miércoles, 7 de enero de 2009

ALBERT


Una vez construí una torre de marfil, la rodeé de miles de murallas y me puse a vivir en ella, pensando que de esta manera nadie jamás me volvería a hacer daño. Viví feliz una temporada hasta que Albert las fue derribando una a una hasta llegar a mi, para enseñarme que lo que estaba haciendo no era vivir sino esconderme de la vida misma.

Albert es mi Prometeo particular. Trajo el fuego a mi corazón para hacerlo latir de nuevo. Me enseñó que el amor no tiene que significar dolor. El amor significa risas. Con él vivo bajo un alud de azúcar. Glaseado para el alma. Almíbar para mi corazón. La sonrisa siempre aleteando en los labios.

Despierta miedos y los acalla. Sombras del pasado, miedos aprendidos que yacen ocultos por casa acuden a su llamada para ser sorprendidos por la luz de la tranquilidad que los aplasta, uno a uno, hasta que ya no molestan más.

Es un profesor maravilloso. No sólo aprendo de cine y de filosofía y de otras charadas diarias, sino que cada día aprendo cosas de mi misma que ni sabía que existían. Yo que siempre presumía de ser independiente, no concibo dormir sola más de un día. Yo, a la que llamaban Icewoman, anhelo a todas horas sus abrazos y sus besos. Los días de frío me apreto contra él, porque es mi manta y mi consuelo, y de golpe me encuentro tan a gusto que me sorprende a mi misma que pueda ser feliz tanto tiempo seguido.

Doctor Honoris causa, cree que sufro algún tipo de traumatismo que hace que quiera estar con él. Loca estaría si no quisiera estarlo. Es un ser maravilloso. Inteligente y divertido. Sensible y cariñoso, pero sin agobiar, que si no ya estaría corriendo. Le miro y me siento en casa. A gusto, a salvo. Mi premio por lo vivido. Sólo espero estar a su altura, porque a veces me da miedo no ser lo bastante buena para él.

Chico de viajes cortos. Yo que soy de largos. La cuestión está en encontrar el término medio. Mi luz, mi salvavidas. El chico palomita. El de los monólogos desternillantes. Harry Potter, mago de las cebollas. El único que consigue que me quite alguna máscara. Y le gusta lo que ve. Y eso hace que me guste yo un poco más a mi misma.

Tiene una paciencia infinita conmigo. Con las personas en general. Le gusta ver el lado bueno de la gente. En eso es un poco inocente. Y sin embargo a veces emana un pesimismo que sorprende con su buen humor habitual. Se establece una guerra entre mis ganas de animarle y las suyas de hundirle. Siempre gano yo. A veces sucumbe a los arrebatos de su furia Bersecker y se vuelve un torbellino. Vuelan los besos, las cosquillas y los mordiscos. Y yo río como una niña a la que no dejaron sonreir. Es un lisensiado de la abogacía penal y me enseña que no hay que poner demandas de amor porque se pueden ganar.

Su mente vuela libre. Activa. Infinita. Mil ideas a la vez que le desconcentran al intentar cazarlas todas al vuelo. Pero él es así. No puede parar quieto. Ni en mente ni en cuerpo. Siempre de aquí para allí. Ahora hago esto, ahora lo otro. Ahora esto, más tarde lo otro. Y yo me sorprendo teniendo celos de actividades. Porque ellas me roban tiempo que podría pasar conmigo. Y es que a veces el tiempo no es suficiente. Pierde su consistencia cuando estoy con él. Se evapora entre mis manos y siempre me quedo con la sensación de querer más. Pero me encanta a la vez esa lucha contra los segundos. Me gusta, de un modo masoca, echarlo de menos. Los reencuentros son más fructíferos. La alegría de verlo hace que me lata el corazón más deprisa. Las mariposas vuelan libres otra vez.

Mil veces he empezado a hablar de él. Y mil veces he borrado lo escrito. No me parecía suficiente. No consigo capturar la esencia de lo que me hace sentir. No consigo capturar a Albert entre las líneas. Y me da pena. Y me enfado conmigo misma. Porque si tan sólo puediera coger un poquito de lo que él significa en mi vida y en sus alrededores y ponerlo aquí, estoy segura que el corazón de todos los que leyeran esto, se iluminaría durante unos instantes. Pero claro, captar la fuerza de los sentimientos es una tarea casi imposible.

El amor llega a golpe de sonrisa. Una tarde de lluvia sales a pasear con una persona y cuando la miras, sabes que quieres estar con ella. Los boleros como fondo de música te confirman lo que el corazón ya sabe...

1 comentario:

Emmanuel dijo...

Muy bonito y me alegra mucho.