miércoles, 25 de junio de 2008

VICTOR


El amor es algo terrible. Terrible en su inmensidad. Te eleva con sus alas, te puede hacer volar tan alto que ya no distingues el suelo a tus pies y en un instante dejarte caer hasta el pozo más hondo que te puedas imaginar.

El amor te transforma cuando te toca. Jamás vuelves a ser la misma de antes de encontrarte cara a cara con él. Sufres modificaciones en tu manera de comportarte, en los empalmes de esas pequeñas piezas que conforman tu identidad.

Los amores de mi vida, me han cambiado y no les guardo rencor por ello. Forma parte del precio a pagar por un pasaje en la montaña rusa cardíaca por excelencia. Sin embargo, a veces me da miedo pensar que el precio que he pagado, tal vez haya sido demasiado excesivo.

Victor cambió mi manera de ser de una manera profunda y desgarradora. Me hizo pagar caro el precio de su afecto. Y a pesar de que las cosas que nos pasan siempre nos enseñan algo, esta es una lección que no querría volver a aprender jamás. Recuerdo cómo era antes de conocerle. Yo era una chica alegre, romántica empedernida, que aún creía que la magia era posible y que el amor todo lo podía. Al cabo de un tiempo de conocerle, mi amigo Sergio me miró preocupado y me dijo que los ojos ya no me brillaban como antes y que no reía con tanta facilidad. El amor me lo pone complicado, contesté. Años después, casi una vida entera, otro amigo me dijo que a pesar de mi sonrisa era capaz de ver tras mi mirada una Monica triste. Como dos personas que habitan juntas. Esa es la sombra de Victor. Es la cicatriz que me dejó en el alma. Tan grande que es capaz de verse si alguien presta la suficiente atención a mi mirada.

Victor se llevó muchas cosas de mi, y no me devolvió ninguna. Me robó la inocencia. Se llevó mi seguridad y mi orgullo. Me arrancó la capacidad de querer sin reservas. Me anuló como persona y me llenó de vergüenza. Me costó muchos años, esfuerzos y lágrimas arrancarlo de mi vida. Jamás hablo de él porque me gusta pensar que no forma parte de mi historia. Pero cada vez que el miedo surge, su sonrisa me viene a la mente.

Me enseñó a ser una persona insegura. Siempre pienso que no valgo lo suficiente para los demás y que ese es el causante de mis males. No me gusta que me vean desnuda porque él me hizo creer que mi cuerpo producía rechazo. Dejo que la gente se me suba a la espalda, porque él me enseñó eso. Cuando me faltan al respeto, cuando me hieren o me ofenden, soy incapaz de dar la cara y defender mi postura. Cuando me dicen piropos, sonrío y no me creo nada. Pienso que la gente me los dice porque es lo que toca, educación, intención, que se yo. Me suenan a falsedad y a pesar de que juran y perjuran que son ciertos, desconfío de ellos. Ya no soy capaz de creer que alguien me pueda encontrar bonita. Ese es su legado.

Tengo miedo de dejen de hablarme, de que se enfaden conmigo, y eso me hace vulnerable, porque por consevar algo que considero importante he dejado de banda mi orgullo y he evitado herir el de los demás. No me he dado cuenta hasta ahora, que así, lo único que he conseguido ha sido conservar cosas a la fuerza, con premisas falsas y que encima me han hundido más y me han vuelto más temerosa. No se puede agradar a todo el mundo. Y sin embargo, yo lo sigo intentando.

Los cuentos de hadas me saben amargos. Ya no me los trago. Y la otra vez que he intentado querer a alguien, me he encontrado con que tampoco he sido lo bastante buena para llamar la atención. Victor fue una aspiradora en mi vida, porque hizo las cosas mal. Y aunque estoy segura de que no fue consciente del daño que me hacía, se llevó casi todo lo bueno que tenía y me dejo seca por dentro. Y sin embargo, no le culpo tanto como me culpo a mi misma. Yo le permití ir demasiado lejos y no fui capaz de ponerle freno. Pensé que el amor que sentía sería lo suficientemente fuerte para sostenernos a los dos. Pero me equivoqué en todas y cada una de mis decisiones respecto a este tema. Y le consentí que me fallara una y otra vez, que arañara una y otra vez. Hasta que mi corazón se rompió. El agua de la fuente se secó. Y ahí te quedas tu sola, ya no puedo sacarte nada más. Fui un juguete roto que ha ido recomponiendose poco a poco.

Tardes sin palabras. Tardes de donuts. Me he reido mucho con él, y he descubierto cosas maravillosas. Si me permito el lujo de recordar, me vienen algunas escenas a la cabeza, escenas hermosas, sinceras. Pero tengo que ser rápida, porque enseguida algun evento enturbia la nostalgia. En la balanza pesa más el plato malo que el bueno. No supo calcular bien la dosificación y se le fue la mano.

A veces me llegan noticias de que pregunta cómo estoy y que le gustaría verme. Y yo siempre digo que no. Esta persona está fuera de mi vida y no quiero que se vuelva a acercar a ella. Lo único que me queda de él son las heridas. Y el miedo.

Y por fin, hoy he sido lo suficientemente valiente para hablar de él . Estoy contenta por eso. Y es cierto que he callado mucho dolor, muchas anécdotas que helarían la sonrisa de cualquiera, pero eso es porque no importan. Es el paso lo que cuenta y no adónde llevará este camino.

Soy lo que soy y en esto me han convertido.

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