domingo, 4 de mayo de 2008

EL QUEIMADA


El Queimada más que un lugar se ha convertido en un refugio. Cuando me mudé de barrio anduve deambulando por esas calles aún desconocidas para mí, en busca del bar perfecto. Ese bar perfecto había de reunir varios requisitos: que me sintiera a gusto, poder leer a mi antojo sin que la mirada del dueño me hiciera sentir incómoda; que tuviera donuts del día; un ambiente determinado que no se explicar; un camarero simpático, agradable; unos horarios compatibles con mis necesidades... No lo encontraba y estuve "probando" varios de la zona. No acababa de decidirme, no sé, a todos les faltaba un no se qué... Pero un domingo de hastío, cambié mi ruta de búsqueda y en vez de caminar dirección montaña como era mi costumbre, decidí aventurarme dirección mar. No había apenas ningún bar abierto, sólo encontré uno. De aspecto desolado por fuera, apenas vislumbraba el interior a través de unas cortinas de ganchillo. No sé, me parece un poco cutre... pero Javi me dijo, total, sólo vamos a tomar un café. Así que entramos. El bar tenía cierto aire retro, pero parecía acogedor. Un poco oscuro. Ventiladores en el techo frente a los actuales aires acondicionados capaces de congelarte en un santiamén. Una colección de dragones en las estanterías. Pósters de temática rolera y fantástica. Pins en las paredes. Y un camarero que parecía sacado de una posada medieval. Sí. Había encontrado mi bar. Durante un tiempo sólo iba los domingos por la tarde con Javi. Eran los domingos de café. Tiempo de arreglar el mundo a golpe de filosofía. No recuerdo el primer día que fui por la mañana. Lo único que recuerdo es la agradable sorpresa de encontrar con que tenían donuts. Francamente, era mi bar.

Me encanta el Queimada. Me gusta sobretodo por las mañanas, cuando la gente está trabajando, y lo tengo casi para mi uso exclusivo. Mi mesa al fondo a la izquierda. Espalda apoyada en la pared. La vista se desvía a través del cristal hacia la calle. Un café con leche. Largo de café. Un sólo azúcar. Mi taza especial, porque si no, ya no sabe igual. Un buen libro. El cenicero tarado, con cicatrices de guerra. A veces los crucigramas me acompañan. Algún cliente habitual. Alguno esporádico. Esos donuts esbeltos en los inicios, se han convertido en mastodontes de pastelería. Pero sigo yendo a pesar de ello.

Valentín maneja el negocio con maestría. El perfecto anfitrión. Un cicerone de los juegos, te acompaña encantado a hacer un recorrido por un un mundo lúdico, insustancial. El campeón de las charlas metafóricas. La mayoría de las veces me pierdo intentando interpretar lo mensajes escondidos tras palabras absurdas. Sonrío y digo aha... ni idea de lo que intenta decirme, pero me sabe mal destruir esa imagen de hábil descifradora que tiene de mí. A veces, es que no quiero entender lo que me dice. Las cosas duelen menos si permanecen en la ignorancia. Valentín habla de puertas en los lindes del bosque, sobre si hay que ser valiente e intentar girar el picaporte, o dejarlas tranquilas.. Yo hace años que deje de interesarme en cuestiones de cerrajería. El bosque es el bosque, no hay puertas en un bosque, sólo árboles y algún que otro duende despistado.

El Queimada es mi santuario de retiro, la vida real tiene vetada la entrada. Sólo la imaginación, algún problemilla que se cuela, y esos trabajos de universidad que hago entre charla y charla intrascendente. La música de fondo siempre se acopla a mis estados de ánimo. O tal vez, sean mis estados los que se acoplan a ella. Esa radio de fondo últimamente escupe canciones de hace años. Tesoros encontrados en una caja rescatada del olvido. Recuerdos de antaño, azotes del ayer. Cuando estoy allí sentada, me siento en una burbuja. Formo parte de un mundo aparte. El mundo real se mueve ahí fuera, pero yo ya no formo parte de él. Es la magia del Queimada.
Por las tardes es diferente. El Queimada se transforma en lo que realmente es. Un bar de juegos. Centro de reunión social. Gritos, algarabía, scrabble los miércoles, tortillas de alcachofa, humo de cigarros. El yatzhee cobra vida. Amigos, antiguos amores, ojos que se miran, miradas que huyen. A veces sospecho que el Queimada son dos bares en uno. Victor y Victoria. Mañana y tarde. Sólo permanecen inmutables los dragones. Vigilantes eternos de los sueños de los contertulios que día tras día vamos a parar con nuestros huesos ahí.

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