martes, 9 de junio de 2009

LOS HOMBRES A LOS QUE NUNCA BESÉ


Hace mucho tiempo, un compañero de trabajo me regaló una libreta. Yo trabajaba cuidando a una pareja de ancianos que se dedicaban a ver la tele los fines de semana. Para pasar el rato me dedicaba a divagar bolígrafo en mano. Fue una época bastante prolífica la verdad. Escribía sobre las insulsas tardes que me veía obligada a soportar, sobre cualquier objeto que me llamara la atención en aquel momento, sobre mi compañero de turno, sobre las hilarantes historias que me veía protagonizando a consecuencia de las absurdas situaciones a las que me abocaba la senilidad de la pareja. Escribía en la libreta en la que tenía que anotar tensiones, glicemias y medicación tomada. Siempre iba con el bolso lleno de papelajos que acababa perdiendo. Relatos que acabaron en manos del olvido, o tal vez, la casualidad quiso que se diluyeran en los ojos de algún curioso que un día de viento recogió un papel que volaba sin cesar.

Mi compañero que estaba harto de tanto papelillo suelto aprovechó mi cumpleaños para ir a comprarme una libreta tan sólo para mi uso y disfrute personal. Roja y con espejitos, lo más del momento en el Natura. O eso le dirían, me imagino. La verdad es que por una parte lo agradecí de veras pues la libreta tenía la misma ansia de viajar que yo y me acompañó a diferentes países. Por otra no; el incremento del peso de mi bolso repercutió de manera dolorosa en mis pobres omóplatos.

Libreta en mano, bueno, en bolso, seguí escribiendo absurdidades procreadas a partir de la unión de la tediosidad y la indolencia propias de mi juventud y de un somero aburrimiento. Fue en una de esas tardes interminables cuando tuve una genial idea. Vale, lo que a mí me pareció una genial idea en ese momento. Estaba yo repasando antiguos amores frustrados a los que dedicar una oda, o una elegía, cuando me puse a pensar en todos aquellos chicos a los que siempre quise besar y nunca me atreví a hacerlo. La inocencia, el candor, la timidez, la inconstancia... todas las excusas por las que no había besado a ese chico eran válidas para dar paso a la elaboración de una lista, a la que bauticé con el ingenioso nombre de "La lista de Mónica". La lista fue elaborada en un par de días, cosa que agradecí enormemente, pues estuve la mar de entretenida sumergiéndome en un mar de recuerdos la mayoría de ellos prepúberes. Amores platónicos, amores de sueños, amores no correspondidos, amores castos.... Cuántos besos que no pedí...

Una vez tuve la lista no me sentí del todo satisfecha. ¿Y ahora qué? La inspiración vino a hacerme una visita. ¿Qué tal si te dedicas a ir tachando los nombres de la lista? La idea no me disgustaba en absoluto. Si fuera capaz... Volví a repasar todos los nombres. En la lista había chicos a los que hacía años que no veía. A algunos les había perdido la pista. Pero yo tenía algo en aquel momento. Tenía mucho tiempo muerto y nada mejor que hacer. Decidí hacer de investigadora privada. Buscar uno a uno, a todos los nombres que confeccionaban mi lista y pedirles el beso que nunca me dieron. Quería que algún día, al mirar atrás en el tiempo, pudiera decirme: "no hay ningún chico al que quisiera besar y no lo hiciera. No dejé en ese aspecto nada por hacer". Sí, esa vena utópica, me pierde.

Así que empecé mis investigaciones. Busqué a esos chicos a través del tiempo (bendita internet), a través de contactos, a través de las ideas más descabelladas que se me pudieran ocurrir. Y poco a poco los empecé a ir encontrando. Y poco a poco empecé a ir tachando nombres que aparecían en mi lista. Hasta que un día, paré de golpe.

¿Por qué? Bueno, la respuesta me la dio la persona a la que más me costó encontrar. Mi primer amor, al que no veía desde...bufff mejor ni pensarlo. Yo iba decidida a conseguir el que yo llamaba "el beso de oro al mejor logro personal". El broche final a mi primera de historia de amor. Pensaba que si conseguía ese beso demostraría al mundo entero que en el amor todo es posible, que es cuestión de paciencia. Que el que da recibe. Y un montón de tonterías más. Pero cuando lo tuve frente a mi... simplemente no pude. No quise romper la magia de la incertidumbre que me había acompañado todos esos años. ¿Y si besaba mal? estaría mancillando el recuerdo más hermoso (vale, el más inocente) que había atesorado hasta el momento. Hay cosas que es mejor dejarlas como están. Permitir que las posibilidades que se podían haber abierto permanezcan siempre sin descubrir. Caminos sin recorrer en la senda de la vida. Esos besos hubieran sido los adecuados en el tiempo en que casi fueron pero no llegaron a ser.

Cada beso que conseguía me robaba un poco de la idílica imagen y las trémulas expectativas que me había creado cada tiempo. Me estaba robando a mi misma. Me estaba robando un poco de mí. A mi pasado que confluía incesante hasta mí. A mi presente mancillado por tanta superficialidad enmascarada de heroica gesta.

Así que la lista de Mónica quedó incompleta. Y cada vez que conozco a un chico al que me gustaría besar y no lo hago, sea el motivo que sea, levanto mi copa y brindo por otro nombre más que añadir a mi lista. Porque sin sueños no se establecen metas. Porque sin metas no avanzamos en la vida. Porque sin vida, no hay besos que perder. Besos que vivir.

Brindo con vosotros por cada suspiro que emití por cada beso que no di.