viernes, 13 de febrero de 2009

SAN VALENTÍN


Mañana es San Valentín. Una fiesta que pienso que es realmente estúpida y discriminatoria y que, absurdamente, estoy deseando celebrar.

San Valentín, junto con Sant Jordi son fiestas populares para celebrar el amor. Ya sé que para Sant Jordi te venden la moto que en realidad es el día del libro y de la rosa, pero todos somos conscientes que el libro se compra para él, y la rosa para ella. Así que nos encontramos en una población que tiene dos fiestas comerciales dedicadas a ensalzar los beneficios del consumismo por amor. Y es en estas fechas cuando me pregunto en mi fuero interno qué demonios tienen que celebrar dos personas que están enamoradas si lo suyo es una celebración constante. Si estás viviendo un amor en su pleno apogeo cada día lo vives como una fiesta. Eso sin contar los motivos reales, imaginarios o imprevisibles que aduces para complacer a tu pareja con un detalle sin importancia. Detalles que suelen ser chucherías varias obtenidas previo pago, por supuesto. Las artesanías caseras quedaron en el olvido porque es más práctico y más factible ir a la tienda a comprar algo. No conozco a nadie de mi edad que se dedique a tejer una bufanda o un jersey para su amado. De hecho, no conozco a nadie de mi edad que sepa tejer. El único alivio que me queda es la capacidad de algunos de organizar cenas en casa. No cuentan llamadas a pizzerías ni restaurantes chinos.

Si, por otra parte, tienes un amor consolidado, anodino tal vez, entonces estas fiestas las aprovechas para recordar a tu pareja que la sigues queriendo. También puede ser que aproveches para engañar a tu pareja fingiendo que la sigues queriendo. Un porcentaje las celebra porque se perciben como algo obligatorio, merecedor de un gesto desaprobatorio si caes en el error de no rescatarlas del olvido. Para que esto no pase, la sociedad echa un cable a aquellos despitados que viven en la monotonía emocional. Señales admonitorias de que el gran día se acerca. Preparen su corazón y sus bolsillos. En primer lugar, un alud de anuncios televisivos y callejeros golpean todos tus sentidos: visual (es imposible no ver los miles de anuncios que surgen por todas partes como setas en otoño), auditivo (el tema da para mucho ya que no sólo oyes anuncios sino que puedes escuchar a la gente parlotear sin cesar sobre las maquinaciones que están tramando para sorprender, agradar y demás a su pareja), olfativo (en estas fechas aparece una nueva tribu urbana. Son unos seres peligrosos que viven y se reproducen en los grandes supermercados y que tienen la irritante costumbre de rociarte con los efluvios que traen con ellos con el firme propósito de engatusarte para que accedas a comprarles uno de sus frascos), gustativo (explosión demográfica de los familiares elaborados del cacao y nacimiento de una nueva especie, la rosa de gominola para los paladares más golosos) y por supuesto el táctil (peluches, peluches y... sí, creo que peluches). En segundo lugar, la calle se engalana con miles de puestos ambulantes que ofrecen sus productos a cualquier transeúnte que por algún motivo desconocido (tal vez vuelva de un viaje por otra dimensión, o haya estado en interfase) no haya observado ninguno de los signos del punto anterior. Así que uno se encuentra que cada pocos pasos disfruta de todo un surtido y variedad de rosas, libros y otros objetos (porque hay que ir innovándose) al alcance de un bolsillo que cada vez ha de demostrar más solvencia. También se pueden observar por la calle unos transportes públicos de lo más engalanados: los autobuses son disfrazados cual toro de miura con banderines incluidos. Lo malo de esta medida para recordar a los peatones que estamos ante un día festivo, es que la mayoría de ellos se quedan mirando pasmados esas banderillas con la confusión pintada en sus rostros... qué fiesta debe ser hoy, es la incógnita que uno puede leer en sus ojos. Y si a pesar de todos los puntos anteriores uno de olvida o se despista, siempre puede recurrir al tan manido "es que yo estas fiestas comerciales no las celebro, yo a mi pareja le hago regalos cuando me lo parece" que queda muy cool, muy anticonsumista y te deja con la sensación en la boca de que esa es toda una detallista. Aunque normalmente se trata de personas de apariencias falsas, que no han tenido en su vida la intención de brindar a la persona amada un regalo de índole afectuosa. Y me parece muy bien. Hay que reconocer la virtud de apreciar lo que uno tiene sin interrupciones materiales, exceptuando, claro está, el caso de los tacaños acérrimos.


Pero ¿qué pasa con aquellos que no disponen de una pareja a la que regalar o que le regalen? En verdad, ellos son los que se merecerían un día para festejar. Ser soltero, o single como les gusta llamarse a sí mismos a algunos miembros snobs de la comunidad, en una sociedad que aboga por la reproducción filial a toda costa, es toda una proeza. Proeza porque cuesta mantener tu identidad sin ganarse alguna que otra mirada acusatoria y algún apelativo nada cariñoso, siendo egoista el que más gana en porcentajes. Esto es especialmente evidente en el caso de las mujeres que de vez en cuando aún son catalogadas como solteronas frente al tan cosabido soltero de oro. Los solitarios se ven relegados a un rincón en estas festividades. Marginados sociales. Parias del consumismo sentimental. A veces intentan hacer esfuerzos por integrarse con los demás y se compran a sí mismos regalos aludiendo, con razón, que ellos son su propia pareja y se quieren mucho. Yo, sin ir más lejos, llegué a comprarme una rosa y pasearme por el barrio con ella en la mano, en un intento de encajar en una calle donde todas las mujeres llevaban una.

Yo apuesto por la abolición de estas fiestas en pro de otra de reconociento y apoyo a aquellas personas que, por el motivo que sea, no disponen de pareja comercial. Las que tienen una pareja ya tienen bastante motivo de dicha como para que encima se les tenga que recompensar con dos festividades públicas. Siempre quedan los aniversarios!!. Y si el motivo de celebrarlas es que tu pareja no suele ser detallista... no vas a cambiar a esa persona por imposición popular.

Yo este año celebraré San Valentín por varios motivos: porque es el primer año que dispongo de alguien a quien regalar, porque como nunca lo he celebrado estoy deseando sumergirme en el fervor del consumismo capitalista y porque me da la gana. Lo que haga o deje de hacer el resto de mi vida es una incógnita pero siempre apostaré por una fiesta popular para agasajar a los solteros, a los viudos y a la gente con el corazón roto.

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