lunes, 26 de mayo de 2008

AJEDREZ


Vivir la vida es como jugar una partida de ajedrez. Una partida eterna. El tablero es infinito. Las piezas siempre estan multiplicándose. Se metamorfosean. Un peón se convierte en caballo. El caballo puede llegar a ser una reina. La reina puede ser derrocada y convertida en peón. Sólo esa figura central, el rey, permanece inalterable. Zarandeada por los aciagos movimientos del oponente, permanece impávida. Se mueve, cambia la estrategia, adelanta a sus soldados, recluta nuevos aliados... Es la partida de la vida. El rey representa a esa persona que eres tú. Da lo mismo el color que elijas, blanco o negro, en el fondo todos somos grises. Y encontrarás que en esa partida los peones negros irán de tu lado a la par que una reina blanca. Cabalgarás sobre caballos negros y blancos. Es una partida del rey contra todos y junto a todos. Depende de lo que elijas en cada casilla. En cada jugada.



Los amigos, según el grado de intimidad que alcances con ellos, pueden pasar de peones a caballos o alfiles. Dependiendo de tus valores pueden incluso llegar a ser la coprotagonista principal, la reina. Guardiana del rey. Aunque a veces no la veas o no la sientas cerca, siempre anda merodeando por tu lado. Se aleja y vuelve. Siempre protectora, recuerda a la leona de la manada. Baza indispensable para la lucha. Escudo de titanio. Templanza en la batalla. La mano derecha del que rige. No importa si está en la sombra o irradia luz natural, si es negra o blanca. Esa ficha suele durar toda la partida, y su pérdida es irreparable. Se rompe el juego. No valen las tablas. Y la retirada no está contemplada porque significa el fin del juego. Has de rehacer toda la partida, toda la vida. Y aunque encuentres otra reina para tu juego, sabes que el tablero ya ha quedado mellado. Una cicatriz en el escudo. Cambio de táctica. O te atrincheras tras las murallas de la torre o te lanzas como un loco en pos del rival. Sin aliados. O con ellos, depende.

En cambio otras personas no pasan de ser meros peones. Estos pueden venir de varios frentes. Pueden ser de adquisición reciente, o de adquisión antigua. Pueden ser piezas de rango superior que han sido relegadas por cuestiones estratégicas. Pueden ser de un color y volverse del color rival en un momento dado. Pero la característica que más los define es que son prescindibles. Se sacrifican cuando las situaciones así lo demandan. Puede haber momentos de la partida en que hayas ido acumulando demasiado de estos peones. Algunos ya han quedado fuera de juego. No forman parte de la estrategia. Es momento de revisarlos y sacarlos del tablero si no nos son de utilidad alguna. Si nos fallan cuando más los necesitamos. si no están a la altura de las expectativas que hemos puesto en ellos. Otras veces nos damos cuenta que su presencia entorpece el juego. Lo enlentece. También fuera. Si no, el juego no avanza. Tú no avanzas. Corres el riesgo de quedar atrapado, inmobilizado. Ahogado por un ejército de peones que creías controlar. Soldados de juguete rotos. La vida es muy dura. Eso no lo enseñan en la escuela. Lo aprendes en la calle. Las hostias son las mejores maestras.

¿ Y quién es el rival contra el que nos enfrentamos en eterna lid? Recibe muchos nombres. Lo abstracto siempre trata de ser definido. Suele camuflarse de idea, de concepto. No tiene forma. Ni firma. Unos lo llaman destino. Otros pueden tratarlo de causalidades de la vida. Lucha por el desarrollo del individuo. Lo que da de comer a los psicólogos del mundo. El yo individual. El yo colectivo. Dios para unos, cualquiera de sus manifestaciones para otros. Dios Todopoderoso, Yahvé, Buda, Alá, Shiva,... inconmensurable es este enemigo. Pero todos sabemos que la vida es una lucha contra algo. Quizás contro nosotros mismos. Una partida contra el espejo. O contra la nada del no ser. Cada uno tiene su meta clara. La estrategia a seguir es una idea naciente. Se adapta según las circunstancias del juego. Hay partidas que están ganadas de antemano. El dinero puede ayudar a comprar al rival. Otros en cambio han recibido unas malas piezas, un buen contrincante. La partida está sentenciada desde el principio, si no sabes mover con maestría y astucia, esos peones, esa reina,...

Y tu partida, a la vez, está ligada con infinidad de jugadores, infinidad de tableros. Posibilidades de interacción infinitas. Tal vez seas un peón en el tablero de tu torre. Tal vez seas la reina de un caballo. Quizás te toque ser un mero peón y quedar descartado en alguna jugada. Es tan complicado jugar a este juego... Porque cuando mueves ficha has de contemplar tu tablero, pero has de tener en cuenta la manera en que afecta tu posición en los tableros ajenos. Un avance insignificante para ti, puede suponer la derrota de otro. Caen las fichas, se levantan otras. Y todos seguimos jugando, haciéndolo lo mejor que podemos. A veces fallamos. Muchas. Otras conseguimos pequeñas victorias, que nos animan a continuar. A veces si estamos estancados en una jugada, una pieza amiga nos ayuda a ver la solución, el siguiente movimiento a realizar. Otras veces, lo que considerábamos una ficha de nuestro color, nos desbarajusta todo, y se convierte en enemigo a abatir, a reemplazar. A olvidar.

El ajedrez siempre ha sido un juego de estrategia. Vivir la vida es la mayor estrategia de todas.

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