuestras heridas. No es que nos convirtamos nosotras en parásitos emocionales, pues, a diferencia de este grupo, las conversaciones sobre las heridas inflingidas no suelen existir o son nimias. La boca se usa para otra cosa, que no es precisamente el hablar.
Chicos padre: Los chicos padres son aquellos que nosotras, inconscientemente buscamos a imagen y semejanza de nuestro progenitor. Son chicos a los que les gusta ejercer como padre alternativo y con los que podemos volver a sentirnos como las niñas que antaño fuimos. El problema es que, cuando nos damos cuenta de lo mucho que se parecen a nuestros padres, salimos corriendo en estampida. Padre sólo hay uno, y no tendría una relación de ese tipo con él, la verdad.
A grandes rasgos, esta sería la clasificación general efectuada por Inma. La lista completa sería muy extensa pues no olvidemos que dentro de cada grupo encontramos infinitos subgrupos. Eso ya lo dejo a la capacidad analítica de cada uno

viernes, 18 de julio de 2008

EL PRIMER AMOR


Qué hermoso son los recuerdos de los primeros amores... Esa persona que creímos que era la destinada a permanecer con nosotros el resto de nuestra vida. Con cuanta inocencia e ingenuidad vivimos ese ideal de amor, convencidos que hemos sido tocados por una varita mágica y que vamos a ser felices al primer intento. Y aunque la mayoría de las veces la cosa acabó con lágrimas amargas y una gran desilusión, todos sonreimos ante la mención del nombre de esa persona que para nosotros supuso el primer paso para adentrarnos en el camino del amor (sí, lo sé, me ha quedado muy cursi).

Mi primer amor se llamaba Dani y fue un flechazo en toda regla. La primera vez que lo vi me dije, ese es el chico que será mi marido. Creo que él ni me vio. Con Dani viví y experimenté todas las fases posibles del histrionismo que supone enamorarse por primera vez. Los días en que me miraba o incluso me hablaba, era la persona más feliz del mundo.Y cuando no venía a clase porque estaba enfermo, mi mente enamorada, ya abarcaba todas las posibles calamidades que le hubieran podido acontecer. Calamidades que normalmente me convertían en una viuda deseperada que moría de amor al saber el trágico final de su prometido (ya sé que no lo era, pero en mis fantasías, él me amaba en silencio, secretamente. Para eso están las fantasías, no?). Idealicé al pobre chico de una manera exagerada, aunque, el amor, y sobretodo el primero, consiste precisamente en eso. Él era el mejor jugador de fútbol, no ya de la escuela, si no del mundo entero. Oliver Atton estaba acabado a su lado. Era el más guapo, el más simpático, el más chistoso. Era mi ídolo total. De hecho, aún guardo una moneda de 5 pesetas que se le cayó del bolsillo. En aquel momento me pareció lógico que un objeto que había sido tocado por sus manos, hubiera de ser debidamente venerado por aquí su amada de turno. Ya lo veía yo, con 60 años y yo que le enseñaba la moneda que durante todos esos años de amor imperecedero había atesorado como recuerdo de cuando nos empezamos a querer... Sí, qué pasa. Yo era así antes.

Pero no todo fue rosa. El primer amor suele traer consigo el primer desengaño. Y los primeros celos. Una vez estuve haciendo lo que me dijeron que era un ritual vudú (y que de hecho sólo era un juego de niñas) para que le dejara su novia de entonces. El hecho es que funcionó y la novia le dejó. Aunque probablemente fuera porque éramos muy jóvenes. De todos modos eso no implicó que yo siguiera siendo invisible para él.

Mi historia acabó cuando terminó el desaparecido (aunque no en nuestros corazones) E.G.B. No fui capaz de decirle adiós porque eso implicaría que jamás lo volvería a ver. Lloré mucho y muchos días. Este amor nos vuelve un poco histéricos, porque recuerdo que pensaba que sin él mi vida no tenía sentido y que jamás volvería a levantar la cabeza ni a enamorarme de ningún otro hombre. Durante muchos años la sombra de ese primer amor, marcó mis pasos. Siempre decía que si me volvía a enamorar, quería sentir la misma intensidad que sentí con Dani. Pero eso no es posible. Es exclusividad del primer amor. Por supuesto la vida siguió. Y, por supuesto, me volví a enamorar de otro que no fue Dani.

La vida sigue después del primer terremoto sentimental. Aprendes la experiencia, la interiorizas y empiezas a madurar poco a poco. Y te quedan los recuerdos que te hacen sonreir cuando rememoras a esa primera persona que te hizo tilín.

Hace poco encontré a Dani por internet. Gloriosa tecnología que te permite cumplir pequeños sueños. Quedamos para comer y la verdad es que disfruté mucho. Tuve la oportunidad de decirle que fue mi primer amor (creo que todo el mundo tiene derecho a saber que fue querido por alguien) y él me confesó que ya lo sabía. Vaya vergüenza! Y yo que pensaba que llevaba mis sentimientos con un estoico silencio. Soy una mártir de pacotilla. Pero en fin, por fin pude decirle el adiós que me negué cuando era una cría y acabamos el colegio. De todos modos no iba muy desencaminada, Dani es una persona estupenda. Y estoy contenta de haberlo encontrado y ver en qué se ha convertido ese primer amor. Es algo que le gustaría hacer a mucha gente. Soy una cazadora de sueños.

Pensad y recordad esas viejas historias de amor. Revivid ese primer amor. Cerrad los ojos y sonreid. Hoy es día de entrañable melancolía.