viernes, 6 de marzo de 2009

LA CHICA MARIPOSA QUE VIVÍA SIENDO UNA ORUGA



La chica mariposa, vivía siendo una oruga y sin tener consciencia clara del brillante porvenir que le aguardaba.



Su vida como oruga no le parecía del todo mal. Tampoco conocía otra mejor. Sabía que había en el mundo otros estilos de vida. Algunos le parecían maravillosos. Otros le inspiraban conmiseración por las criaturas que estaban abocadas a vivirlos. Otros le eran totalmente indiferentes. Y otros, simplemente, le eran desconocidos.



La chica mariposa que vivía siendo una oruga era, en términos generales, no infeliz. Tampoco podía decirse que fuera feliz. Se podría decir que simplemente era. Y es normal que simplemente fuese, porque la vida de una oruga no era satisfactoria en demasía. Lo que pasa es que cuando vives del único modo en que crees que es posible hacerlo, sin expectativas, sin sueños, simplemente limitándote a vivir sin complicaciones, jamás puedes alcanzar la verdadera felicidad, porque jamás llegas a conocerte a ti mismo, ni tampoco tus posibilidades. Por lo demás la vida de oruga tampoco es que ofreciera demasiadas expectativas, ni demasiadas aspiraciones. Vivir con tranquilidad es lo que tenía en mente la chica mariposa que vivía siendo una oruga.



La vida de oruga, vista desde fuera, era bastante corriente. Tenía sus rutinas, sus caminos marcados, las flores menos peligrosas, la lluvia, los enemigos naturales, los artificiales,... Vivía constantemente arrastrándose por el suelo, con los peligros que ello conllevaba. Siempre hay alguien dispuesto a pisar a una simple oruga. No sé por qué, pero encuentran un maligno placer en ello. La chica que vivía siendo una oruga, había sido pisoteada ya unas pocas veces y, aunque había salido con vida de aquellos terribles percances, había recibido heridas que afectaban a su arrastrar. También había aprendido lo que era el miedo y la necesidad de auténtica precaución. Por eso, casi siempre caminaba por las sombras y a través de los altos tallos de las plantas, buscando pasar lo más desapercibida posible. Sabía que las corazas de poco servían, pues no habían sido pocos los caracoles y escarabajos que habían caido aplastados bajo sus pies.


Otro inconveniente de vivir siendo una oruga era la incapacidad de observar el cielo. Uno sabía que existía el cielo, esa inmensidad suspendida sobre todos los seres, pero ni por asomo se imaginaba la posibilidad de viajar por él. Además, para poder observarlo en toda su amplitud y permitirse el lujo de soñar, había que trepar a la cima de los árboles o de las flores y eso tenía riesgos. Siempre hay pájaros de ojo avizor, ávidos por degustar un delicioso plato de estofado de insecto. Y las orugas son insectos. Y las orugas no quieren acabar siendo devoradas por ningún famélico plumífero.


La chica mariposa que vivía siendo una oruga no estaba sola. A su alrededor habían muchas otras personas que vivían, al igual que ella, siendo orugas. A algunas de ellas, aunque con el tiempo cada vez menos, las consideraba verdaderas compañeras y pasaban bastante tiempo haciéndose compañía y limitándose a ser. Hasta que al cabo de un tiempo esas compañeras fueron poco a poco retrayéndose y empezaron a desarrollar una costumbre hasta el momento insospechada: empezaron a tejer una colcha blanca. También empezaron a mostrar un comportamiento de lo más extraño: decían que querían ser "algo", que querían evolucionar. Un día, una vez acabadas aquellas colchas extravagantes, dijeron tener mucho frío y mucho sueño y se taparon con ella. Así estuvieron mucho tiempo y la chica que vivía como una oruga empezó a sentirse muy sola. También ella quería evolucionar pero no sabía cómo. Quría preguntar a sus compañeras pero éstas estaban dormidas.


Tiempo después, sus hasta entonces compañeras empezaron a despertar y.. oh! sorpresa! habían realmente cambiado. Ya no parecían en absoluto orugas. Tenían a sus espaldas unas maravillosa alas, de múltiples e irisados colores. Su cuerpo era más esbelto y ya no mostraba el tono verdoso anterior. Eran mariposas y como tales echaron a volar. El viento arrastró el sonido de sus carcajadas de puro gozo al ver que podían volar hasta la figura solitaria de la chica mariposa que vivía siendo una oruga.


Pasó el tiempo y, pese a que sus antiguas compañeras convertidas en mariposa seguían yéndola a visitar de cuando en cuando, las cosas habían cambiado entre ellas. Le hablaban de cielos azules, de vientos que las hacían volar más veloces que una libélula, de sitios nuevos, de nuevos horizontes... La chica que vivía como una oruga asentía de vez en cuando y fingía entender de lo que le hablaban. Pero no entendía nada de nada. Y cada vez se sentía más sola. Y cada vez se convencía más a si misma de lo adecuado que era seguir siendo una oruga.


Hasta el día en que todo cambió. La chica que vivía siendo una oruga llevaba algunos días practicando punto y estaba empezando a tejer una colcha blanca como las de sus compañeras. Pese a que quería convencerse a si misma que ser oruga no estaba del todo mal, últimamente tenía la sensación en el estómago que si sus compañeras habían podido, ella también podía. Era cuestión de práctica. Todo era intentarlo. La razón verdadera era que hacía poco casi la habían aplastado mientras estaba de paseo y esa había sido la gota que había colmado el vaso. Si volaba, se repetía como una oración, nadie la podría volver a aplastar jamás. El problema era que la colcha se le resistía, nunca le quedaba todo lo bien que quería, y ella, intuitivamente, sabía que si no estaba perfecta no iba a servir para nada.


Practicó y practicó todas las noches y todos los días. Lloviera o hiciera viento. Bajo un frío severo o un calor bochornoso. Tejía y tejía. Deshacía y volvía a empezar. Hasta que un día observó maravillada que lo había conseguido. Tenía entre sus manos la más perfecta de las colchas blancas. Y, mientras la observaba maravillada, empezó a sentir mucho frío, y una cosa rara que le presionaba por el pecho y le subía por la garganta y le estiraba de las comisuras de los labios hacia arriba. Se abrigó con la colcha y, por primera vez en su vida de oruga se sintió realizada. Se sintió segura. Se sintió a salvo. Se sintió a si misma por primera vez. Y se durmió satisfecha.


La chica mariposa que vivía siendo una oruga por primera vez tuvo sueños, expectativas. Contempló en su interior las posibilidades que la vida podía ofrecerle y se dió cuenta que podía realizarlas. Lo único que le molestaba un poco era esa sensación del pecho...


Mientras que la chica mariposa que vivía siendo una oruga seguía durmiendo, una idea se abrió camino hasta su cabeza. Eso que sentía....¿podría acaso ser verdad? Pero en su fuero interno era consciente que la respuesta era obvia porque la había sabido desde el principio. Esa sensación era aquello conocido como la felicidad. Y ese tirón de los labios, sin duda era la sonrisa de la que tanto había oido hablar. Y así, con una sonrisa en los labios, y el corazón henchido de felicidad, la chica mariposa que había vivido siendo una oruga, siguió durmiendo....


Shhhh.... dejemos que duerma, dejemos que le crezcan las alas, dejemos que descubra asombrada la capacidad de volar, dejemos que ría, dejemos que sea...