lunes, 21 de julio de 2008

MI MUNDO ROSA


Una vez, una persona a la que quería mucho, muchísimo, me dijo que pensaba que yo vivía en un mundo rosa y, que las veces que visitaba la realidad, ésta se mostraba demasiado dura conmigo y me obligaba a retirarme otra vez a ese mundo en el que vivía refugiada. No entendí muy bien si ese mundo lo había creado yo para escapar de la realidad, o bien, formaba parte inherente de mí, de mi manera de ver el mundo. Hay cosas que la gente no sabe explicar. Porque hay pocas palabras para expresar lo abstracto. Los sentimientos. Las ideas. Y también hay cosas que prefiero no preguntar. Porque hay respuestas que duelen. Que defraudan. Vivir en la ignorancia, a veces puede llevarte a ser feliz.

De todos modos, la idea de que esa persona pudiera pensar que, en cierta manera, viviera en una realidad alternativa, en un mundo rosa, me hizo mucho daño. Me decepcionó que no viera como soy en realidad. Ojalá pudiera tener un mundo rosa en el que refugiarme de vez en cuando. Desconectar de una realidad, que a veces se torna insoportable. Eso sólo lo consigo cuando duermo. Cuando soy la que dirige el rumbo de mis sueños. La ilusionista nocturna que torna las experiencias y sucesos diarios en una fantasía onírica, que a veces me hace reir. Que a veces me hace llorar.

Que vivo en un mundo rosa es la imagen que proyecta una máscara. Soy la reina de las máscaras. La dama de las cebollas. Ya lo dije. Ya lo avisé. Prefiero que la gente piense que vivo en un mundo rosa. Los que de verdad se molestan en conocerme, saben que precisamente eso, no es así. Mis amigos saben que soy fantasiosa, sí, pero que soy de las pocas personas que conocen, que tiene los pies firmemente agarrados al suelo. Soy realista. A veces demasiado. Y por eso sé que la realidad es muy dura de llevar. Puede ser cruel. Puede ser egoista. A veces es maravillosa. Sorprendente. Pero nunca sabes cuándo. Por lo tanto, si la vida ya nos parece dura de por sí, ¿por qué mostrar a los demás lo terrorífica que puede resultar para uno?

Yo reparto esperanza. Sonrío y muestro que soy una superviviente. Que ante las adversidades, una risa es un escudo. Que por más que te rompan el corazón, sigues soñando con ese príncipe azul. Que cuando te hieren, lo mejor es perdonar, aunque no te lo pidan. Que aunque te den de ostias, lo mejor es levantarse y volver a andar. No tengo problemas, o al menos, les resto importancia. Esa es mi máscara. Vendo ilusiones. Recolecto historias para explicar.

Cuando llego a casa y estoy sola, a veces, sólo a veces, me quito un rato esta máscara para descansar. Es duro vender a los demás que estás bien, que eres fuerte, que estás superando los disparates ante los que te encuentras. Me hago una bola y desconecto. Escucho a mis secretos, que se esconden feroces en el corazón. Piedras para el alma. También escucho música. Pero sobretodo, sueño. ¿Será ese en verdad, mi mundo rosa?

Creo que lo que más me dolió del comentario del mundo rosa, no fue el hecho de que mi máscara funcione como yo quiero, sinó el hecho decepcionante de que, esa persona tan importante para mí, no supiera ver a través de ella.

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