lunes, 27 de julio de 2009

LAS COSAS QUE PERDEMOS...



Que cuando se pierde el amor una parte de nosotros mismos también se pierde, es obvio. El amor nos cambia, nos modifica, nos destruye y nos rehace. Y en todo ese proceso constante se pierden piezas que formaban parte de la maquinaria de nuestra alma, de nuestro yo. Se pierde la inocencia, se pierden las dudas sobre lo que buscamos, se pierden ideales,... todo va saltando como los muelles de un juguete roto.


Pero se pierden también otras cosas. Cosas ajenas. Cosas que esos amores nos regalaron y que se pierden en los recuerdos de la nostalgia. Las olas de la memoria lamen la herida y la van haciendo menos profunda porque entierran, como si de tesoros se trataran, esas pequeñas ofrendas que nos realizaron. De vez en cuando, el viento que despierta alguna pasión despistada, o alguna emoción traicionera, desentierran esas cosas, esos recuerdos intangibles. Es la hora de la melancolía, de recordar sólo las cosas buenas, porque las malas se desvanecen con más facilidad. O tal vez es que en vez de ser enterradas, se hunden como un plomo en el océano de la inconsciencia.


Pienso en todo lo que he perdido, cuando algún amor se ha ido. Cosas que he olvidado hacer, o que ya no podré volver a realizar porque ya no somos dos, ahora sólo estoy yo. Cosas que, por circunstacias y convenciones, ya no se pueden llevar a cabo. Cosas que ya no me apetece hacer o tener porque se han devaluado o porque soportan una carga de dolor que no me apetece recoger.


Ya no tendré esos regalos que mis amores me dieron porque las circunstancias han sido cambiadas. Lo perdido está asociado a una determinada persona y en una determinada época que confirió a aquello un baño de dorada felicidad.


Se perdieron las tardes en el mirador observando la ciudad a nuestros pies y debatiendo banalidades de la vida. Se perdió el placer de sentarse a comer una cantidad ingente de donuts edulcorados y variopintos sin el remordimiento de que el azúcar innecesario se posará en las caderas como un tatuaje glucosado. Esas mañanas de rol teñidas de rosa también se han ido acompañadas por los viernes noche de cerveza y confesiones. Libros, música y películas que pertenecen a una persona del pasado y que ya no puedes ver de la misma manera que antes porque son como una rosa: hermosa en el recuerdo pero con el peligro de hacer daño en el alma.
En el amor se ganan muchas cosas, no lo niego, pero con el desamor se pierden otras. Se pierden los recuerdos de los besos. Te pierdes tú. Lo pierdes a él.

miércoles, 22 de julio de 2009

MI CIUDAD


Me encanta Barcelona cuando se despierta. Coger la moto a esas horas intempestivas en las que un soñoliento sol aún no da señales de vida y recorrer la ciudad dormida.





El aire gélido me sopla en la cara para limpiarme del sueño que aún se aferra a mi mirada. El pelo al viento. El pañuelo que cubre mi cuello, protegiéndolo de todo mal atmosférico, ondea como una bandera de identidad propia. La mía. Siempre pienso, durante unos instantes, que tendría que haberme abrigado un poquito más. El amanecer siempre se presenta con un abrazo frío. Pero ese frescor me despoja de mi modorra. Me produce gélidas lágrimas que se llevan con ellas los restos del último sueño. Por unos instantes soy una especie de Reina del Hielo subida en una scooter.




Barcelona se despierta con un ritmo lento, perezoso. Le cuesta volver a la actividad cotidiana. Yo conduzco a unas horas en que las caras que se giran a mi paso son siempre las mismas. Caras ojerosas de los que llevan trabajando horas, cuando todo el mundo duerme. Puedes ver en sus miradas la alegría de saber que la hora de volver a casa se acerca. Puedes ver en sus miradas el cansancio infinito de aquellos que trabajan a deshoras. Con un ritmo circadiano alterado. Cuando la gente se despierta no se acuerdan para nada de aquellos que empiezan, a esa hora, a descansar. También puedes observar en tus paseos a aquellos que, al igual que tú, acuden a su lugar de trabajo. Van con la cabeza gacha y los ojos llenos de legañas. Los madrugadores suelen tener una mirada más triste. Quizás porque no se despiertan con el abrazo del sol. Quizás porque son unas horas de soledad. Horas en las que te tienes a ti y a otros como tú. A veces tengo la sensación de estar atrapada en una especie de limbo onírico. Una tierra de nadie entre el sueño y la vigilia. Barcelona al amanecer.




Barcelona cuando se despierta se llena de olores deliciosos que se diluyen poco a poco en el trajín de cada día. Los coches, las prisas y el mal genio hacen que esos etéreos aromas que la ciudad ofrece se escondan presurosos hasta el siguiente amanecer en que, tímidamente y sólo para unos pocos madrugadores, se muestren con cierto pudor. Son las fragancias delicadas que te regalan los jazmines y los galanes de noche desde la oscuridad de algunos jardines o desde la altura de los balcones de algún romántico empedernido que conserva flores en la ciudad gris. Los efluvios que se escapan golosos de las puertas entreabiertas de algunas panaderías que se resisten a convertirse en algo artificial. Que aún se atreven a vender pan no plastificado. Y el aroma esquivo, el que sólo aparece porque el viento lo empuja tozudamente hasta ti, el olor salobre que indica que en la ciudad por donde te mueves hay mar.



Barcelona al amanecer te regala la sensación de que eres dueña de tu destino. A veces me ofrece el espejismo de ser una Godiva en ciclomotor. Porque a esas horas, la sensacion de intemporalidad (casi eternidad) cubre la ciudad como un ligero encaje y a veces, acompañando a la suave brisa, te roza el brazo y piensas, en ese instante, que podrías quedar en esa escena para siempre. La chica que da vueltas en una bola de cristal.


Barcelona al amanecer es indescriptible porque esta hecha de retazos de sensaciones.


martes, 21 de julio de 2009

CREIA


Creía que te conocía más que a mi misma, y me equivoqué. Tú creías que me conocías mejor de lo que yo me conocía , y probablemente tuvieras razón. Los errores se pagan caro en la vida. El tuyo lo pagué con creces.

Pero el tiempo es un maestro paciente y riguroso. Inflexible. Te muestra los sueños de plástico en los que te envuelves imaginando un futuro que amortigüe la rigurosidad de cada día. Ahora ya he dejado atrás ese creía. Porque ahora sé. Conozco. Y no me dejo engañar por tus absurdas máscaras de tipo encantador con las que te disfrazas cuando hay otros por medio. Camaleón de lo social. No me engañas porque me destruiste y la que se levantó en mi lugar es otra persona. Rescaté mi mente a golpe de mandalas emocionales. Recuperé mi cordura. Me deshice de las telarañas que anidaban en mis ojos y no me dejaban ver la realidad que había más allá del espejo utópico en el que estaba atrapada.

En el dolor aprendí a conocerte. En palabras ajenas aprendí a valorar lo que escondías. Ya no tienes el poder de zarandear mi alma a golpe de corazón roto. El púgil ha de buscarse otros adversarios que lo ayuden a mejorar.

Sobreviví al destructor que emergió del abismo que abrí cuando quise ver qué había más allá. El ansia de conocimiento a veces tiene su contrapartida. Saber es poder y, aunque la mayoría de veces me gustaría seguir viviendo en la insulsa inopia, era necesario que aprendiera.
La comprensión de la realidad a veces cuesta de aceptar. Integrar, asimilar y volver a empezar. Las imágenes que ideamos son arrastradas por el viento de la vida. Tus palabras se llevaron las mías. Se lo llevaron todo y me dejaron desnuda. Muñeca rota por culpa de interpretaciones erróneas y falsos arrepentimientos.
Me susurraste guapa cuando nadie te oía y me reí. Luego me diste pena. No me engañas. Porque yo creía en ti. Yo, creía.