martes, 22 de julio de 2008

TENGO 30 AÑOS




Bueno, en verdad, ya tengo 31, pero quería hablar de cuando cumplí los 30. Fui de las pioneras en esto de cambiar de decenio entre mis amigos. Son las desventajas de haber nacido en enero.




Realmente, para una persona que se jactaba de quedarse inmune ante el paso de los años, la catástrofe que fue el dejar de ser una veinteñera, fue todo un espectáculo. La verdad es que, últimamente, los años que han ido pasando, se han vuelto inclementes con mi persona. Hay gente que cree que cuando pasan cosas malas, sucesos duros, enfermedades varias o pérdidas irremplazables, es porque hay que aprender una lección. Yo ya he dicho que paso. No quiero aprender nada. Prefiero vivir un poco más feliz, nadando en la ignorancia. Si he de aprender a ser fuerte es porque vendrán situaciones en las que lo requiera. Eso me mosquea bastante. ¿Significa esto, que estas visicitudes por las que estoy pasando, tan sólo suponen el preámbulo de algo peor?


En fin, a lo que iba. Un par de semanas antes de cumplir los 30 cometí una estupidez. Me miré en el espejo y recordé. Fue en ese momento justo cuando entré en crisis profunda. Porque a mi, el futuro es algo que no me preocupa especialmente. Lo que haya de venir, vendrá. No se puede evitar. Eso lo he aprendido tras intentar pactar con Dios y con el diablo, Buda, Mahoma y todo una ristra de santos varios, una mejora en mi calidad de vida presente y futura. Por favor, que se enamore de mi. Por favor, que pueda desenamorarme de él. Por favor, que me toque la lotería. Por favor, que me entre ese pantalón aunque sea de una talla menos. Por favor, que se quede impotente. Por favor, que se cure milagrosamente. Nada. Nunca me han funcionado las peticiones. El futuro se ha plantado ante mi inexorable. Arrasando, asolando, y de vez en cuando dándome un respiro para recuperame para el siguiente combate. Treguas finitas. Tiempo de lamerme las heridas. Por eso no me preocupa. Ya he asumido que lo peor puede tornarse aún más malo. Y que a veces las cosas cambian. Es cuestión de paciencia. A nadie le pueden ir mal las cosas tanto tiempo. No es factible.


Pero el pasado... eso es otra cosa. Eso sí me afecta. Es una tontería, lo sé. Porque tendría que ser precisamente al revés. Pero la melancolía es una acérrima enemiga. Miro hacia atrás y veo todo lo que no he conseguido. Los sueños que al romperse, clavaron sus astillas en mi alma. Las ilusiones que me hicieron avanzar y luego se desvanecieron. Los logros que parecieron importantes y que ya van perdiendo su brillo. Recuerdos de plata vieja. Personas que ya no están. Personas que siguen estando, pero que en el fondo, tan sólo son espejismos que se sostienen por el peso de los años. En el pasado me pierdo. La nostalgia me da pena. Yo me doy pena cuando estoy así.


Me miré en el espejo y recordé. Sí, craso error. Porque me vi con 30 años como soy. Y no me desagradó. Tengo un trabajo que me gusta. Estudio lo que quiero. Vivo por mi cuenta desde... mucho. Tengo amigos. Tengo un perro. Y mi familia va sorteando como puede las adversidades. Miro mi vida y pese a que el ámbito del amor sea un completo desastre, creo que puedo decir que estoy satisfecha con lo que he conseguido. No me han dado nada. Todo lo que tengo lo he peleado. Lo he sudado. Lo he ganado porque me lo merezco. Pero al recordar lo que yo soñaba que tendría con esa edad... Ya tendría que estar casada. De hecho iba a conocer a mi marido en la universidad, exactamente un año antes de acabar la carrera. Iba a trabajar en un gran hospital, viajar a la India o Perú para vacunar a los niños de las tribus. Con 30, ya tendría que tener a mi segunda hija en brazos. Tendría que estar pagando religiosamente la hipoteca de mi bonito ático. Y sacar a pasear a mis perros. Muchos.

Pero no tengo nada de lo que estaba segura iba a tener. Comparto piso. De alquiler. Y es un segundo. Sigo sola. Mi flamante marido debe vivir en el continente austral y po eso no lo encuentro. Y los hijos... yo sola no puedo pagarlo todo. O comen ellos o como yo. Aunque siempre podríamos comernos al perro, claro. Y no hablemos de afrontar una hipoteca sola... entonces tendría que comerme a los hijos.

La dura realidad versus mis ilustres fantasías. KO total. Si por mi fuera me hubiera encerrado en casa hasta cumplir los 70 y llegar a esa edad sin que me importara un pito lo que pensaran los demás. La culpa es de la sociedad, que nos inculca estas aspiraciones familiares y materiales. No digais que no os han dicho unas mil veces que como puede ser que una chica tan fantástica como tú (o chico) aún no tenga pareja. Que los hombres de hoy día deben ser tontos. Está claro que efectivamente, esa es la respuesta correcta. Son tontos de remate. Y la vida es demasiado cara para satisfacer ese aspecto material que se nos exige. De todos modos, yo he llegado a la conclusión de que prefiero gastarme el dinero que ahorro en estupendos viajes, que en sacrificar mi vida y mi ocio embarcándome el la titánica tarea de pagar un piso. De propiedad. No me enterraran cuando muera en mi piso, pero los recuerdos de esos viajes sí que me los llevaré conmigo a la tumba.
Desde entonces, el paso de este año y parte del siguiente, han mitigado en parte esa sensación de desolación e impotencia. Ahora observo divertida como otros pasan por estas fases, más o menos con mayor o menor estoicismo. Según lo que hayan conseguido arañar de esos sueños de la infancia o de la juventud.

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