lunes, 26 de mayo de 2008

AJEDREZ


Vivir la vida es como jugar una partida de ajedrez. Una partida eterna. El tablero es infinito. Las piezas siempre estan multiplicándose. Se metamorfosean. Un peón se convierte en caballo. El caballo puede llegar a ser una reina. La reina puede ser derrocada y convertida en peón. Sólo esa figura central, el rey, permanece inalterable. Zarandeada por los aciagos movimientos del oponente, permanece impávida. Se mueve, cambia la estrategia, adelanta a sus soldados, recluta nuevos aliados... Es la partida de la vida. El rey representa a esa persona que eres tú. Da lo mismo el color que elijas, blanco o negro, en el fondo todos somos grises. Y encontrarás que en esa partida los peones negros irán de tu lado a la par que una reina blanca. Cabalgarás sobre caballos negros y blancos. Es una partida del rey contra todos y junto a todos. Depende de lo que elijas en cada casilla. En cada jugada.



Los amigos, según el grado de intimidad que alcances con ellos, pueden pasar de peones a caballos o alfiles. Dependiendo de tus valores pueden incluso llegar a ser la coprotagonista principal, la reina. Guardiana del rey. Aunque a veces no la veas o no la sientas cerca, siempre anda merodeando por tu lado. Se aleja y vuelve. Siempre protectora, recuerda a la leona de la manada. Baza indispensable para la lucha. Escudo de titanio. Templanza en la batalla. La mano derecha del que rige. No importa si está en la sombra o irradia luz natural, si es negra o blanca. Esa ficha suele durar toda la partida, y su pérdida es irreparable. Se rompe el juego. No valen las tablas. Y la retirada no está contemplada porque significa el fin del juego. Has de rehacer toda la partida, toda la vida. Y aunque encuentres otra reina para tu juego, sabes que el tablero ya ha quedado mellado. Una cicatriz en el escudo. Cambio de táctica. O te atrincheras tras las murallas de la torre o te lanzas como un loco en pos del rival. Sin aliados. O con ellos, depende.

En cambio otras personas no pasan de ser meros peones. Estos pueden venir de varios frentes. Pueden ser de adquisición reciente, o de adquisión antigua. Pueden ser piezas de rango superior que han sido relegadas por cuestiones estratégicas. Pueden ser de un color y volverse del color rival en un momento dado. Pero la característica que más los define es que son prescindibles. Se sacrifican cuando las situaciones así lo demandan. Puede haber momentos de la partida en que hayas ido acumulando demasiado de estos peones. Algunos ya han quedado fuera de juego. No forman parte de la estrategia. Es momento de revisarlos y sacarlos del tablero si no nos son de utilidad alguna. Si nos fallan cuando más los necesitamos. si no están a la altura de las expectativas que hemos puesto en ellos. Otras veces nos damos cuenta que su presencia entorpece el juego. Lo enlentece. También fuera. Si no, el juego no avanza. Tú no avanzas. Corres el riesgo de quedar atrapado, inmobilizado. Ahogado por un ejército de peones que creías controlar. Soldados de juguete rotos. La vida es muy dura. Eso no lo enseñan en la escuela. Lo aprendes en la calle. Las hostias son las mejores maestras.

¿ Y quién es el rival contra el que nos enfrentamos en eterna lid? Recibe muchos nombres. Lo abstracto siempre trata de ser definido. Suele camuflarse de idea, de concepto. No tiene forma. Ni firma. Unos lo llaman destino. Otros pueden tratarlo de causalidades de la vida. Lucha por el desarrollo del individuo. Lo que da de comer a los psicólogos del mundo. El yo individual. El yo colectivo. Dios para unos, cualquiera de sus manifestaciones para otros. Dios Todopoderoso, Yahvé, Buda, Alá, Shiva,... inconmensurable es este enemigo. Pero todos sabemos que la vida es una lucha contra algo. Quizás contro nosotros mismos. Una partida contra el espejo. O contra la nada del no ser. Cada uno tiene su meta clara. La estrategia a seguir es una idea naciente. Se adapta según las circunstancias del juego. Hay partidas que están ganadas de antemano. El dinero puede ayudar a comprar al rival. Otros en cambio han recibido unas malas piezas, un buen contrincante. La partida está sentenciada desde el principio, si no sabes mover con maestría y astucia, esos peones, esa reina,...

Y tu partida, a la vez, está ligada con infinidad de jugadores, infinidad de tableros. Posibilidades de interacción infinitas. Tal vez seas un peón en el tablero de tu torre. Tal vez seas la reina de un caballo. Quizás te toque ser un mero peón y quedar descartado en alguna jugada. Es tan complicado jugar a este juego... Porque cuando mueves ficha has de contemplar tu tablero, pero has de tener en cuenta la manera en que afecta tu posición en los tableros ajenos. Un avance insignificante para ti, puede suponer la derrota de otro. Caen las fichas, se levantan otras. Y todos seguimos jugando, haciéndolo lo mejor que podemos. A veces fallamos. Muchas. Otras conseguimos pequeñas victorias, que nos animan a continuar. A veces si estamos estancados en una jugada, una pieza amiga nos ayuda a ver la solución, el siguiente movimiento a realizar. Otras veces, lo que considerábamos una ficha de nuestro color, nos desbarajusta todo, y se convierte en enemigo a abatir, a reemplazar. A olvidar.

El ajedrez siempre ha sido un juego de estrategia. Vivir la vida es la mayor estrategia de todas.

miércoles, 21 de mayo de 2008

AMISTAD



La amistad es algo muy subjetivo. Una visión personal de la clase de relación que esperas que te aporte el otro, que necesitas. Que quieres. Por eso es difícil tener buenos amigos. De los incondicionales. Porque según algún acuerdo tácito y social, no se suelen exponer los puntos de vista con los que valoras o consideras a una persona como algo más que un conocido. Un amigo. Y no sólo entra en este juego de quién da más, las opciones propias. También hay que considerar la de la otra variable de la ecuación. Y aderezándolo todo, tenemos que tener en cuenta en qué posición se encuentra este abstracto concepto de amistad en nuestra escala de valores. ¿Está por delante del trabajo?¿de la familia? También puede ser que uno se considere un lobo solitario y no necesite de las relaciones personales.



Es muy difícil evaluar todas estas cuestiones. Todos estos factores que tenemos en cuenta a un nivel meramente inconsciente, pero que determinan la elección de las personas que entraran a formar parte de la urdimbre de nuestra vida.



Para mí, que provengo de una familia bastante escasa en demostraciones afectuosas, es importante que un amigo supla estas carencias emocionales. Sin grandes histrionismos por supuesto. Los excesos me pueden. Yo me considero una persona que da todo en una relación que involucre una implicación personal con otro ser humano. A cambio, suelo pedir que la otra persona me responda del mismo modo o al menos en la parte que le sea posible. Lo cual no deja de ser curioso, pues aunque todas mis amigas son cariñosas y lo demuestran sin pudor, mis amigos en cambio son más bien parcos en demostraciones que tengan que ver con su aspecto emocional. También necesito que la otra persona, me aporte otras cosas que considero importantes. Como soy una persona con una inquietud intelectual constante, necesito rodearme de personas que sean capaces de aportarme conocimientos. Más que inteligentes, necesito personas que compartan los saberes que han ido adquiriendo. Conozco mucha gente poseedora de los más diversos conocimientos y que sin embargo son incapaces de transmitir aquello que atesoran. No encuentran las palabras para instruir a los demás. Una pena. Un desperdicio. Alguien me dijo una vez que la amistad era siempre interesada. Jamás lo he dudado. Una pena romper el mito de la idealización y exhaltación del amigo verdadero. Pero la realidad es que nos rodeamos siempre de aquellos que pensamos que nos puedan aportar algo. No importa la índole de la aportación. Eso no ennoblece a la demanda.



Me doy cuenta que no sólo los amigos han de aportar a uno acciones, opciones, carencias. No son un parche para la vida. Los amigos han de ser complementarios y contrarios. No tiene sentido rodearnos de gente que se parezca a uno mismo. Si quieres montar una partida de parchís, entonces quizás sí lo tenga. Pero creo que la amistad es algo más que encontrar a alguien con quien jugar. Ese alguien tiene que acompañarte a través de tu periplo vital. Por tanto necesitas que aparte de rellenar, complementar, aquello que crees que necesitas, también tenga características discordantes a tu personalidad. De esta manera ganas otros puntos de vista. Otras maneras de abordar diferentes situaciones en las que te vas a ir encontrando. Además las diferencias interpersonales aumentan la propia consciencia. La autopercepción de la propia realidad. De la propia condición humana. De la comedia en la que estamos actuando.


Visto todo esto, no es de extrañar que sólo unas pocas relaciones sobrevivan. Llegar a acuerdos tácitos para delimitar aquello que nos es propio, es muy difícil en una sociedad en la que pocos estan dispuestos a ceder. Ceder tiempo, falta de ganas. Es más cómodo pensar que uno ya es como es y los demás se han de adaptar a esta entidad individual, que molestarse en variar algunos aspectos para acoplarse mejor a otra persona. Poca gente aprecia que está mínima variación en la forma de ser, en la manera de hacer, permite enriquecerse a uno mismo y alcanzar una nueva dimensión en la propia vida.
La amistad quizás sea en este aspecto un acto de simbiosis. Tú me das, yo te doy. Te permite contar con apoyo en esos momentos en que lo necesitas. Malos momentos sacan a la luz a los verdaderos amigos. Los incondicionales. A cambio, has de estar ahí cuando cambian las tornas y convertirte tú en un apoyo, en otro incondicional. Si uno de los dos falla, la relación cambia, se tuerce, se contamina. Uno es un parásito. Acepta lo que le ofrecen, se enriquece con ello pero no da nada al otro, no aporta más que vacío. Parásitos hay muchos, insecticidas pocos.

martes, 20 de mayo de 2008

UN CUENTO 1






Una noche, mientras dormía entró un ladrón de sueños por mi ventana y me robó la felicidad que tenía escondida. Lo supe nada más levantarme, porque tenía la cara ojerosa y un cansancio que me pesaba en el alma. Durante los primeros días de estupor, me limité a deambular sin rumbo fijo por la casa. Permanecía en cama durante largas temporadas, pensando que tal vez, el ladrón, arrepentido de su acto delictivo, volvería a aparecer con la noble intención de devolver aquello que había usurpado. Mas nada de eso pasó y, de vegetar como una planta de terraza, pasé a ser presa de las más terribles y angustiosas lamentaciones.
Echaba de menos la felicidad perdida. La había estado atesorando durante mucho tiempo, y la guardaba para lucirla en ocasiones especiales. Tanto trabajo para nada. Ni siquiera la disfruté plenamente. Y sólo el pensar que tenía que comenzar desde el principio, bastaba para hacerme llorar desconsoladamente. Tanto lloré y lloré, que la casa se inundó. Después, lentamente, empezó a inundarse la ciudad donde vivía. Fue entonces cuando todos empezaron a asustarse, pues era muy incómodo andar todo el día con el agua por las rodillas. Además como eran lágrimas, el agua era salada, y las cañerías empezaron a estropearse, las alcantarillas a embozarse, la ropa no se secaba nunca... Un desastre. Pero el mal humor de la gente sólo empeoraba la situación, porque cuando alguien venía con sus quejas a mi casa, sólo conseguía que aumentara la intensidad de mi llanto, con lo que el nivel del agua en la ciudad subía un par de centímetros más.
El alcalde preocupado ante el tamaño del desastre organizó un llamamiento público al ladrón de sueños. Le ofreció una cuantiosa recompensa a cambio de devolver la felicidad sustraida. Pero probablemente, el ladrón ya estaba muy lejos, porque como todo el mundo sabe, los ladrones de sueños viven más allá del horizonte del norte. Y eso queda muy, muy lejos. También se organizaron redadas entre el mercado negro de felicidad, a ver si encontraban por casualidad la mía. Pero no apareció, y la triste realidad empezó a abrirse paso en la conciencia de todos. El ladrón se la había llevado consigo.
Mientras tanto, yo seguía llorando a mares. No podía parar. A consecuencia de esto, y de los estropicios que el agua había ocasionado a mi casa, empecé a vivir encima de un árbol. Era un bonito almendro, que me acogió con ternura entre sus ramas, y al que no le importó mi incesante llanto. Por las noches me acunaba entre sus hojas y el viento silbaba para mí hermosas melodías, hasta que me dormía exhausta de tanto llorar.
Más tarde vino la etapa de las lamentaciones. Me echaba la culpa de haber sido descuidada, de haber permitido que el ladrón se colase por mi ventana, de no haber disfrutado de la felicidad guardada, de haberla escondido enun sitio demasiado obvio para el ladrón,... llegó un momento en que me sentí culpable de todos los males del mundo. Mis amigos estaban ya desesperados conmigo. Me ofrecían amablemente la felicidad que ellos disponían en ese momento. Pero como todo el mundo sabe, la felicidad ajena es como una gripe contagiosa, cuando la coges te dura como mucho una semana. Y en cuanto el efecto se evaporaba, el vacío que tenía se hacía más patente y lloraba más.
Como nadie encontró ni al ladrón, ni a mi felicidad, acabé llorando tanto, que inundé la ciudad por completo. Y luego, las ciudades vecinas. Y finalmente el planeta entero, excepto algunas zonas elevadas y un par de islas que sabían nadar y escaparon a tiempo.
Pero por fin llegó el día en que dejé de llorar. Y al abrir los ojos hinchados por el llanto, observé horrorizada las consecuencias de mi pena. No quedaba nadie. No quedaba nada. Había creado los mares y el océano (¿de dónde pensábais que salía el agua salada del mar?). Todo el mundo se había mudado a otra ciudad, o a la cima de la montaña más cercana. Así que tras consultar con mi almendro-casa, este decidió cederme unas cuantas de sus robustas ramas para que me construyera una balsa con la que navegar por el mar.
Estaba decidida, iría yo misma a buscar lo que me habían robado. Mi felicidad.
Continuará....

jueves, 15 de mayo de 2008

INTRODUCCION


Soy enfermera.

No sé muy bien qué fue lo que me impulso a dedicarme a esta noble y poco agradecida profesión. Jamás soñé con cuidar enfermos el resto de mi vida. No era algo vocacional. De hecho, yo quería ser bióloga marina o veterinaria. Siempre se me dieron mejor los animales que las personas. Me es más fácil mostrarles cariño. Pero acabé estudiando enfermería. Al principio me veía de voluntaria, sacrificando mi abnegada vida, en pos de los más desfavorecidos. India, Perú, el Amazonas,... sitios aislados faltos de profesionales dedicados como yo. Jamás lo hice. Primero pensé que trabajaría un año o dos pra coger experiencia y ahorrar dinero para pagar el viaje. Luego tenía que mantener el alquiler. Luego me daba pena dejar un trabajo estable pra lanzarme a la aventura. Luego me acomodé en esta vida pseudoburguesa que nos venden, y compramos, y ya no me veía trotando por la selva en busca de la profesionalidad perdida. A veces aún sueño que me lanzo a la aventura. Que no me importa no cobrar un sueldo a fin de mes, perder mi piso, perder contacto con la gente que quiero, para tratar de vacunar a unos pobres indígenas que no quieren ser vacunados. Todos los sueños encierran una utopía.

Trabajo con crónicos. Diálisis, el riñón artificial. Los niños mimados de la sanidad. Su vida depende exclusivamente de atarse durante unas horas a una máquina durante tres días a la semana. Pero tienen vida. Ya es más que el resto de enfermos. Ya es más que hace unos quince años.

Cuando estudiaba y empecé las prácticas como esclava de una enfermera diplomada en el hospital, me di cuenta, que eso no era lo mío. Me gustan las personas. Me gusta tratarlas. Cuidarlas, animarlas, apoyarlas, acompañarlas. Pero no me gusta que eso se vea encadenado al reloj de la pared. Organizar los cuidados en función de unas pautas horarias asignadas por una administración que no ha pisado jamás la planta de un hospital. Números, cifras, datos estadísticos sustituyen a los enfermos y sus necesidades atencionales. Como poder mirar a alguien a la cara y no dejar que exprese sus miedos porque se te pasará el tiempo para curas.

Pero la vida tiene sus vueltas. Siempre hay un camino por el que avanzar. Yo entré en un centro de diálisis por pura casualidad. Esa es otra historia para otro momento. Pero cuando vi el modo en que se trabajaba, el tipo de paciente y el trabajo que ahí podía realizar, supe que había encontrado un trabajo en el que ser feliz.

El trabajo de dialisis es rítmico. Precisa organización y orden. Priorizar los objetivos. Rapidez y agilidad. Es mecánico, repetitivo porque montas una máquina tras otra. Conexión y desconexión y otra vez a empezar. Y sin embargo, dentro de este orden protocolizado hasta la saciedad, no hay sitio para el aburrimiento. Las complicaciones aparecen por sorpresa, a cualquier hora, sin avisar. No puedes relajarte. Ojo avizor. Pero como su frecuencia es reducida dispones tiempo para hablar, cuidar, enseñar. Porque con pocos enfermos eso se puede hacer. Enfermería no sólo es realizar curas, es cuidar al ser humano en su totalidad, en toda su esfera biopsicosocial. Pero eso, hoy en día es muy difícil de hacer.

Trabajo en una multinacional. La salud también puede resultar un producto. Bastante rentable por lo visto. La enfermería es tan solo contratada como mano de obra. La cualidad humana tan solo es una fruslería. Lo que prima es que tengan la carrera acabada y que aprendan a pinchar rapidito. Que entiendan lo que estan haciendo es algo secundario mientras los pacientes esten conectados a su hora y no tengan que pagar horas extras. Y tu, enseñas gratis, que es lo que toca, lo que se espera de ti. Porque, tal y como te recuerdan continuamente, la puerta está abierta, si no te gusta te largas, y en todos los centros ocurre más o menos lo mismo. La pública es un sueño poco realizable. Las oposiciones se aprueban a golpe de talonario. Yo no tengo 12000 euros para pagarme un posgrado que no quiero. La profesión ha perdido su finalidad. O la está perdiendo. Y sin embargo me sigue gustando. Me gusta el fin pero no los medios con los que se realiza.

Es una profesión sacrificada, pero hermosa. Te llena cuando ves que lo que haces da sus frutos. El esfuerzo aplicado te es devuelto con creces. Con agradecimiento. Una sonrisa sincera no tiene precio. A veces tengo la impresión que el verdadero sueldo es el que me pagan los pacientes. Perdón. Clientes/usuarios del servicio de salud. Pacientes somos nosotras.Qué remedio.

Creo que el desencanto laboral está en todas partes. Me consuelo pensando que al menos trabajo en algo que me gusta. Que me llena. Dentro de unos años no sé donde estaré pero creo que seguiré aquí, al pie del cañón. La Florence Nightingale de la nefrología.

miércoles, 14 de mayo de 2008

PALABRAS


Las palabras duelen. Pueden llegar a ser devastadoras, si no las usas con precaucion. Pero a veces, aún así pueden resultar muy dolorosas. Hay expresiones que apoyan mi reflexion. La primera que se me ocurre es "brutalmente honesto". Se pueden decir verdades o aquello que creemos que es verdad de diferentes maneras. Las palabras son como armas, la intencionalidad es lo que las carga. El desprecio y el rencor hace que las palabras se llenen de ponzoña. Un pequeño roce, escuece. Pero si tienes una grieta en tu armadura... entonces te corroen el alma. Que más da si lo que dicen no es verdad. La inseguridad no es escudo para nadie, y menos para quien no te quiere escuchar.
Las palabras pueden ser afiladas como cuchillos. Las hay quien las maneja mejor que otros. Espadachines de la gramática ostentan el poder. Hay otros que sin embargo, no las saben usar. Intentan utilizarlas para defenderse y a veces, por casualidad, se vuelven armas arrojadizas. Palabras escritas, palabras habladas, ausencia de...
Y cuando te las tiran a la cara pueden doler más que una bofetada. Palabras necias, piel ajada. Malas palabras, en peores momentos. No hay freno para esquivarlas. Vienen directas, te golpean y te roban algo de ti misma. No puedes volver a mirar la vida como antes. Palabras que crean pequeñas mutaciones en el alma. Lo que no te mata, te vuelve más fuerte. Hay palabras que te pueden matar poco a poco. Mutilan lo que eres, lo que eras. Gusano de seda en un capullo impuesto. Dolor que se salda en silencio, sin palabras. Cáncer que devasta tus murallas.
A veces, sin embargo, las palabras pueden ser hermosas. Son la llave de la caja fuerte del corazón para algunos. La esperanza a la que se aferran los que necesitan de ellas. El amor sin palabras es vacío. Sinsentido. Las palabras pueden ser las mejores enfermeras. Porque es una vía de escape para el dolor. La tristeza que no sabes sacar de otra manera. Esa pena que se ha vuelto como una pelota en las entrañas... Vomitas palabras y palabras. No piensas, sientes. Y esas palabras vuelan, liberan, se llevan consigo el dolor. Más hacia afuera. Más vacío por dentro. Y la música.. también es una forma hermosa de expresar palabras. Fusión de sonidos y fonemas. La lógica de las matemáticas ¿a caso no encierran el secreto de las palabras?
Puede haber comunicación sin palabras. No me hablas. Pero miras. Te siento cerca, a veces lejos. Y sin embargo, a veces las necesitamos tanto... Un perdona, un te quiero, un lo siento son las más ansiadas. Todos queremos perdonar, y que nos perdonen. Que nos quieran. O que nos odien. Si me dices, yo te cuento. Si me ignoras, me pierdo. Laberinto de grafias, del que ya no se como salir. Las cuerdas vocales, los dedos ágiles, me atan, me pierdo . Soy incapaz de encontrar la combinación correcta que me saque de aquí. Y sin embargo, no paro de hablar, de escribir. Me sienta bien. Los miedos vuelan, se alejan durante un rato. Cohetes de San Juan asustando a las palomas.
¿Se podría considerar las lágrimas como un tipo de palabras silenciosas? Por que también duelen. También pueden lastimar. Vacilas. Se contagian con el cariño. Empatía en la pena, unión de la amistad. Soledad y silencio. Tictac, el tiempo pasa, pero el eco no llega. Y sin embargo, cuando lloras ¿acaso no estás gritando tu interior? rabia,pena, también felicidad, ilusión,... Las lágrimas a veces comunican mejor que las palabras, que pueden resultar confusas. Se interpretan mal. Si las lees, el tono depende de tu visión subjetiva. Una vez alguien se enfadó conmigo porque no entendió el tono irónico de un mensaje. No lo supe hasta tiempo después. La ausencia de palabras se me hace insoportable. Acrecienta mi soledad.
Tantas cosas por decir, por preguntar, por saber... Letras para jugar, para disfrutar, para disparar. Buuuum! Estás muerto, un poquito más. Cuantas cosas por decir, cuantas cosas que no diré jamás, cuantas cosas que solo comparto conmigo misma. Secretos revelados en la intimidad. Oidos que no escuchan, si no es el rumor del mar. Dardos veloces, voces parsimoniosas. Palabras de noche susurradas al oido. Palabras valientes que salen sin pensarselo a por el rival. Palabras cobardes que se escudan en las cervezas del sabado noche. Palabras que mienten. Palabras que no quieren ser creidas. Palabras que duelen. Palabras que aman. Palabras que acompañan, cuando nadie está cerca. Palabras que consuelan, cuando nadie te habla. Palabras de amor, tesoro perdido. Palabras honradas que se dicen sin miradas. Secretos oscuros, noches de calma.
Con qué ligereza las usamos. No somos conscientes de nada. De su importancia. De su hoja de doble filo. De que duelen. De que aman.

sábado, 10 de mayo de 2008

LLUVIA

Días de lluvia. Días de nostalgia. De melancolía. Miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos... lo dijo Luz Casal en una de sus canciones. Es una letra insuperable. Creo que está hecha de lluvia, de jirones de nube. Y eso es lo que hago.. Recuerdos no siempre malos, los hay de muy buenos. Supongo que se asocia la melancolía a la tristeza. Compañeras de estos días grises. Y sin embargo no siempre es así.
Esta lluvia me trae recuerdos de otros días similares. Recuerdo París. Un viaje sorpresa, espontáneo. El amor a veces es así. Imprevisible. En ese viaje también llovió mucho, y los días se sucedieron grises. Pero eso no nos importó. Y que frío hacía.. entrelazábamos las manos para darnos calor, pero también porque era la excusa para rozar nuestros dedos, entumecidos bajo tantas capas de lana. Un regalo de alguien que por unos instantes me hizo olvidar. El único que lo consiguió. Nadie o casi nadie sabe que en la torre Eiffel me pidió que me casara con él. Y nadie o casi nadie sabe que acepté. Soy la guardiana de mis propios secretos. Supongo que de alguna manera intuitiva supe que el sueño se desvanecería, como la bruma de esas mañanas lluviosas de París. Desapareció de mi vida, del mismo modo que llegó. De repente. Y sin embargo, a pesar de ser un personaje turbio, no en mi vida, sino en la suya propia, no le guardo rencor alguno. Por un momento me hizo creer en las posibilidades que se transforman en certezas. La vida es sólo un sueño, y el me permitió soñar.
La lluvia se lleva los recuerdos de las despedidas. Abro la boca y dejo que el agua resbale por mi lengua. La paladeo. Agua de lluvia, agua agridulce. Lluvia, llévate hoy la pena, limpia mi alma. Y me quedo un rato así, dejando que me empape la ropa, el pelo, los zapatos que luego harán xof, xof. Algún viandante despistado me mira asombrado. Pensará que estoy loca. Los seres humanos hemos perdido la capacidad de aprender a mojarnos con agua de lluvia. Agua que depura. Agua que arrastra los malos recuerdos. Adiós, hasta nunca.
Miro por la ventana. Sigo con los dedos los dibujos que dejan las gotas en los cristales del balcón. Y sigo recordando París... Las caminatas interminables de los que sólo disponen tres días para recorrer una ciudad, aprovechando cada semáforo en rojo para comernos a besos. Hagamos algo cutre... y se presenta con los tickets para una cena en la torre Eiffel. Como los guiris de las películas. Y qué hermosa París de noche! La torre se ilumina con miles de lucecitas, y me trae al pensamiento el recuerdo de un árbol de navidad. Y sin embargo, la luz de nuestras miradas posiblemente sea más potente que cualquiera de esas bombillas. Porque el amor a veces es así. Brillante. Luminoso. Y comemos lo que nos sirven. Y nos comemos con los ojos. Jugamos a ser quien no somos, quien nos gustaría ser. Nos presentamos como matrimonio, como colegiales enamorados, como jefe y secretaria que se fugan para querer, con hijos, sin hijos, adoptaremos un par en China, tenemos tres perros,... mil personajes que enmascaran a los verdaderos protagonistas de la historia. Guardamos el secreto para nosotros dos. Y luego, me toca el turno de sorprenderlo a él. He sacado pasajes para un crucero nocturno por el Sena. Que la noche hortera lo sea hasta el final. El barco está atestado de japonesitos que celebran un fin de curso. Vestidos de gala y sandalias de pedrería para una gélida noche de febrero. Complementos estrambóticos para el pelo. Para la noche. Y abrazados para darnos calor, y también porque nos apetece estar así, dejamos que el viento helado nos azote la cara, mientras que recorremos con la vista ese París nocturno que nos ofrece el recorrido. Y de golpe suena nuestra canción. La vie en Rose. El día que lo conocí la estuve tarareando todo el día. El primer día que estuvimos juntos se la susurré al oido. Y entonces el mundo se para. Nos miramos a los ojos y empieza a llover. Pero nosotros nos quedamos bailando abrazados, con la música al fondo, mientras una veintena de adolescentes nipones se dedican a hacernos fotos desde su refugio bajo cubierta. La imagen del amor. La imagen de París. Día de lluvia.
Que hermosos recuerdos... impiden que la historia sea triste. Siempre me hacen sonreir. El amor viene y va, como la lluvia.

viernes, 9 de mayo de 2008

EN MARCHA


Ya he dejado de esperar noticias. Ya he dejado de mirar constantemente el mail, para ver si aparecía un mensaje en el que pusiera un "te quiero ver". Ya me he cansado de estar sentada sin hacer nada. Ya estoy cansada de esperar siempre que las aguas vuelvan a su cauce natural. Estoy un poco harta de que en esta obra me haya vuelto a tocar un papel de pasiva.


Pongo mis cartas sobre la mesa y el jugador no muestra su jugada, su mano. Tengo que esperar que decida cuales son las combinaciones que va a realizar antes de volver a poner el juego en marcha. Yo ya me he cansado. creo que ya he esperado mucho tiempo. Demasiado. A este juego no vuelvo a jugar. Si lo que buscaba el oponente es que me retirara del tablero, sólo me queda felicitarle y darle la enhorabuena. Para ti todo. Jaque mate. Fin de la partida.


Es hora de levantar lo caido. Hay que hacer las maletas y emprender otro nuevo viaje. Tierras por descubrir. Gente por conocer. En esta estación ya he permanecido demasiado tiempo. Corro el riesgo de echar raíces en un paisaje que no me corresponde. Extrangera en un país que no me acepta. No hay que asumir las condiciones que te imponen si quieres mejorar. Progresar. Ser capaz de dejar los sueños atrás.


Las despedidas hay que hacerlas sin lamentaciones. Si has puesto todo la carne en el asador y te has quedado sin la parte que te corresponde, no debes quejarte. Orgullo por la valentía demostrada. Resignación por no haber resultado ganadora. Aunque en el fondo sí lo seas. Lo sabes. Arriesgaste y eso, en sí mismo es todo un triunfo. Valiente por una vez. Desnudaste el alma, te quitaste esas capas que te protegen. Cayeron las murallas y vislumbraste el paisaje que había más allá. Ahora es el momento de descubrirlo. Sin temor a dejar atrás lo que sentiste como seguro. Te empujan hacia adelante. Es lo que se espera de ti. Todos lo esperan.


Y si la nostalgia te vence, puedes permitirte el lujo de echar una ojeada atrás. El ojo derrama una única lágrima solitaria. La lágrima de los campeones, de los aventureros. de los supervivientes. Y si tienes suerte, tal vez encuentres en el camino una mano amiga. Una mano de esas que te agarran bien fuerte y tiran de ti cuando sientes que las fuerzas flaquean. Cuando la morriña, los días de lluvia, hacen que quieras volver a casa, olvidándote que esta quedó muy atrás. Ruinas de los recuerdos que se convierten en escollos a sortear. Pasito a pasito, tambaleandote al principio, vas cogiendo las fuerzas necesarias para conseguir garbo, gracia, soltura al pasear.


El mundo es un lugar muy extraño. Puede ser desastroso, solitario, un páramo salvaje con mil peligros acechantes, y al girar en un recodo del camino, deslumbrarte con frondosa vegetación, un paraiso donde alojarte, descansar del camino una temporada, tal vez para siempre. Sólo hay que ser lo suficientemente osado como para emprender el viaje, dejando atrás lo conocido, lo cómodo. Aunque sea a desganas, aunque sea obligada por las circunstancias. Si la vida te pone una maleta en la mano y alguien te empuja desde atrás... no necesitas más señales para empezar a andar.