lunes, 22 de septiembre de 2014

LA PUERTA

Y me despierto un día con la mano en el pomo de una puerta preguntándome si he de abrirla o no. La duda me mantiene quieta, aunque en el fondo (aunque tampoco tan al fondo como me gustaría creer)aletea la respuesta. Porque sé que voy a abrirla, aunque me gustaría pensar que en algún momento he tenido la oportunidad de no hacerlo. Que he tenido la opción de dar media vuelta y alejarme de ella.
La palma de la mano está sudada mientras me aferro al dichoso pomo. Juego indecisamente decidida. Siempre he sido poco clara conmigo misma. Blanco y negro. Adelante y atrás. Y me engaño finjiendo que la abro pero tan sólo deslizo unos milimetros el pestillo de la puerta. Lo  justo para envalentonarme y volverlo a dejar caer. ¿Qué hay detrás? Creo que lo sé pero no tengo ni idea. Como siempre. Al final se trata de lo mismo otra vez. De cometer locuras, de cometer equivocaciones, de arriesgarse a ganar, de perder otra vez, de vencer el miedo a la oscuridad, de repetir patrones y ser original, de encontrar una salida, de aprender a ser valiente, de dejar de volar, de aprender a vivir. Entender que hay puertas que no hay que abrir. Que hay puertas que no hay que abrir pero que uno debe abrirlas. Que hay puertas que aunque parezcan cerradas siempre han estado abiertas. Que hay puertas que uno siempre ha de abrir. Y esta..¿cual tipo es?
Acaricio la superficie rugosa de la madera y me clavo una astilla. Muy típico también. Miro como se forma una gota de sangre en la yema del dedo y me distraigo mirando el hermoso tono carmesí. Cualquier excusa es buena para demorarse en tomar la decisión. Acerco el oido por si oigo algo, una pista que me diga que hacer. Pero no oigo nada y la intuición se mantiene silenciosa.
Que manera de dar vueltas a una cosa tan tonta. Ábrela y entra o da media vuelta y no mires atrás. Pero no es tan fácil como eso. Porque ya sé que voy a hacer pero la cuestión es si quiero hacerlo, si debo hacerlo o si lo hago por inercia. Uno puede perdonarse un número determinado de veces. Somos depredadores crueles y egoistas. En cambio, a los demás los podemos perdonar infinitamente. Bueno, cuando la situación es perdonable. Hay cosas que son imborrables por supuesto. Siempre hay excepciones a la regla. Pero en general nos mostramos magnánimos con el prójimo cuando somos implacables con nosotros mismos. Otra vez estoy divagando...
Soy miedosa, soy cauta, persigo quimeras y a veces me encuentro ante una esfinge. Así que cojo aire, cierro los ojos y abro la maldita puerta. Y si no soy capaz de perdonarme, que alguien lo haga por mi

viernes, 24 de junio de 2011

MI VIDA ES UN SUEÑO








A veces siento como si viviera en un sueño. Un sueño en el que vivo desde que todo se vino abajo. Un sueño al que huí y en el que permanezco porque soy feliz. Y a veces, tengo miedo. Miedo de despertar y ver que nada es real. Despertar y volver a hundirme en el dolor. Despertar y ya no poder volver a dormir.


A veces, esta sensación de irrealidad me asalta cuando menos lo espero. Me veo desde otros ojos. Los ojos que pertenecen a la realidad en la que estoy durmiendo. Alicia a través del espejo. Y pienso que todo esto es un sueño, hermoso pero raro. Porque hace tres años todo era diferente. Yo era diferente. La gente que me rodeaba era diferente. Vivía en un lugar diferente. Tú eras diferente. De hecho eras otro. Y ahora vivo en otro lugar, con amigos que ya no están y otros nuevos, y soy feliz porque me quieren y sobretodo porque me dejan querer y no le parece mal mi manera de amar.


Así que hay situaciones en las que mi vida anterior intenta despertarme de este hermoso sueño y eso me asusta. Porque todo está como está. Bien. Tranquilo. Como un eterno día de verano en el que estás relajada después de comer una rodaja fresca de sandía, y sientes ese sueño espeso como melaza,y sientes que estás en paz con el mundo. Así estoy yo. Así quiero estar.


Por eso duermo constantemente este delicioso sueño. Bella durmiente actual. Y tú beso no me despertara de este sueño. Porque tu beso forma parte de él. Tú formas parte de él porque tú eres mi sueño. Así que déjame. Que Morfeo me siga acunando en este interminable sueño. Quedate conmigo en este paraiso sin amanecer. Ven, siéntate conmigo y soñemos juntos con la felicidad.


No dejes que me despierte. No dejes que nos despierten. Shhhhh es hora de soñar.

lunes, 18 de abril de 2011

SILENCIO


Odio el silencio. Odio cuando me castigan con él. Odio estar esperando en vano una palabra que llene el vacío que se ha creado entre tú y yo.

Cuando llega el tiempo en que las palabras se despiden de tus labios y vuelan altas, tan altas que ya no las alcanzo a oir, es que la hora del adiós se aproxima. Porque el silencio impuesto, buscado es una especie de agujero negro del alma que se me lleva hasta las ganas. Rebota, rebota y en tu cara explota. Y yo no tengo barrera. Así que le hago frente a pecho descubierto. Y duele. Duele tanto que no lo soporto. Lo odio.

Cuando llega el silencio, empieza el baile de máscaras. Sonrisas de cortesía, miradas esquivas. Sobretodo fingir que todo va bien. Pero tengo el alma negra porque tu silencio me la ensucia de hollín. Y lloro, lloro al amparo de la oscuridad nocturna, porque son lágrimas silenciosas, como la noche, como el silencio que las provoca.

¿Cómo puede alguien no querer hablar, comunicarse, explicar, poner palabras a los pensamientos? ¿Cómo puede alguien lanzar silencios envenenados a otra persona? ¿Cómo puede alguien querer hacer daño deliberadamente a otra persona que en otro tiempo apreció, e incluso, pudo llegar a amar?

Necesito las palabras como el aire. Porque necesito entender. Comprender. Racionalizar los sentimientos. Porque duelen menos. Porque los atrapo con el cazamariposas del pensamiento. Y si no hablas.... me estás ahogando. Ahogando en la incertidumbre. En el no saber. Y si no sé, entonces seguro que soy yo. Y si siempre soy yo, me hago pequeña y me aplasta el peso del mundo. El mundo que se despedaza y se vuelve jirones. Jirones de tristeza. Y de silencio.

El silencio me desorienta. Me pierdo por todas partes a la vez. Me pierdo a mi misma buscando un eco que no llega. Y tú, que estás ahí, me miras y callas. No sé si eso es un acto de cobardía o quizás de valentía. O indiferencia. Porque el silencio también es indiferencia. Quizás sea eso lo que más odie de todo. Saber que he dejado de importar. Y eso, me mata un poco más. Un trozo de menos de corazón, un sueño que se vuelve estrella fugaz. Adiós, gracias por estar ahí todo este tiempo.

En un océano de silencio, tiéndeme el salvavidas de tu palabra.

viernes, 30 de julio de 2010

CASA


No deja de resultar sorprendente la manera implacable en que el tiempo va pasando. A veces, te paras a tomar un respiro y cuando te das cuenta han pasado varios meses, hasta años, sin que tu te percataras en lo más mínimo.


Paré un segundo de escribir y, en ese segundo, el tiempo sopló tan fuerte como amenazaba el lobo a los tres cerditos y me encontré con que había pasado un año entero de mi vida durante el cual, mi prosa se había tomado un respiro.

Un año durante el cual mi vida ha experimentado muchos cambios. Cambios que han requerido de tiempo de adaptación. Un tiempo de asentamiento. Las cosas buenas han de macerar para que cojan un sabor más duradero. Mi amor sabe a madera vieja.

Cambié a mi sempiterno compañero de piso por otro con el que me acuesto con asiduidad. Los de la vieja escuela le llaman a esto vivir en pecado. Yo lo llamo compartir la vida con alguien a quien quieres. Al perro no lo cambié.

En mi nuevo piso falta sol y sobran libros. Compartir tambien es ceder espacio. Ceder tiempo. Ceder tú. Es establecer unos límites comunes que no hay que traspasar para evitar discusiones. Buscarlas cuando quieres perdones romanticones a altas horas de la madrugada.

Vivir con alguien es aprender a que una parte de ti se diluye en el otro. Ya no vas a hacer lo que quieras sin tener en cuenta ninguna opinión porque procuras no hacer daño. Que no te lo hagan.

Pierdes tu independencia por otro par de zapatillas junto a la cama y un compañero para tu cepillo de dientes.

Las noches de invierno son menos frías porque ahora tengo en mi cama otra manta que me rodea con sus brazos y sus piernas y nos hacemos un revoltijo. Las risas vuelan, como el tiempo que pasa. Y me gusta mirar sus ojos cada día y ver que me aman. Porque es entonces cuando me siento en casa.

Un, dos, tres... casa!

lunes, 27 de julio de 2009

LAS COSAS QUE PERDEMOS...



Que cuando se pierde el amor una parte de nosotros mismos también se pierde, es obvio. El amor nos cambia, nos modifica, nos destruye y nos rehace. Y en todo ese proceso constante se pierden piezas que formaban parte de la maquinaria de nuestra alma, de nuestro yo. Se pierde la inocencia, se pierden las dudas sobre lo que buscamos, se pierden ideales,... todo va saltando como los muelles de un juguete roto.


Pero se pierden también otras cosas. Cosas ajenas. Cosas que esos amores nos regalaron y que se pierden en los recuerdos de la nostalgia. Las olas de la memoria lamen la herida y la van haciendo menos profunda porque entierran, como si de tesoros se trataran, esas pequeñas ofrendas que nos realizaron. De vez en cuando, el viento que despierta alguna pasión despistada, o alguna emoción traicionera, desentierran esas cosas, esos recuerdos intangibles. Es la hora de la melancolía, de recordar sólo las cosas buenas, porque las malas se desvanecen con más facilidad. O tal vez es que en vez de ser enterradas, se hunden como un plomo en el océano de la inconsciencia.


Pienso en todo lo que he perdido, cuando algún amor se ha ido. Cosas que he olvidado hacer, o que ya no podré volver a realizar porque ya no somos dos, ahora sólo estoy yo. Cosas que, por circunstacias y convenciones, ya no se pueden llevar a cabo. Cosas que ya no me apetece hacer o tener porque se han devaluado o porque soportan una carga de dolor que no me apetece recoger.


Ya no tendré esos regalos que mis amores me dieron porque las circunstancias han sido cambiadas. Lo perdido está asociado a una determinada persona y en una determinada época que confirió a aquello un baño de dorada felicidad.


Se perdieron las tardes en el mirador observando la ciudad a nuestros pies y debatiendo banalidades de la vida. Se perdió el placer de sentarse a comer una cantidad ingente de donuts edulcorados y variopintos sin el remordimiento de que el azúcar innecesario se posará en las caderas como un tatuaje glucosado. Esas mañanas de rol teñidas de rosa también se han ido acompañadas por los viernes noche de cerveza y confesiones. Libros, música y películas que pertenecen a una persona del pasado y que ya no puedes ver de la misma manera que antes porque son como una rosa: hermosa en el recuerdo pero con el peligro de hacer daño en el alma.
En el amor se ganan muchas cosas, no lo niego, pero con el desamor se pierden otras. Se pierden los recuerdos de los besos. Te pierdes tú. Lo pierdes a él.

miércoles, 22 de julio de 2009

MI CIUDAD


Me encanta Barcelona cuando se despierta. Coger la moto a esas horas intempestivas en las que un soñoliento sol aún no da señales de vida y recorrer la ciudad dormida.





El aire gélido me sopla en la cara para limpiarme del sueño que aún se aferra a mi mirada. El pelo al viento. El pañuelo que cubre mi cuello, protegiéndolo de todo mal atmosférico, ondea como una bandera de identidad propia. La mía. Siempre pienso, durante unos instantes, que tendría que haberme abrigado un poquito más. El amanecer siempre se presenta con un abrazo frío. Pero ese frescor me despoja de mi modorra. Me produce gélidas lágrimas que se llevan con ellas los restos del último sueño. Por unos instantes soy una especie de Reina del Hielo subida en una scooter.




Barcelona se despierta con un ritmo lento, perezoso. Le cuesta volver a la actividad cotidiana. Yo conduzco a unas horas en que las caras que se giran a mi paso son siempre las mismas. Caras ojerosas de los que llevan trabajando horas, cuando todo el mundo duerme. Puedes ver en sus miradas la alegría de saber que la hora de volver a casa se acerca. Puedes ver en sus miradas el cansancio infinito de aquellos que trabajan a deshoras. Con un ritmo circadiano alterado. Cuando la gente se despierta no se acuerdan para nada de aquellos que empiezan, a esa hora, a descansar. También puedes observar en tus paseos a aquellos que, al igual que tú, acuden a su lugar de trabajo. Van con la cabeza gacha y los ojos llenos de legañas. Los madrugadores suelen tener una mirada más triste. Quizás porque no se despiertan con el abrazo del sol. Quizás porque son unas horas de soledad. Horas en las que te tienes a ti y a otros como tú. A veces tengo la sensación de estar atrapada en una especie de limbo onírico. Una tierra de nadie entre el sueño y la vigilia. Barcelona al amanecer.




Barcelona cuando se despierta se llena de olores deliciosos que se diluyen poco a poco en el trajín de cada día. Los coches, las prisas y el mal genio hacen que esos etéreos aromas que la ciudad ofrece se escondan presurosos hasta el siguiente amanecer en que, tímidamente y sólo para unos pocos madrugadores, se muestren con cierto pudor. Son las fragancias delicadas que te regalan los jazmines y los galanes de noche desde la oscuridad de algunos jardines o desde la altura de los balcones de algún romántico empedernido que conserva flores en la ciudad gris. Los efluvios que se escapan golosos de las puertas entreabiertas de algunas panaderías que se resisten a convertirse en algo artificial. Que aún se atreven a vender pan no plastificado. Y el aroma esquivo, el que sólo aparece porque el viento lo empuja tozudamente hasta ti, el olor salobre que indica que en la ciudad por donde te mueves hay mar.



Barcelona al amanecer te regala la sensación de que eres dueña de tu destino. A veces me ofrece el espejismo de ser una Godiva en ciclomotor. Porque a esas horas, la sensacion de intemporalidad (casi eternidad) cubre la ciudad como un ligero encaje y a veces, acompañando a la suave brisa, te roza el brazo y piensas, en ese instante, que podrías quedar en esa escena para siempre. La chica que da vueltas en una bola de cristal.


Barcelona al amanecer es indescriptible porque esta hecha de retazos de sensaciones.


martes, 21 de julio de 2009

CREIA


Creía que te conocía más que a mi misma, y me equivoqué. Tú creías que me conocías mejor de lo que yo me conocía , y probablemente tuvieras razón. Los errores se pagan caro en la vida. El tuyo lo pagué con creces.

Pero el tiempo es un maestro paciente y riguroso. Inflexible. Te muestra los sueños de plástico en los que te envuelves imaginando un futuro que amortigüe la rigurosidad de cada día. Ahora ya he dejado atrás ese creía. Porque ahora sé. Conozco. Y no me dejo engañar por tus absurdas máscaras de tipo encantador con las que te disfrazas cuando hay otros por medio. Camaleón de lo social. No me engañas porque me destruiste y la que se levantó en mi lugar es otra persona. Rescaté mi mente a golpe de mandalas emocionales. Recuperé mi cordura. Me deshice de las telarañas que anidaban en mis ojos y no me dejaban ver la realidad que había más allá del espejo utópico en el que estaba atrapada.

En el dolor aprendí a conocerte. En palabras ajenas aprendí a valorar lo que escondías. Ya no tienes el poder de zarandear mi alma a golpe de corazón roto. El púgil ha de buscarse otros adversarios que lo ayuden a mejorar.

Sobreviví al destructor que emergió del abismo que abrí cuando quise ver qué había más allá. El ansia de conocimiento a veces tiene su contrapartida. Saber es poder y, aunque la mayoría de veces me gustaría seguir viviendo en la insulsa inopia, era necesario que aprendiera.
La comprensión de la realidad a veces cuesta de aceptar. Integrar, asimilar y volver a empezar. Las imágenes que ideamos son arrastradas por el viento de la vida. Tus palabras se llevaron las mías. Se lo llevaron todo y me dejaron desnuda. Muñeca rota por culpa de interpretaciones erróneas y falsos arrepentimientos.
Me susurraste guapa cuando nadie te oía y me reí. Luego me diste pena. No me engañas. Porque yo creía en ti. Yo, creía.