domingo, 4 de mayo de 2008

DOS SUEÑOS



He tenido dos sueños un poco extravagantes. Siempre se dice que hay que escribirlos para no olvidarlos, veamos si sirve para algo...





LAS ARAÑAS


Estaba yo en una especie de colonias. Una excursión que tenía tintes de escolaridad infantil. Mis compañeras, a las que no conocía de nada, aunque en el sueño parecía que sí, me llevaban a una habitación. Esta habitación parecía ser más bien un trastero. Muy pequeña, casi claustrofóbica. Paredes blancas. Sin ningún mueble. En cada esquina, había telarañas, con tres o cuatro arañas muy negras, pequeñas, de esas de patas largas. A mí no me dan miedo estos insectos, respeto tal vez si las veo muy grandes o peludas. Sin embargo, en la vida real las encuentro interesantes. De pequeña solía observar sus nidos, como tejían esas redes, como algunas se escondían en agujeros. Su pauta de alimentación me fascinaba: algunas comían las hormigas que eran arrojadas a sus garras en el mismo instante, otras hacían de ellas una especie de croquetas que indolentes dejaban en la telaraña, y las que se escondían, las capturaban y las arrastraban consigo a la oscuridad de su refugio. Cuantos veranos he pasado admirándolas, temiéndolas en algún experimento infantil que trajo consigo una hermosa cicatriz en mi sien.


Sin embargo, esas diminúsculas arañas oníricas, despertaban en mí un terror auténtico, irracional. No tenía claro si ese habitáculo representaba que era la habitación en la que había de dormir o algún sitio al que había ido a parar. La cosa es que me encontré con un spray insecticida en la mano, mientras me decían que tenía que matar a las arañas. Y ahí estaba yo, en aquella habitación, spray en mano y sin apenas moverme, por miedo a enfurecerlas. Era incapaz de accionar el disparador, de rociarlas con el vaporizador asesino. Me iba girando lentamente, dando vueltas sobre mi mismo eje, cuando me di cuenta que las telarañas se adherían a mi ropa y las arañas antes inmóbiles empezaban a dirigirse hacia mí. El pánico me invadió y empecé a pulverizar todas las telarañas. Daba vueltas y más vueltas en ese entorno minúsculo rociándolo todo a mi paso. A pesar de todo, más telarañas se enganchaban y aterrada veía enfilar hacia mí, a esas arañitas. En mi fuero interno, sabía que estaba haciendo bien, al matarlas, a pesar que estoy en contra de exterminar cualquier tipo de vida animal. En mi casa real, siempre les indico un camino de salida ubicado preferentemente en el balcón. En fin, el sueño acaba aquí. Sin final aparente. Yo rociando y rociando en un frenesí ocasionado por el terror. No sé si conseguí acabar con todas, por qué tenía que hacerlo o por qué me daban tanto miedo. Lo que si sé con seguridad, es que ninguna llegó hasta mí.

LA HERIDA DEL DEDO

Era un día de verano, y estaba en el balcón de casa. El sol me calentaba, por eso sé que estábamos en verano. es curioso, pero el balcón de mi casa, pese a ser interior, en este sueño daba a una calle poco concurrida. También recuerdo que en su parte izquierda conectaba con el balcón de unos supuestos vecinos que estaban asomados viendo pasar a la gente. Yo tenía antojo de tortilla de alcachofas, y así se lo hacía saber a Javi. Como comentario casual, no como para que la hiciera él. Pero a Javi también le apetecía, y tendiéndome un cesto de alcachofas me instó a ir pelándolas mientras él se iba a la cocina para ir batiendo huevos y calentando la sartén. Así que me quedé sola en el balcón y m ientras pelaba alcachofas me corte el dedo gordo, en la base, por el lado de la palma de la mano. Y a pesar de que la herida se ensuciaba, yo no hacía nada, pues tenía que seguir pelando las alcachofas. En algún momento, hubo una transformación de la que fui consciente a un nivel diferente del sueño, quizás más racional y que no tuvo influencia alguna sobre el desarrollo de la acción. La alcachofa se había transformado en una piña. Y yo seguía pelando, y pelando la piña, quitándole las hojas superiores, quitando la corteza,.. hasta que se desmontó sola y dejó a la vista un trozo del tamaño de una patata pequeña. La vecina de al lado se giró y me dijo, qué suerte tienes, ese es el corazón de la piña, lo más dulce del todo. Y yo la miraba y no me acababa de convencer el asunto, lo veía pequeño. A pesar de todo lo probé y realmente era delicioso, dulce como el almíbar. Qué buena estaba... Pero entonces el dedo empezó a doler. La herida estaba llena de piedras y restos de tierra y alguna mosquilla de la fruta hacía amagos de deslizarse hacia el interior de la herida. Alarmada llamé a Javi. Socorro, que se me meten bichos adentro! Miró la herida y me dijo, pero chiquilla, limpiátela tú misma, sácate eso de dentro. Me di cuenta entonces que me comportaba como una niña pequeña. Había ido a enseñarle la herida, para que me la curara él, en vez de hacerlo yo sola. Así que me senté en el blacón y empecé a apretar los bordes, como quien se aprieta un grano, para que saliera toda la tierra que se había metido dentro. Y empezó a salir, pero era una tierra rara, más bien parecían huevas de beluga, pero negras. Yo apretaba y apretaba y aquellos restos iban saliendo. El dolor era fuerte, pero soportable, la verdad. Era más bien asco y aprensión de que aquello fuera mi dedo que un dolor lacerante. Al final quedó todo limpio, pero un hueco enorme había quedado entre la piel de la palma de la mano y el dedo gordo. Podía ver a través de él. Era muy curioso y hacía que me sintiera extrañamente orgullosa de mi herida de guerra. Se lo fui a enseñar a Javi, mira qué hueco me ha quedado... Así acaba este sueño.

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