domingo, 4 de mayo de 2008

TRISTEZA


El dolor es sinónimo de soledad. El dolor puedes compartirlo para hacer ligera la carga. Puedes guardarlo para ti, para que no moleste. Puedes ignorarlo, creyendote fuerte. Puedes dominarlo, por unos instantes. Puedes olvidarte de él, y dejarlo latente. Incluso puedes hablar de él con otros pensando que quizás así la carga sea más ligera. Pero el dolor de uno, nadie más lo entiende. Porque nadie entiende su profundidad. Nadie entra en el territorio donde te hayas en estos instantes... Hoy me siento valiente y quiero probar a hacer un ejercicio de sinceridad, veamos que sale de este dolor...

Últimamente estoy triste. Muy triste. Es una tristeza profunda, honda. Me duele el corazón. Me tiembla el alma. Esta tristeza está en el plexo solar. La siento como un puño que me oprime el esternón, lenta pero insistentemente. Está ahí todos los días, unque a veces consigo olvidarme de ella. A veces, mientras paseo, mientras leo, me recuerda su presencia. Se remueve inquieta en su asiento y oprime más. Me ahoga. Me asfixia. No me deja respirar. Si camino, he de parar, para coger aliento. Inspiración, expiración, no pasa nada, ahora mismo va a pasar. Pero cada bocanada de aire que cojo me quema por dentro. Se abre paso a trompicones, con dificultades. Me hace daño. Pero siempre acaba pasando. Todo vuelve a la normalidad, a su rutina. A veces esa opresión la siento en la base de la garganta. Emoción contenida que pugna por escapar. Pero no sé llorar, me cuesta mucho. Hace que me sienta estúpida, vencida. Me comparo con otra gente que creo que tiene más motivos para llorar que yo. Soy como el cristal, de apariencia dura y al menor golpe salta en pedazos. No quiero ser así. Quiero ser fuerte. Pero esta tristeza que siento es más fuerte que yo. Me atrapa la cabeza y me confunde. Hace que me regodee en mi propio dolor. Presenta fantasmas de soledad y miedo ante mis ojos. Hace que me sienta pequeña y falta de consuelo.

Cuando estoy triste quiero estar sola. Me aislo, desaparezco. Invento excusas para no tener que ver a nadie. Necesito tiempo para asimilar el dolor. Le practico una disociación. Lo analizo tanto que dejo de sentirlo. Lo asimilo y lo integro. Pero esta última vez me cuesta mucho. Oscilo entre la pena y el enfado. Indignación y culpa. Siempre acabo sintiéndome culpable por todo y eso no ayuda. Pienso en los fallos cometidos, en los que me achacan, en los de los demás. La tristeza sólo me aporta confusión. Quiero soluciones cuando lo mejor es dejar pasar el tiempo. La tristeza se transformará en melancolía, en pena suave.

Y mientras el tiempo pasa, juego a fingir que soy feliz. No pasa nada, es que me tiene que venir la regla. Unas veces se me da mejor que otras, pero en general estoy satisfecha con mi actuación. Gasto bromas, cuento anécdotas, sonrío y hasta río un poquito si la situación lo requiere. La gente tiene sus propios problemas para preocuparse por los de los demás. Se creen lo que les dices, porque confían en que no les mentirás. Tampoco se molestan en excarbar un poquito en esa capa superficial que te envuelve. Inconscientemente saben que no les va a gustar lo que van a encontrar. Aguantar la tristeza ajena es muy difícil, cuando estás en precario equilibrio para tener la tuya propia a raya. De todos modos, no me gusta hablar de mi pena con nadie. Soy egoista en este aspecto. Si me preguntan las causas, esquivo la conversación. Esto es algo privado, sólo los implicados lo saben y cada palo que aguante su vela. Si a ellos les trae sin cuidado, a los demás no les tiene que importar nada. Así son las cosas. Así soy yo. Inexcrutable. Esfinge de la emoción.

El tiempo pasa, las heridas sanan. Quedan cicatrices de guerra que tatuan el corazón, que surcan el alma. La tristeza seguirá siempre ahí, latente. Y esta no será la última vez que me enfrente a ella. Son los riesgos de la vida y hay que aceptarlos para vivir.

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