sábado, 25 de octubre de 2008

TEATRO


Desde pequeña siempre he sido una farandulera. Supongo que se debe al hecho de haber sido hija única hasta los 7 años de edad, momento en el que mi hermana decidió hacer acto de presencia en mi vida. Al no tener hermanos con los que jugar, y unos padres ocupados (como todos), desarrollé una imaginación tremebunda para que me hiciera compañía y desterrara el aburrimiento de mi vida. Jugaba sobretodo a interpretar series de TV que estaban de actualidad en ese momento con la inestimable ayuda de mis muñecas Barbie. Yo hacía todas las voces de la escena y, que para eso era la directora artística, me quedaba con el mejor papel.


En el colegio, este juego de simulacro televisivo, se repetía con frecuencia a la hora del patio. Si no teniamos series, siempre me pedían que me inventara una. Debido a mi altura, jamás me dieron un papel relevante. De hecho, ni siquiera me daban uno femenino. Siempre me tocaba hacer de hombre (bueno, hay que decir, que era un colegio de monjas y no había admisión para ningún santo varón de los alrededores). Si interpretábamos "V", me tocaba hacer de Mike Donovan; si estábamos enfrascadas con "Dragones y mazmorras", indudablemente era el arquero, aunque, todo hay que decirlo, una vez me dejaron hacer de unicornio (por aquello de variar de registro).


A mediados de EGB, cambié de colegio y fui a parar a uno mixto. Mi madre decidió entonces apuntarme a teatro. Era un grupo enteramente femenino, pero la profesora, una chica lista, nos buscó una obra con todos los personajes del mismo género. Fue la primera vez que interpreté a una mujer (exceptuando, claro está, las representaciones que hacía en casa. Pero allí nadie me veía, así que no cuenta). Me encantó la experiencia.


Luego llegó el turno de BUP, y la edad del pavo, que me convirtió de una chica relativamente extrovertida, en una adolescente atrincherada ante un muro de timidez. Cuando solicitaron gente para el grupo del teatro, no me lo pensé dos veces y me apunté. Había leido en no se qué catálogo psicológico ( está claro que hablo de la Superpop), que para vencer la timidez, iba bien hacer teatro. Lástima que no pudiera interpretar a nadie hasta.... ummmm déjame contar... ostras!!! pues cuatro años después de entrar en el GTR. Pero en ese tiempo, aprendí un papel que creo que me ha servido durante muchos años de mi vida: el de ameba. Yo era la chica ameba, o sea, la chica "bulto", la que sirve para rellenar diferentes huecos. Y siempre detrás de todos, que soy tan alta que destaco demasiado si estoy en primera fila y dejo al resto de mis compañeros como unos enanos. A los 4 años de estar apuntada al teatro (sinceramente, creo que fueron más, pero me da miedo ponerme a contarlos, no sea que me frustre aún más de lo que lo estoy), recayó sobre mí el papel secundario en una obra que cambió mi vida en muchos sentidos y para siempre. Era el papel de loca, que en el fondo, y dentro de su aparente locura, tiene la razón absoluta. Como era un personaje de mente inquieta, no tenía un "partenaire" escénico, de manera que por primera vez no quedaba mal en escena. Y por tanto pude actuar. Y cantar, aunque ese trauma y sus consecuencias, da por si mismo para otra entrada. Después de esta actuación, la gente que se dedicaba a organizar este tipo de eventos, pensó que no lo hacía tan mal. Y descubrieron que este tipo de papel, es decir, el de soltera teatrera, era el ideal para mí. Y ahí me quedé encasillada. Sólo tenía papeles de loca o de ligera de cascos. Una vez se me ocurrió la descabellada idea de pedir otro tipo de papel. La respuesta fue contundente: eres demasiado alta y un chico bajo a tu lado queda muy mal en el escenario. Ni que fuera culpa mía que la gente no tomara el suficiente cola-cao cuando eran pequeños.

Algún tiempo después, el desamor, los papeles secundarios indefinidos y la falta de perspectivas (y de tiempo) hicieron que me fuera del teatro. Para siempre. Bueno, hay que decir, que una vez me llamaron, pero para ofrecerme un papel minúsculo de secretaria. Me permití el lujo de decir que no aceptaba un papel que tuviera menos de 7 frases en el guión. Así soy yo, toda una diva en potencia.

Siempre me ha quedado el antojo de tener un gran papel. Me hubiera encantado hacer un papel de mala malísima. De esos que en cuanto sales a escena, la gente te abuchea indignada ante tu perfidia. O también me hubiera gustado un papel de buena buenísima. Con su historia de amor y esas cosas, porque nunca me han besado en un escenario, y mira tú, es algo que me gustaría hacer. Pero la mayoría de los sueños van a parar al cajón desastre de la decepción, listos para ser rescatados por aquellas cosas de la vida que la gente llama casualidades.

Mamá, yo quiero ser artista!!!!

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