miércoles, 6 de agosto de 2008

TE VAS



A veces, cuando menos lo espero, tu recuerdo me asalta por sorpresa. Es como si alguien me pegara un puñetazo muy fuerte en medio del pecho. El aire se me escapa veloz entre los labios. Tengo que parar lo que esté haciendo y esperar a que pase el efecto de ese impacto inesperado. Luego, domino el dolor que queda y sigo adelante. Como las olas que besan la playa con brusquedad, para luego retirarse mar adentro con una caricia. Así te siento a ti.



No hace tanto que te fuiste, y sin embargo, a veces, me parece una vida entera. Supongo que es por la sensación tan grande de pérdida. O por haber vivido cosas que no me tocaban antes de tiempo. La responsabilidad es una carga muy pesada. Pero tú ya no estás aquí, y es ahora cuando me pregunto, si lo has estado alguna vez realmente.



Hay muchas cosas que me gustaría decirte. Explicarte. Exigirte. Enfrentarte a los hechos desde mi punto de vista. Pero impusiste los tuyos a modo de verdad absoluta. Y con ellos me diste carpetazo final. Porque aceptarlos no es una opción válida. No me puedo fallar a mi misma. Así que escribo. Porque no me queda otro camino para sacar todo lo que llevo dentro. Escribo para ti. Sobre ti, casi siempre. Escribo para que otros lean. Para compartir, aunque sea de un modo absurdo, ese dolor que siento. Porque así, me siento un poco menos sola.


Y es curioso, que la persona sobre la que tanto escribo, sea quizás la única que no lea nada de esto. Aunque en mi imaginación me gusta pensar que sí lo haces. Te vislumbro ahí, callado. En silencio. Recorriendo estas líneas con el ceño fruncido. Pensando que no he entendido nada. Que no quiero entender nada. Que manipulo la realidad a mi antojo. Pero quizás, el que no entiende nada, eres tú. Culpa mía. Culpa tuya. Somos dos. Éramos dos.
Y es que prescindir de golpe de una persona que ha ocupado gran parte de tu vida, es muy difícil. Aunque sea necesario. Hay que extirpar el dolor de raiz. O te obligan a golpe de palabra. Pero en el fondo, agradezco tu frialdad. La indiferencia que demuestras a veces. Te convertiste en tijeras para cortar ese hilo que me unía a ti. Yo no era capaz. Y aunque, algunos días he llegado a sentir desesperación, no me queda otra opción que darte las gracias. Gracias por dejarme caer en el pozo. Hay caídas que son necesarias. Terapéuticas, incluso. Huesos que hay que romper para que se vuelvan a soldar. Porque así he aprendido a ser fuerte. A ser valiente. A sacar de dentro de mí, una resistencia que pensaba que no tenía. Porque se me ha caido la venda de los ojos. Porque te has caido tú también conmigo. Te has caido del pedestal donde te tenía. Donde te puse, pensando que eras lo mejor de mi vida. Porque también me has enseñado lo que son los amigos. Los verdaderos. Los que saben ver a través de tus lágrimas. Los que te tienden la mano y los que te ayudan a salir. Los que te hacen compañía sin mediar palabra. Los que están ahí cuando los necesitas.
Tú una vez intuiste que te necesitaba, pero ahora ¿dónde estás?

No hay comentarios: