jueves, 15 de mayo de 2008

INTRODUCCION


Soy enfermera.

No sé muy bien qué fue lo que me impulso a dedicarme a esta noble y poco agradecida profesión. Jamás soñé con cuidar enfermos el resto de mi vida. No era algo vocacional. De hecho, yo quería ser bióloga marina o veterinaria. Siempre se me dieron mejor los animales que las personas. Me es más fácil mostrarles cariño. Pero acabé estudiando enfermería. Al principio me veía de voluntaria, sacrificando mi abnegada vida, en pos de los más desfavorecidos. India, Perú, el Amazonas,... sitios aislados faltos de profesionales dedicados como yo. Jamás lo hice. Primero pensé que trabajaría un año o dos pra coger experiencia y ahorrar dinero para pagar el viaje. Luego tenía que mantener el alquiler. Luego me daba pena dejar un trabajo estable pra lanzarme a la aventura. Luego me acomodé en esta vida pseudoburguesa que nos venden, y compramos, y ya no me veía trotando por la selva en busca de la profesionalidad perdida. A veces aún sueño que me lanzo a la aventura. Que no me importa no cobrar un sueldo a fin de mes, perder mi piso, perder contacto con la gente que quiero, para tratar de vacunar a unos pobres indígenas que no quieren ser vacunados. Todos los sueños encierran una utopía.

Trabajo con crónicos. Diálisis, el riñón artificial. Los niños mimados de la sanidad. Su vida depende exclusivamente de atarse durante unas horas a una máquina durante tres días a la semana. Pero tienen vida. Ya es más que el resto de enfermos. Ya es más que hace unos quince años.

Cuando estudiaba y empecé las prácticas como esclava de una enfermera diplomada en el hospital, me di cuenta, que eso no era lo mío. Me gustan las personas. Me gusta tratarlas. Cuidarlas, animarlas, apoyarlas, acompañarlas. Pero no me gusta que eso se vea encadenado al reloj de la pared. Organizar los cuidados en función de unas pautas horarias asignadas por una administración que no ha pisado jamás la planta de un hospital. Números, cifras, datos estadísticos sustituyen a los enfermos y sus necesidades atencionales. Como poder mirar a alguien a la cara y no dejar que exprese sus miedos porque se te pasará el tiempo para curas.

Pero la vida tiene sus vueltas. Siempre hay un camino por el que avanzar. Yo entré en un centro de diálisis por pura casualidad. Esa es otra historia para otro momento. Pero cuando vi el modo en que se trabajaba, el tipo de paciente y el trabajo que ahí podía realizar, supe que había encontrado un trabajo en el que ser feliz.

El trabajo de dialisis es rítmico. Precisa organización y orden. Priorizar los objetivos. Rapidez y agilidad. Es mecánico, repetitivo porque montas una máquina tras otra. Conexión y desconexión y otra vez a empezar. Y sin embargo, dentro de este orden protocolizado hasta la saciedad, no hay sitio para el aburrimiento. Las complicaciones aparecen por sorpresa, a cualquier hora, sin avisar. No puedes relajarte. Ojo avizor. Pero como su frecuencia es reducida dispones tiempo para hablar, cuidar, enseñar. Porque con pocos enfermos eso se puede hacer. Enfermería no sólo es realizar curas, es cuidar al ser humano en su totalidad, en toda su esfera biopsicosocial. Pero eso, hoy en día es muy difícil de hacer.

Trabajo en una multinacional. La salud también puede resultar un producto. Bastante rentable por lo visto. La enfermería es tan solo contratada como mano de obra. La cualidad humana tan solo es una fruslería. Lo que prima es que tengan la carrera acabada y que aprendan a pinchar rapidito. Que entiendan lo que estan haciendo es algo secundario mientras los pacientes esten conectados a su hora y no tengan que pagar horas extras. Y tu, enseñas gratis, que es lo que toca, lo que se espera de ti. Porque, tal y como te recuerdan continuamente, la puerta está abierta, si no te gusta te largas, y en todos los centros ocurre más o menos lo mismo. La pública es un sueño poco realizable. Las oposiciones se aprueban a golpe de talonario. Yo no tengo 12000 euros para pagarme un posgrado que no quiero. La profesión ha perdido su finalidad. O la está perdiendo. Y sin embargo me sigue gustando. Me gusta el fin pero no los medios con los que se realiza.

Es una profesión sacrificada, pero hermosa. Te llena cuando ves que lo que haces da sus frutos. El esfuerzo aplicado te es devuelto con creces. Con agradecimiento. Una sonrisa sincera no tiene precio. A veces tengo la impresión que el verdadero sueldo es el que me pagan los pacientes. Perdón. Clientes/usuarios del servicio de salud. Pacientes somos nosotras.Qué remedio.

Creo que el desencanto laboral está en todas partes. Me consuelo pensando que al menos trabajo en algo que me gusta. Que me llena. Dentro de unos años no sé donde estaré pero creo que seguiré aquí, al pie del cañón. La Florence Nightingale de la nefrología.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola monica gracias por no haber escogido irte a la india amazonas o africa esto me ha permitido haber conocido una gran enfermera pero lo que es mas importante para mi que tambien una gran persona y para es lo principal un beso nos vemos jesus