martes, 20 de mayo de 2008

UN CUENTO 1






Una noche, mientras dormía entró un ladrón de sueños por mi ventana y me robó la felicidad que tenía escondida. Lo supe nada más levantarme, porque tenía la cara ojerosa y un cansancio que me pesaba en el alma. Durante los primeros días de estupor, me limité a deambular sin rumbo fijo por la casa. Permanecía en cama durante largas temporadas, pensando que tal vez, el ladrón, arrepentido de su acto delictivo, volvería a aparecer con la noble intención de devolver aquello que había usurpado. Mas nada de eso pasó y, de vegetar como una planta de terraza, pasé a ser presa de las más terribles y angustiosas lamentaciones.
Echaba de menos la felicidad perdida. La había estado atesorando durante mucho tiempo, y la guardaba para lucirla en ocasiones especiales. Tanto trabajo para nada. Ni siquiera la disfruté plenamente. Y sólo el pensar que tenía que comenzar desde el principio, bastaba para hacerme llorar desconsoladamente. Tanto lloré y lloré, que la casa se inundó. Después, lentamente, empezó a inundarse la ciudad donde vivía. Fue entonces cuando todos empezaron a asustarse, pues era muy incómodo andar todo el día con el agua por las rodillas. Además como eran lágrimas, el agua era salada, y las cañerías empezaron a estropearse, las alcantarillas a embozarse, la ropa no se secaba nunca... Un desastre. Pero el mal humor de la gente sólo empeoraba la situación, porque cuando alguien venía con sus quejas a mi casa, sólo conseguía que aumentara la intensidad de mi llanto, con lo que el nivel del agua en la ciudad subía un par de centímetros más.
El alcalde preocupado ante el tamaño del desastre organizó un llamamiento público al ladrón de sueños. Le ofreció una cuantiosa recompensa a cambio de devolver la felicidad sustraida. Pero probablemente, el ladrón ya estaba muy lejos, porque como todo el mundo sabe, los ladrones de sueños viven más allá del horizonte del norte. Y eso queda muy, muy lejos. También se organizaron redadas entre el mercado negro de felicidad, a ver si encontraban por casualidad la mía. Pero no apareció, y la triste realidad empezó a abrirse paso en la conciencia de todos. El ladrón se la había llevado consigo.
Mientras tanto, yo seguía llorando a mares. No podía parar. A consecuencia de esto, y de los estropicios que el agua había ocasionado a mi casa, empecé a vivir encima de un árbol. Era un bonito almendro, que me acogió con ternura entre sus ramas, y al que no le importó mi incesante llanto. Por las noches me acunaba entre sus hojas y el viento silbaba para mí hermosas melodías, hasta que me dormía exhausta de tanto llorar.
Más tarde vino la etapa de las lamentaciones. Me echaba la culpa de haber sido descuidada, de haber permitido que el ladrón se colase por mi ventana, de no haber disfrutado de la felicidad guardada, de haberla escondido enun sitio demasiado obvio para el ladrón,... llegó un momento en que me sentí culpable de todos los males del mundo. Mis amigos estaban ya desesperados conmigo. Me ofrecían amablemente la felicidad que ellos disponían en ese momento. Pero como todo el mundo sabe, la felicidad ajena es como una gripe contagiosa, cuando la coges te dura como mucho una semana. Y en cuanto el efecto se evaporaba, el vacío que tenía se hacía más patente y lloraba más.
Como nadie encontró ni al ladrón, ni a mi felicidad, acabé llorando tanto, que inundé la ciudad por completo. Y luego, las ciudades vecinas. Y finalmente el planeta entero, excepto algunas zonas elevadas y un par de islas que sabían nadar y escaparon a tiempo.
Pero por fin llegó el día en que dejé de llorar. Y al abrir los ojos hinchados por el llanto, observé horrorizada las consecuencias de mi pena. No quedaba nadie. No quedaba nada. Había creado los mares y el océano (¿de dónde pensábais que salía el agua salada del mar?). Todo el mundo se había mudado a otra ciudad, o a la cima de la montaña más cercana. Así que tras consultar con mi almendro-casa, este decidió cederme unas cuantas de sus robustas ramas para que me construyera una balsa con la que navegar por el mar.
Estaba decidida, iría yo misma a buscar lo que me habían robado. Mi felicidad.
Continuará....

1 comentario:

Desiree dijo...

sigue con este podrías venis al cole a explicarlo a mis alumnos, me estaba imaginando haciendo los dibujos...podriamos hacer un libro precioso.. eres un genio