jueves, 5 de febrero de 2009

ROTURA


Hay veces en que por más que intentemos hacer las cosas de una determinada manera, estas se estiran, se retuercen y se acaban volviendo contra ti. Da lo mismo lo mucho que te esfuerces, intentes, patalees y te enfades. No hay nada que hacer. Son los aspectos más brutales de una vida que a veces se empeña en intentar destruir el núcleo de tu esencia misma. Esa esencia, parte intrínseca de uno mismo. Esa esencia que algunos llaman personalidad.

Coelho, ya reflexionó en uno de sus libros, sobre esta esencia nuestra. ¿Somos buenos o malos? Y en caso de que seamos una u otra cosa, ¿es la vida capaz de modificar, de destruir esta esencia nuestra? Es posible, de hecho pienso que es lo más plausible, que todos tengamos en nosotros ambas posibilidades de esta esencia. Somos buenos y somos malos a la vez. En proporciones desiguales. La parte mala, normalmente se haya enterrada bajo el peso de la educación recibida, especialmente si esta está teñida con tintes católicos. Está sepultada bajo un alud de convenciones, normas y protocolos sociales. Estas partes hermanadas dentro de una misma mente viven en constante tensión. Solemos reprimir una, y nos dedicamos a vivir la otra. A nadie le gusta pensar que uno mismo es malo, o tiene el potencial necesario para serlo. Así que, en términos generales, solemos vivir siendo esencialmente buenos. Y eso está bien.

¿Pero qué pasa cuando las circunstancias que nos rodean se vuelven en contra nuestra? Cuando por más que nos esforcemos, luchemos, todo nos sale del revés. Es entonces cuando esta proporción que hasta entonces ha estado más o menos estable, empieza a sufrir un cambio. Cambia la proporción, cambiamos nosotros. Esa esencia buena empequeñece, se agrieta y cede frente a su némesis malvada. Es un punto crítico para el ser. Es el momento álgido de la lucha de uno mismo contra las vicisitudes de la vida.

Y es que puede ser muy duro intentar no renunciar a la manera de ser uno mismo cuando nos enfrentamos a una vida que se empeña en demostrarnos que precisamente, esa manera de ser nuestra, está basada en conceptos erróneos. A ver quién no ha pensado alguna vez que si no fuéramos tan buenos las cosas nos irían mejor. O que siempre triunfan donde nosotros fracasamos, personas con menos escrúpulos. Pero si cedemos ante las adversidades, si cejamos en nuestro empeño de mantenernos fieles a nuestra manera de ser, nos perdemos a nosotros mismos. Es cuando la vida gana. El final de la película en el que el malo resulta vencedor. Nos perdemos a nosotros mismos, y perdemos una parte de nosotros que compartimos con los que nos rodean. Y no es una parte que se recupere. No se puede dar marcha atrás. Si pierdes, si te fallas a ti mismo, si renuncias aunque sea brevemente a tu esencia, quedará como una mácula en tu alma esa equivocación. Caemos en la tentación, y ya no nos liberamos, amén.

El problema estriba en si somos lo suficientemente fuertes para limitarnos a seguir siendo quién somos, cuando las circunstancias se empeñan en cambiarnos. Porque cuando el dolor nos rodea, y la decepción nos embarga, es muy difícl mantenerse estoicos en nuestros puestos. Cuesta mucho la verdad. Yo estuve fantaseando con ideas extravagantes de venganza cuando empecé a escribir este blog. Nunca las llevé a cabo. Pero podría haberlo hecho. Todos podemos ceder ante esta parte malvada que clama el protagonismo que tantas veces se le ha negado. Tuve suerte y resistí. Y me siento orgullosa de no haberme perdido. Perderse tiene como consecuencia la decepción. La de los que te rodean. Pero la peor, la que te infringes a ti mismo.
Hasta qué punto estamos dispuestos a llegar para seguir plantando cara a la vida es un misterio, hasta para los protagonistas de la historia. ¿Somos capaces de vender una parte nuestra, para tener la sensación de victoria? ¿Nos podemos considerar vencedores si no cambiamos y seguimos permitiendo que las cosas sigan iguales?
Son cuestiones que no tienen una respuesta fácil. Depende de tu fortaleza, de a qué te enfrentas, de los apoyos que cuentas, de la integridad que mantengas... Todos estamos andando siempre en la cuerda floja. La cuestión radica en cuánto podemos avanzar sin perder el equilibrio.

jueves, 29 de enero de 2009

SOBERBIA


Todos tenemos nuestros defectos. A veces los ocultamos porque somos conscientes de ellos. Otras ni tan sólo nos imaginamos que puedan encontrarse en nosotros, escondidos tras las fachadas de cordialidad que socialmente adoptamos. Roles que vienen y van, a ritmo de compromisos sociales. Tambien hay defectos que se muestran ante nosotros con la madurez. O con los imprevistos. Se nos muestran y nos sorprenden, nos enseñan cosas de nosotros mismos . Cosas desconocidas, misterios temporales que quedan resueltos por avatares del destino.

Yo he descubierto en mi un defecto. Un pecadillo tal vez. Y es que a veces puedo pecar de soberbia. Suelo creer, en mi suma ignorancia, que lo sé todo. Y por supuesto, no es así. Pero como he dicho, la vida a veces hace estos ajustes de cuentas contigo. Vuelta de rosca y apretando un poquito más. Porque la vida es eso, aprender que no has aprendido casi nada.

Yo me creía que sabía casi todo del amor y sobretodo del desamor. Me parecía que mi visión era acertada, aprendida y consensuada tras muchas experiencias y observaciones de campo. Pero está claro que, aunque sí sepa algunas cosas, especialmente sobre el desamor y algún que otro tipo de amor, no tenía ni idea de lo que verdaderamente significa querer y ser correspondido.
A veces me pierdo en diatribas cínicas y lo camuflo todo tras la visión irónica con la que contemplo la vida pasar. Eso da de mi una imagen de fuerza y de indiferencia que no es en absoluto real. Un espejismo para despistar a los que buscan una callejón para escabullirse de las verdades menos agradables de los otros.
El amor se metamorfosea constantemente y por eso, nunca puede ser comprendido. Ni conocido. Cambia constantemente. En cada ocasión, con cada persona, en un tiempo y según el lugar. El amor es algo infinito e ilimitado. Es amorfo, inclasificable, inaprensible. Cuando lo buscas no lo encuentras. Le gusta sorprenderte cuando menos te lo esperas y con quién menos te lo esperas, aunque a veces se deja mostrar previsible y pausado.
Yo pensaba que el amor no podía conmigo. Escudos de protección como fortalezas de un castillo envolvían el árido paisaje que rodeaba mi corazón. Estaba preparada y con las armas alzadas para lanzar una ofensiva ante el pimer indicio. Cuando tenía un descanso me lamía las heridas más recientes para no olvidar. Pero el amor, a veces es aire. Vuela, se cuela por los resquicios y te desbarata todo. Y una vez desajustada tu realidad, es las hora de desajustarte a ti.

Porque el amor te transforma. Muta dentro de ti y tú, con él. Se cuela en los resquicios de tu alma, hurga, remueve, airea los trapos sucios, los viejos fantasmas, y si resistes los miedos con los que te asusta, entonces te premia con una nueva personalidad, más limpia, más nueva. No es que pierdas tu esencia, sino que durante un periodo de tiempo brillas con una nueva luz. El polvo de las viejas estanterías que sale flotando al paso del plumero.. desaparece, aunque poco a poco se vuelve a posar. Así es un poco el amor si te dejas llevar por él. Te limpia del pasado hasta que el futuro, poco a poco vuelve a poner las cosas en un sitio. Cambian las disposiciones, y surgen novedades, pero lo básico se mantiene ahí.

Y yo, la soberbia, que pensaba que nada me afectaba, caigo rendida y sucumbo ante él. Me siento como si me hubiera sumergido en un estanque de aguas cristalinas. Caen las máscaras y recupero trozos de mi propio yo. Trozos de cosas que se rompieron. Que me rompieron. Pedazos de corazón, una pluma de autoestima, la capacidad de dejarse querer, un sueño que se escapó...

Y descubro, asombrada, a otra Mónica que pensaba que no existía. Tan soberbia soy a veces que pensaba que me conocía casi por completo. Qué gran equivocación. Descubro que soy tierna, que puedo dar besos espontáneamente, que a veces peco de almibarada, que necesito del contacto físico para dormir, que me da miedo perder lo que tengo, que puedo realizarme a través de una mirada, lo equivocada que he estado hasta ahora queriendo a gente que no merecía ni una décima parte de lo que ofrecía. Yo, que siempre he aborrecido a los chiclosos, me descubro como una de ellos, y lo peor de todo es que esta realidad no me horroriza sino que me encanta. Soy como una niña que ha descubierto el baúl de los tesoros. Río encantada con cada nuevo descubrimiento.

¿Por qué no había sido capaz de comprender que el amor podía ser tan maravilloso? Y qué poder tiene. Fuente originaria de los miedos primarios. Ahora que sé lo que es querer y que te quieran soy capaz de entender tantas cosas... Cosas que en mi infinita soberbia me veía con el derecho a criticar y catalogar.

Bienvenidas sean las equivocaciones si darte cuenta de tus errores se aprende de esta manera tan maravillosa

domingo, 18 de enero de 2009

MI TIA


A veces la genética tiene sus cosas. Son un poco parecidas a los caminos del Señor, misteriosas e inexcrutables. La genética quiso que, pese a ser hija de mi madre, saliera más parecida a mi tía. Ya no sólo hablo de físico, que también, sino a aspectos psicológicos, gustos y modos de ver la vida. Yo, muchas veces me he quejado que en vez de heredar la astucia de mi padre o la valentía de mi madre, haya heredado la tranquilidad y la capacidad de sufrimiento que caracterizan a mi tía.

Mi tía es una persona que puede a simple vista parecer fría o parca en palabras. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasa es que no se por qué, en mi familia, tenemos tendencias a ser parcos en las demostraciones afectivas. La procesión va por dentro. Y las mujeres que nos desviamos hacia la rama materna, solemos ser tímidas y de una sensibilidad exagerada.

Mi tía y yo, canalizamos muchas de nuestras emociones a través de los libros. Vivimos y sufrimos un montón de historias dentro de la tranquilidad que nos aporta unos límites bien definidos. Páginas de papel que evitan que se desborde un torrente de emociones. Porque somos sensibles y el mundo a veces, es muy cruel. Y ese dolor, a veces abruma y consigue que nos derrumbemos. Aunque siempre acabamos levantándonos.

Me gusta hablar con ella. Pienso que es una persona que tiene unos valores morales muy bien definidos y unas ideas sobre la vida que me tranquilizan. Dice las cosas por su nombre y lo que es blanco es blanco y lo que es negro es negro, independientemente del foco del color. Ella ejerce el papel de perfecta madrina. Me aconseja y me guía y yo le hago caso cuando la situación lo permite. Porque los asuntos familiares que a veces tratamos son temas delicados. Secretos que son susurros entre las dos. Porque estoy segura de que si yo veo mi reflejo en ella, ella también ve algo de si misma dentro de mi. Por eso siempre me protege y me defiende, y yo me dejo defender. De vez en cuando es agradecido que alguien de la cara por ti.

Cuando dudo de mi misma, ella disipa mis incertidumbres. Mantiene una visión clara de las cosas. Las gafas con las que me empeño en ver la vida, a veces se empañan y se ensucian. Ella es mi gamuza particular. Consigue que en su casa me sienta un poco como en la mía. Y es que después de mi idolatrada abuela y sin contar con mi progenitora, es la persona a la que más quiero en el mundo.

Tengo que reconocer que a veces la miro y pienso que en esta vida yo seguiré sus pasos. Es un modelo a seguir, un ejemplo al que me aferro y pienso que es correcto. El adecuado. Una estabilidad que ha conseguido y que mantiene a pesar de los nervios. Todas sus virtudes se plasman y se observan en mis primos que, a pesar de mostrar cada uno un carácter propio y muy poca afinidad a la lectura, son unos chicos ejemplares. Buena gente. De esos que te hacen sentir orgullosos de llamar familia. Y es que con ellos, con mi tíos y mis primos me une un lazo que no muestro con otros miembros de mi familia. y quién diga que quiere a todos por igual miente como un bellaco. Ellos son mi perdición, y lo reconozco. Y para muestra, mi targeta de crédito después de que hayan pasado Reyes. Y es que para la gente que quiero, no hay dinero en el mundo que compense el afecto que les profeso.

Hace tiempo vi una foto de mi tía de joven. Le brillaban los ojos y se la veía feliz. Ahora a pesar de los años transcurridos y de los palos que nos llevamos todos en la vida, aún es capaz de mostrar ese brillo en la mirada cuando ríe y se relaja.

Mi tía es la que me da jamones en Navidad. La que pese a los años me sigue trayendo regalos para mi cumpleaños. Con la que intercambio libros e historias. Comidas en el bingo las dos solas. Paseos por las callejuelas que rodean el Ayuntamiento cuando me regalaba una visita matutina a la ciudad. Siempre mostrando esos detalles que me hacen sentir única y especial. Me da apoyo y consejo. Y eso tan sólo sirve para que uno se de cuenta que es más grande de lo que ella se pueda creer.

Es muy difícil poder corresponder a aquellos que te dan amor desinteresadamente. Siempre queda esa sensación de que podrías dar más. Pero yo les escribo. Intento vaciar el contenido de mi corazón y de mis pensamientos entre estas líneas soñando, que de alguna manera, ellos comprenden lo importantes que son para mí.

Para mi tía, la del corazón de oro. La que siempre esta ahí.

miércoles, 7 de enero de 2009

ALBERT


Una vez construí una torre de marfil, la rodeé de miles de murallas y me puse a vivir en ella, pensando que de esta manera nadie jamás me volvería a hacer daño. Viví feliz una temporada hasta que Albert las fue derribando una a una hasta llegar a mi, para enseñarme que lo que estaba haciendo no era vivir sino esconderme de la vida misma.

Albert es mi Prometeo particular. Trajo el fuego a mi corazón para hacerlo latir de nuevo. Me enseñó que el amor no tiene que significar dolor. El amor significa risas. Con él vivo bajo un alud de azúcar. Glaseado para el alma. Almíbar para mi corazón. La sonrisa siempre aleteando en los labios.

Despierta miedos y los acalla. Sombras del pasado, miedos aprendidos que yacen ocultos por casa acuden a su llamada para ser sorprendidos por la luz de la tranquilidad que los aplasta, uno a uno, hasta que ya no molestan más.

Es un profesor maravilloso. No sólo aprendo de cine y de filosofía y de otras charadas diarias, sino que cada día aprendo cosas de mi misma que ni sabía que existían. Yo que siempre presumía de ser independiente, no concibo dormir sola más de un día. Yo, a la que llamaban Icewoman, anhelo a todas horas sus abrazos y sus besos. Los días de frío me apreto contra él, porque es mi manta y mi consuelo, y de golpe me encuentro tan a gusto que me sorprende a mi misma que pueda ser feliz tanto tiempo seguido.

Doctor Honoris causa, cree que sufro algún tipo de traumatismo que hace que quiera estar con él. Loca estaría si no quisiera estarlo. Es un ser maravilloso. Inteligente y divertido. Sensible y cariñoso, pero sin agobiar, que si no ya estaría corriendo. Le miro y me siento en casa. A gusto, a salvo. Mi premio por lo vivido. Sólo espero estar a su altura, porque a veces me da miedo no ser lo bastante buena para él.

Chico de viajes cortos. Yo que soy de largos. La cuestión está en encontrar el término medio. Mi luz, mi salvavidas. El chico palomita. El de los monólogos desternillantes. Harry Potter, mago de las cebollas. El único que consigue que me quite alguna máscara. Y le gusta lo que ve. Y eso hace que me guste yo un poco más a mi misma.

Tiene una paciencia infinita conmigo. Con las personas en general. Le gusta ver el lado bueno de la gente. En eso es un poco inocente. Y sin embargo a veces emana un pesimismo que sorprende con su buen humor habitual. Se establece una guerra entre mis ganas de animarle y las suyas de hundirle. Siempre gano yo. A veces sucumbe a los arrebatos de su furia Bersecker y se vuelve un torbellino. Vuelan los besos, las cosquillas y los mordiscos. Y yo río como una niña a la que no dejaron sonreir. Es un lisensiado de la abogacía penal y me enseña que no hay que poner demandas de amor porque se pueden ganar.

Su mente vuela libre. Activa. Infinita. Mil ideas a la vez que le desconcentran al intentar cazarlas todas al vuelo. Pero él es así. No puede parar quieto. Ni en mente ni en cuerpo. Siempre de aquí para allí. Ahora hago esto, ahora lo otro. Ahora esto, más tarde lo otro. Y yo me sorprendo teniendo celos de actividades. Porque ellas me roban tiempo que podría pasar conmigo. Y es que a veces el tiempo no es suficiente. Pierde su consistencia cuando estoy con él. Se evapora entre mis manos y siempre me quedo con la sensación de querer más. Pero me encanta a la vez esa lucha contra los segundos. Me gusta, de un modo masoca, echarlo de menos. Los reencuentros son más fructíferos. La alegría de verlo hace que me lata el corazón más deprisa. Las mariposas vuelan libres otra vez.

Mil veces he empezado a hablar de él. Y mil veces he borrado lo escrito. No me parecía suficiente. No consigo capturar la esencia de lo que me hace sentir. No consigo capturar a Albert entre las líneas. Y me da pena. Y me enfado conmigo misma. Porque si tan sólo puediera coger un poquito de lo que él significa en mi vida y en sus alrededores y ponerlo aquí, estoy segura que el corazón de todos los que leyeran esto, se iluminaría durante unos instantes. Pero claro, captar la fuerza de los sentimientos es una tarea casi imposible.

El amor llega a golpe de sonrisa. Una tarde de lluvia sales a pasear con una persona y cuando la miras, sabes que quieres estar con ella. Los boleros como fondo de música te confirman lo que el corazón ya sabe...

sábado, 3 de enero de 2009

AMORE, AMORE


He observado que hay muchos tipos de amores. Y no hay ninguno mejor que otro, simplemente son diversas maneras de vivirlos. Yo siempre me he jactado de ser una entendida en esto de los sentimientos y sin embargo, con cada amor, he aprendido que no tengo ni idea de nada.



Yo siempre he manifestado una clara tendencia a idealizar a la persona amada, colocándola a la altura de los dioses. Esta obsesión por pensar que estoy en compañía del ser perfecto me ha traido varios quebraderos de cabeza porque, ni hay nadie perfecto, ni jamás he estado ni remotamente cerca de estar al lado de uno así. El autoengaño ha sido mi escudo contra una realidad que no era agradable para mi corazón de enamorada. Dicen que el amor es ciego. Yo doy fe de ello. Una vez se ha caido la venda de los ojos que impedía ver la verdadera naturaleza del ser amado, uno se asombra de ver lo errada que puede ser la percepción de la realidad. A todos, o casi todos, nos ha pasado pensar que una persona era de una determinada manera, o tenía un carácter fascinante, para luego descubrir con desilusión que tan sólo se trataba de una fachada que nuestro Eros particular había construido para ocultar, con suma habilidad, los defectos pertinentes de esa persona. Y piensas en qué momento pudiste enamorarte de alguien así. Pero eso fue lo que pasó y es lo que acabas aceptando. Con suerte, estos errores garrafales se acaban conviertiendo en anécdotas que contar en noches de palabras y cenas.



Yo he vivido muchos amores. Viví un primer amor de manual de libro: histriónico, histérico y con el convencimiento absoluto que iba a ser el único que iba a vivir y que jamás, jamás, volvería a enamorarme de otro hombre.He vivido amores de verano, que duran pues..eso, un verano. Amores intensos y apasionados, en el que se quema toda la munición en el primer asalto, para luego descubrir que ya no quedan más balas en la recámara. También he tenido amores platónicos, en los que la realidad carnal no tenía cabida. Eran amores mentales. De lejos. Porque son amores que te permiten fantasear a gusto sin miedo a toparte con el muro de la verdad. Son amores que se esfuman al primer roce corporal. Otro tipo de amor que he vivido ha sido el no correspondido. De este último podría enumerar una serie de variantes con las que también se podría definir, si bien no alteraría el resultado que no deja de ser de lo más simple: la otra persona no te quiere. Sin duda, este tipo de amor ha sido el que más ha determinado mi vida hasta el momento.


El amor no correspondido incluye varias fases, que no tienen porque ser interdependientes o consecutivas. Algunas se dan, otras no. Depende del colorido que seas capaz de aportar a estas relaciones tan frustrantes. Está la fase de la negación de la realidad, que es cuando te empeñas y te obcecas en no querer reconocer que simplemente no le gustas a la otra persona. También está la fase de imaginación, que es cuando de cualquier detalle eres capaz de imaginar una historia que enmascara una declaración secreta, oculta entre los pliegues de ese inocuo detalle sin importancia. Ejemplo de libro, una sonrisa. Una sonrisa amigable puede esconder entre sus aristas historias inimaginables sobre amores secretos que se escapan entre los labios al sonreir. Sólo una mente en fase de imaginación es capaz de captarlas, moldearlas al gusto y aplicarlas sobre una misma sin ser consciente que a veces, la explicación más simple suele ser la acertada. Otra fase a tener en cuenta es la fase de estoicismo, que es la cruda aceptación de la realidad pero con la idea de esperar que el tiempo y tus virtudes hagan cambiar de opinión al objeto del amor. Esta fase es peligrosa porque a veces se corre el riesgo de quedarse atrapado en ella y no evolucionar. Sentimientos atrapados en el ámbar del martirismo inconsecuente.


hay que reconocer que también he vivido un tipo de amor al que yo llamo amor oscuro. Es un amor malsano, que te hace sufrir pero del que cuesta mucho librarse. En el amor oscuro más que amor hay dolor. Dolor que te infringen y que tú intentas combatir a base de amor, sin aprender que cuanto más amor más dolor. Y cuanto más amor entregas menos te queda para ti, porque no es recíproco. Es como un pozo de agua que se va secando lentamente, hasta que al final, la tierra que dependía de él queda seca, ésteril, árida. Así quedas tú después. Porque el dolor que recibes lo defiendes con excusas, con explicaciones, con negaciones de la realidad. Lo aceptas como consecuencia de tu amor y piensas que tu fuerza será suficiente para transformarlo en algo hermoso. El mayor problema del amor oscuro es la capacidad de autoengaño que conlleva. Es un baile de disfraces en el que no distingues personajes de personas. Es más fácil vivir en la mentira que aceptar la cruda realidad. Y normalmente te libras de él porque un día, un pequeño gesto te hace abrir los ojos durante un momento, y ves tu vida, y ves en lo que te has convertido, y ves lo que querías y lo más terrible de todo, ves lo que tienes.


Y por último, está el amor normal. El amor en su esplendor. Nada de idealizaciones al estilo de amor verdadero ( ¿es que acaso hay algún amor que sea falso? Falsedad hay, por supuesto, pero no es amor), ni príncipes azules a galope de briosos corceles blancos. Es el amor natural en el que yo te doy y tú me das. En el que disfrutas con la otra persona. Aquel en el que ríes, te discutes, te reconcilias, hablas y eres capaz de imaginar un futuro con esa persona a tu lado. Porque en el fondo, todos queremos que el amor nos dure para siempre. Es una de las características del amor, esa sensación de perdurabilidad ficticia. Todos hemos tenido un amor normal. Y sencillamente, para mí, es el más maravilloso. Porque lo que le falta en intensidad, si se le compara con un amor de verano o un amor apasionado, le sobra en naturalidad y en tranquilidad, tanto para el corazón como para el alma.


Hay muchos tipos de amor, y muchas maneras de querer. Cada nuevo amor, es un misterio por descubrir. Como uno de esos juguetes que se esconden en un huevo de chocolate. Habrá algunos nuevos y sorprendentes. Otros serán repetidos. Otros no te gustaran. Y, si tienes suerte, algún día llegará por el que suspirar.

sábado, 27 de diciembre de 2008

DESPUES DE...


Hay gente que me pide que siga escribiendo. Se quejan de mi inconstancia. Pasividad a la hora de buscar unos segundos que robarle al día, para sentarme y, cigarro en mano, empezar a escribir lo que el corazón me susurra al oido. Pero es que me cuesta. Remoloneo ante las teclas que, caprichosas, se deslizan entre mis dedos para no acabar siendo pulsadas por una determinación que ya no tengo.

Este blog nació del dolor y con dolor. Hubo una época en que ese dolor estuvo a punto de destruirme. Porque hay épocas malas. Épocas de crisis. Así que cuando mi mente empezó a resquebrajarse, creé este lugar con los últimos atisbos de cordura que conseguí aferrar. Mi vida y sus alrededores quedaron plasmados en unas hojas electrónicas. Hojas en blanco, habitaciones vacías. Allí empecé a depositar poco a poco ese dolor que no me dejaba respirar, ni dormir, ni vivir. Escribí sobre las cosas bonitas que me rodeaban. Sobre los amigos que me ayudaban. Sobre recuerdos que me alimentaban. Y sobre todo, escribí sobre el dolor. Sobre su origen, sobre sus consecuencias, sobre cómo había influido en mi vida, sobre cómo me devoraba cada día el alma. Escribí para mí, para él, para todos los que quisieran saber. Desnudé el alma a cambio de un lugar para dejar la pesada carga. Cuanto más muestras al exterior, menos te queda en el interior. Y así, poco a poco, el dolor fue extendiéndose por los párrafos que escribía. Y cuanto más escribía, más se debilitaba. Y vaya si escribí. Hasta que un día ya no quedó nada de él en mi. Tan sólo los recuerdos, que son imborrables.

A veces pienso en esa época de desorientación. De pérdida. Cuando te destruyen, te tienes que volver a construir. Yo lo hice a golpe de palabra. Racionalizando sensaciones, sentimientos y emociones que no querían ser racionalizados. Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte. Pero yo no me siento más fuerte. No me siento mejor. Pero tampoco peor. Tan sólo me siento diferente. Otra yo. Porque a veces hay dolores tan intensos que matan una parte de ti. El dolor es como un tatuaje. Una vez lo sientes ya no puedes desprenderte de él. Modifica las creencias, los aprendizajes, los valores, la lista de importancia en la que organizabas tus afectos. Aprendes a vivir de otro modo. No mejor ni peor. Simplemente de otro modo. Cuando un camino está cerrado, has de buscar la continuación por otro lado. Tan sólo es eso. Otro camino. Otro modo. Otra piel.

Como el dolor se fue, en cierto modo escribir aquí ya no tiene sentido. Pero me niego a desprenderme de este vínculo para hablar, aunque sea metafóricamente, de lo que pienso, de lo que siento, de situaciones que llaman mi atención... Lo que motivó el nacimiento de esta especie de diario del alma ya no forma parte activa de mi vida. Pero en absoluto ha desaparecido. Estará siempre como una fea señal. Dolerá los días de lluvia. Se hará patente tras un gesto o una mirada casual. Se moverá suavemente cuando baje la guardia. Así que ¿por qué no seguir escribiendo? Más vale estar en guardia. Si el dolor vuelve, estas líneas estarán para atraparlo. Atrapasueños para almas intranquilas. Un catalizador para los oscuros pensamientos. Escribir me sienta bien. Hace que saque a la luz la oscuridad que se cuela dentro. Me hace coger perspectiva sobre mi misma en un momento determinado. En las palabras, percibo atisbos de mi carácter, de mi estado de ánimo, del dolor que evocaba... Asi que, tal vez escriba menos, porque soy feliz, pero seguiré escribiendo.

Si la luna ya no guía a mis musas, que lo haga el sol!


miércoles, 24 de diciembre de 2008

NAVIDAD


Ya estamos en épocas navideñas. Otro año más que pasa. Nos preparamos para la inevitable maratón alimenticia en casa de diversos familiares. Nochebuena, Navidad, Sant Esteve, Nochevieja, Año Nuevo y rematamos con el día de Reyes.

Navidad es una época de excesos. No hay crisis que valga. Lo derrochamos todo. Materialismo, espiritualismo y reminiscencias de una antigua educación católica. Compramos para la familia, para amigos y para nuevos allegados. Papá Noel y Reyes, porque en estos tiempos de incertidumbres espirituales, uno quiere abarcarlo todo. No sabemos que es mejor. Ni más práctico. La gente soporta estoica lugares de aglomeración humana, buscando ese regalo especial, que normalmente no sabemos qué es. Buscas intuiciones y sigues corazonadas. Soportas empujones y precios desorbitantes. Todo con la esperanza de ver la ilusión en los ojos del que rasga el papel de colores que envuelve el hallazgo. El arte de envolver regalos ya da mucho de si. Yo siempre acabo con más celo que mi obra de arte (?) final, que no se porqué siempre adopta la forma de un cagarro de inspiración gaudiniana, aunque el objeto sea cuadrado.

Enviamos postales de Navidad, normalmente a nuestros amigos más cercanos. Curiosamente a los que más facilidad tenemos para felicitar personalmente. Pero a mi me sigue haciendo ilusión abrir el buzón y encontrar un sobre que no pertenece al banco.

Seguimos derrochando espiritualidad en forma de maratón televisiva. Calendarios, partidos de fútbol, apertura de lugares en zonas en vías de desarrollo... todo solicitando un donativo generoso, porque estamos en Navidad y ya se sabe que ahora es cuando toca ser generosos. El resto del año podemos ir obviando estas mismas carencias, pero es ahora cuando toca hacer algo. Un poco de ironía social.

La Navidad no nos deja indiferentes. O la amamos o la odiamos. Nos gusta o no. Me encanta el ambiente artificial de buen humor y lazos familiares. Me encantan los besos bajo el muérdago. Comer las uvas con la esperanza que el año siguiente todo sea un poco mejor. Las bragas rojas que contienen promesas de un futuro afortunado y apasionado. Todas los sueños que se forjan al son de las doce campanadas. La familia unida que discute con solemnidad. Abrir regalos. Las películas horteras que emiten durante la tarde en casi todas las cadenas de televisión. Ese ambiente casposo que oscila al ritmo de villancicos de los que ya sólo recordamos el estribillo.

La navidad al fin y al cabo es melancolía. Y yo soy melancólica. Soy un poco navidad. Aunque nos guste o no, todos somos un poquito navidad, aunque la ocultemos tras un aire de indiferencia.