viernes, 30 de julio de 2010

CASA


No deja de resultar sorprendente la manera implacable en que el tiempo va pasando. A veces, te paras a tomar un respiro y cuando te das cuenta han pasado varios meses, hasta años, sin que tu te percataras en lo más mínimo.


Paré un segundo de escribir y, en ese segundo, el tiempo sopló tan fuerte como amenazaba el lobo a los tres cerditos y me encontré con que había pasado un año entero de mi vida durante el cual, mi prosa se había tomado un respiro.

Un año durante el cual mi vida ha experimentado muchos cambios. Cambios que han requerido de tiempo de adaptación. Un tiempo de asentamiento. Las cosas buenas han de macerar para que cojan un sabor más duradero. Mi amor sabe a madera vieja.

Cambié a mi sempiterno compañero de piso por otro con el que me acuesto con asiduidad. Los de la vieja escuela le llaman a esto vivir en pecado. Yo lo llamo compartir la vida con alguien a quien quieres. Al perro no lo cambié.

En mi nuevo piso falta sol y sobran libros. Compartir tambien es ceder espacio. Ceder tiempo. Ceder tú. Es establecer unos límites comunes que no hay que traspasar para evitar discusiones. Buscarlas cuando quieres perdones romanticones a altas horas de la madrugada.

Vivir con alguien es aprender a que una parte de ti se diluye en el otro. Ya no vas a hacer lo que quieras sin tener en cuenta ninguna opinión porque procuras no hacer daño. Que no te lo hagan.

Pierdes tu independencia por otro par de zapatillas junto a la cama y un compañero para tu cepillo de dientes.

Las noches de invierno son menos frías porque ahora tengo en mi cama otra manta que me rodea con sus brazos y sus piernas y nos hacemos un revoltijo. Las risas vuelan, como el tiempo que pasa. Y me gusta mirar sus ojos cada día y ver que me aman. Porque es entonces cuando me siento en casa.

Un, dos, tres... casa!

1 comentario:

Emmanuel dijo...

Me alegro de lo que he leido...
Un besazo a los dos.
P.D: Se que te sigo debiendo un Ribera del Duero...