lunes, 11 de agosto de 2008

LAS CITAS


Me encanta tener una cita. Hace tiempo que no tengo una. Una de verdad. No sirven esas de quedamos y tomamos un café. Me refiero a una cita en el sentido clásico de la palabra. Una cita de amor. Cuando te gusta alguien y empiezas a dar esos pasos vacilantes por un camino que no tienes claro a dónde te llevará. Misterio. Y sobre todo nervios. Nervios y expectativas. El sudor amargo ante un futuro que está por descubrir.



Las citas dependen de la situación y la persona. Personalmente, para que empiece bien una cita, tiene que ser propuesta. Las que propongo yo, ya no tienen tanta gracia. Me gusta que me sorprendan. A todos nos gusta, lo sé. Pero como es mi opinión la que estoy contando, es la que vale en estos momentos. Así que empezamos con un clásico chico pide a chica una cita. Y ahí empiezan los nervios. Porque partimos de la premisa de que hay una atracción mutua. Si no, no es una cita. Es una penitencia. Y no tiene la magia que tiene la incertidumbre de no saber cómo va a salir. Este paso ya es importante en si. Cómo te la piden. A mi no me sirve un "vamos a comer" o "por qué no vamos al cine". Eso pienso que son reuniones. Quedadas con amigos. Si es una cita de verdad, te han de dejar claro que las intenciones ocultas no son las amistosas.



Empieza la función. Empiezan los nervios. Las suposiciones, las dudas. Qué me pongo. Me pinto un poco o dejo que vea directamente mis defectos. Me he de depilar, pero, oh Dios mio, no lo he hecho en todo el invierno y eso me llevará horas... La ropa vuela veloz del armario hasta un montón, cada vez, más eminente, encima de la cama. Esto no, que me hace gorda. Esto no, que enseño demasiado escote y pensará que soy una facilona. Esto tampoco, demasiado elegante. Demasiado tirado. Arghhhh. Luego cuando estamos más o menos decentes (nos hemos acabado poniendo lo mismo de siempre, pero con el ligero maquillaje, parecemos otra) empezamos la otra labor titánica precita: el peinado. Empiezas dejándote el pelo suelto. Pero entonces descubrimos un mechón rebelde. Lo embadurnamos con los mil y un potingues: espuma, gel, cera, laca... total que acabamos observando que el pelo ha adquirido el brillo especial "lamido de vaca". Notas que las lágrimas empiezan a aflorar. Qué desastre, con lo que ha costado hacerse la raya, de manera que quede más o menos igual en los dos ojos (porque no sé por qué, siempre queda más gruesa en un ojo que en el otro). Acabamos con la cabeza dentro del lavamanos, lavándonos el pelo sin jabón, para desincrustar lo que, anteriormente hemos aplicado con tanto esmero. Nada, el mechón suelto sigue ahí. Y el resto del pelo, parece haberse desmayado por intoxicación fijadora. Te entra un ansia irreprimible de rapártelo al cero. Miras el reloj y ves que no te da tiempo. Acabas haciéndote un moño. Rápido, eficaz, y disimula el desastre anterior.


Llega el momento en que o te pasan a recoger (si tienen coche) o has quedado en la salida de algun metro. Yo siempre llego la primera. Exceso de puntualidad crónica. Por eso suelo llevar siempre un libro en el bolso. Esos momentos de espera son demoledores. Destrozan los nervios. Empiezas a imaginar como van a desarrollarse los proximos acontecimientos. Estableces posibles conversaciones imaginarias en las que siempre quedas como una erudita urbana. Pero a la hora de la verdad la lengua se traba. Estás tan pendiente de quedar bien, de parecer ingeniosa a la par que divertida e interesante, que acabas diciendo estupideces. Conversaciones insustanciales. O silencios incómodos, porque te quedas mirando al otro esperando que de su boca salga ese comentario tan incisivo que hace un rato te imaginabas mientras esperabas a que llegase. Pero probablemente esté intentando averiguar que carajo te pasa en el pelo que tiene ese aspecto tan apelmazado.


Anécdotas varias después, llegamos al otro momento culminante de una cita. La despedida. Nunca sabes qué hacer. Le das dos besos (o ha ido mal o es muy tímido, o lo eres tú, o quieres esperar a tener otra) o le das uno (ha ido muy bien, o ha ido muy mal y exiges una compensación física). Y te quedas mirándole la cara, intentando adivinar cuáles son sus intenciones. Hacia donde se dirigen sus labios (hacia las mejillas o hacia tu boca??), para tú imitar sus gestos sin temor a hacer justamente lo contrario que la otra persona. Normalmente lo que sucede a continuación es un momento de absoluto vacío. La otra persona está haciendo exactamente lo mismo que tú. Así que ahí te quedas tú, mirando como una idiota al otro, que tiene la misma mirada de confusión y titubeo que debe expresar tu cara. Una vez, una cita que tenía, no pudo soportar ese momento de indecisión, y acabó dándome una palmada en el brazo y echó a correr. No volví a verle. A este paso debe haber llegado a Australia.

Lo bueno que tienen las citas, es que con el tiempo, olvidas todos los disgustos y sinsabores que vives durante esas horas, y cuando las recuerdas suelen hacerte sonreir e, incluso, hacerte reir a carcajadas. Es una pena que estén desapareciendo. Ya nadie suele pedir una. Se queda con la persona como amigos y según como vaya la cosa, te proponen veros una vez más. Ya no hay citas en que el chico se arregla para causar buena impresión, y te tratan como a una reina ese día. Esas citas en que te llevan a cenar. En que los dos estais incómodos con esa tensión que se palpa en el ambiente... eso era antes. Las cosas cambian con el tiempo. La rapidez de la ciudad se infiltra también en las citas que bailan al son de internet. Ahora una cita ya no es para conocerse, es únicamente con fines sexuales. Aunque de vez en cuando, alguna perla aparece entre tanto mejillón.

Yo, desde aquí, reivindico la inocencia perdida en alas de la modernidad. Vivan las citas!!!

miércoles, 6 de agosto de 2008

TE VAS



A veces, cuando menos lo espero, tu recuerdo me asalta por sorpresa. Es como si alguien me pegara un puñetazo muy fuerte en medio del pecho. El aire se me escapa veloz entre los labios. Tengo que parar lo que esté haciendo y esperar a que pase el efecto de ese impacto inesperado. Luego, domino el dolor que queda y sigo adelante. Como las olas que besan la playa con brusquedad, para luego retirarse mar adentro con una caricia. Así te siento a ti.



No hace tanto que te fuiste, y sin embargo, a veces, me parece una vida entera. Supongo que es por la sensación tan grande de pérdida. O por haber vivido cosas que no me tocaban antes de tiempo. La responsabilidad es una carga muy pesada. Pero tú ya no estás aquí, y es ahora cuando me pregunto, si lo has estado alguna vez realmente.



Hay muchas cosas que me gustaría decirte. Explicarte. Exigirte. Enfrentarte a los hechos desde mi punto de vista. Pero impusiste los tuyos a modo de verdad absoluta. Y con ellos me diste carpetazo final. Porque aceptarlos no es una opción válida. No me puedo fallar a mi misma. Así que escribo. Porque no me queda otro camino para sacar todo lo que llevo dentro. Escribo para ti. Sobre ti, casi siempre. Escribo para que otros lean. Para compartir, aunque sea de un modo absurdo, ese dolor que siento. Porque así, me siento un poco menos sola.


Y es curioso, que la persona sobre la que tanto escribo, sea quizás la única que no lea nada de esto. Aunque en mi imaginación me gusta pensar que sí lo haces. Te vislumbro ahí, callado. En silencio. Recorriendo estas líneas con el ceño fruncido. Pensando que no he entendido nada. Que no quiero entender nada. Que manipulo la realidad a mi antojo. Pero quizás, el que no entiende nada, eres tú. Culpa mía. Culpa tuya. Somos dos. Éramos dos.
Y es que prescindir de golpe de una persona que ha ocupado gran parte de tu vida, es muy difícil. Aunque sea necesario. Hay que extirpar el dolor de raiz. O te obligan a golpe de palabra. Pero en el fondo, agradezco tu frialdad. La indiferencia que demuestras a veces. Te convertiste en tijeras para cortar ese hilo que me unía a ti. Yo no era capaz. Y aunque, algunos días he llegado a sentir desesperación, no me queda otra opción que darte las gracias. Gracias por dejarme caer en el pozo. Hay caídas que son necesarias. Terapéuticas, incluso. Huesos que hay que romper para que se vuelvan a soldar. Porque así he aprendido a ser fuerte. A ser valiente. A sacar de dentro de mí, una resistencia que pensaba que no tenía. Porque se me ha caido la venda de los ojos. Porque te has caido tú también conmigo. Te has caido del pedestal donde te tenía. Donde te puse, pensando que eras lo mejor de mi vida. Porque también me has enseñado lo que son los amigos. Los verdaderos. Los que saben ver a través de tus lágrimas. Los que te tienden la mano y los que te ayudan a salir. Los que te hacen compañía sin mediar palabra. Los que están ahí cuando los necesitas.
Tú una vez intuiste que te necesitaba, pero ahora ¿dónde estás?

viernes, 1 de agosto de 2008

UNA HISTORIA DE ALGUIEN


Alguien me ha hecho llegar una historia para la recolectora. Agradezco enormemente el esfuerzo que algunos haceis por sacar estas historias del baúl de los recuerdos, donde yacen enterradas. Incluso olvidadas. Nunca es fácil recordar el dolor o la decepción que sentimos en su momento. Siempre es más fácil recordar lo ameno, pero a veces, parece que le restamos importancia. Inma compartió su experiencia, y esta persona, comparte una historia de desamor. La recolectora de historias que soy, agradece su aportación.


Cuando te dejan, duele. cuando aún estás enamorado de esa persona, duele más. Cuando esa despedida aparece sin previo aviso, es demoledor. A veces, hay migajas por el camino, que sabes que conducen a un futuro desacuerdo. Consiguiente separación. Quizás tú también vayas dejando tus propias migas. Guijarros blancos como lágrimas de sal. Pero sirven para prepararte. Para lo inevitable. O para la lucha. para conservar aquello que deseas mantener.


Cuando fuimos a vivir juntos, no esperaba que la historia, nuestra historia, fuera a deambular por estos derroteros. Paletadas de tragicomedia. Quizás hubieron señales que no supe ver. Interpretar. Pensé que todas las dificultades que aparecieron eran peruebas a superar. Para demsotrar nuestra solidez. Para que supiéramos valorar el éxito, una vez conseguida la meta. Ahora pienso que, tal vez, fueron señales que indicaban que el camino que seguiamos, no era el correcto. Quizás tú ya lo sabías entonces.


Y un día me dijiste que te ibas. Me plantaste delante un montón de excusas que no entendía. Supongo que tú tampoco. Excusas ilógicas. Incatalogables. Excusas extraidas de un catálogo de abandono. Mentiras disfrazadas de excusas. Y no entendí. Y te dejé ir. Me dejaste solo en una casa a medio construir. Pensando que te ibas porque estabas huyendo. Qué iluso.


Pero los secretos no se pueden ocultar por mucho tiempo. Y si son grandes, menos. Aún me asombra que pensaras que podrías conseguirlo. Me duele que creyerasa que era tan estúpido. La casualidad, porque siempre son las casualidades, quiso quitarme la venda de los ojos. Se encendieron las luces para que pudiera ver. Cayeron las máscaras. Y la verdad, se presentó ante mi, con su terrible realidad.


Estabas con otro. Pero no con otro cualquiera. Con mi mejor amigo. Te presentaste como un Peter Pan, y resultaste ser el Capitán Garfio. La incredulidad dio paso a la estupefacción. La estupefacción me dio tiempo para pensar. Para atar cabos. La curiosidad desató la furia. Una furia fría. No venía del hecho de que me hubieras dejado. Eso pasa continuamente. Eso lo puedo llegar a entender. La furia tenía su origen en tu mentira. Pero, sobretodo, en vuestra cobardía. La traición no es que estuvierais juntos. O que jugarais a quereros. La traición fue la cobardía, vuestra falta de cojones para decirme qué pasaba. os quería a los dos. Formabais parte de mi vida. Parte importante. Ineludible. Pero, para vosotros, yo no merecía el derecho a saber. Vuestra confianza. Vuestra verdad.


Me habeis quitado muchas cosas. Cosas que no cabían en las maletas que te llevaste, pero que igualmente se fueron tras el eco de tus últimas pisadas. Del aroma de tu pelo, que permaneció en la almohada, y que quedó ahogado con el peso de mis lágrimas. De mi rabia. Me quitasteis a dos personas de mi vida. Vosotros. Como una oferta barata de supermercado de saldo. Un 2x1. Me quitasteis la ilusión, la confianza en un mundo de personas justas. Honradas. De amigos sinceros. Pero, sobretodo, me quitaste el derecho a una explicación. A saber. No disteis la cara cuando os llamé. Cobardes. Traidores. A veces la vida puede dar miedo. Yo os di miedo. Pero cuando se toma una decisión, hay que acarrear las consecuencias. Yo fui una de ellas. Hace falta madurez para coger el toro por los cuernos. Defender tu postura con la cabeza bien alta. Pero en vez de esto, hicisteis oidos sordos. Os escondisteis. Me privasteis de la posibilidad de contestar tantas preguntas... Preferisteis que me quedara solo con mis dudas, mis suposiciones. No merecía esto. Yo no os lo hubiera hecho. Lo sabeis. Por eso pienso que la vergüenza fue la que condujo vuestros actos.


La vida sigue. La furia se apaga. Se duerme. Los valores cambian. Mi manera de entender la vida, el amor, la amistad, ha quedado transformada para siempre. Amigos que estaban ahí, demostraron su valía. Cogieron las riendas que tirasteis en vuestra huida. Pero sobretodo... sigo sin entender. Sin saber.

miércoles, 30 de julio de 2008

MIS OTROS YO


Soy una persona normal y corriente. Tengo cosas buenas, y también, las tengo de malas. Tengo cosas que siempre quise tener. Me faltan cosas que quisiera. Porque no somos perfectos. El éxito consiste en querer serlo.


Hay muchas cosas que me gustaría cambiar de mi. Como a todos. No soy especial en ese aspecto. Pero cuando quiero modificar un aspecto de mi carácter, utilizo una técnica que creo que es denominación de origen. Origen moniquero. Creo alter egos. Los doto de nombre e historia propias y su rasgo más característico es que en su personalidad, destaca ese rasgo que a mí me gustaría tener, y que no tengo. Así que cuando quiero mejorar algo, o necesito utilizar un recurso que no poseo en demasía (no sé, encararme con alguien, por ejemplo), imagino que soy ese personaje imaginario, e intento actuar como lo haría él. Bueno, ella, que soy una chica, aunque a algunos se les olvide (ehem, ehem). Y ya sé que a lo mejor es de locos, de locos de verdad, pero el caso es que a mí me funciona la mayoría de veces. Tengo una galería de personajes de lo más variopinto. Los saco a relucir cuando la necesidad lo requiere, aunque no dejen de ser rasgos de personalidad enmascarados de personajes, al más puro estilo de rol.


La más antigua es Eina. El nombre lo escogí porque fue mi primer personaje de rol y le tengo cariño. Eina es esa parte más instintiva, que casi siempre trato de controlar. Es Mònica cuando las inhibiciones van desapareciendo a medida que aumenta el nivel de alcoholemia. Eina es mordaz, y provocadora. Coqueta. Le encanta hablar con todo el mundo, sin timidez, con osadía. Es la reina de la fiesta. El centro de atención. No tiene pelos en la lengua, y dice lo que piensa. Lengua viperina que juega en orejas ajenas. Coje lo quiere, o si no, lo intenta. Eina es nocturna. Sólo sale a pasear en contadas ocasiones porque a la mañana siguiente, soy yo la que recoge los destrozos.


Ireth sería esa parte romántica que aún lucha por sobrevivir a pesar de mis esfuerzos porque desaparezca. Se esconde en algunas miradas, en los detalles y me susurra sueños imposibles cuando estoy distraida. Reluce en días especiales, días comerciales. Es la que espera aún rosas blancas. Se escapa de mi control, de mi raciocinio. Es transparente. Va desapareciendo con el peso de los años y las decepciones. Pero aún resiste, y se permite el lujo de sorprenderme, cuando estoy con la guardia baja.

Y por último está Icewoman, la vengadora enmascarada. La justiciera de los corazones rotos. La que planea venganzas, que le gustaría llevar a cabo. La que espera paciente su oportunidad para dejar las cosas claras. Sin pelos en la lengua. Defendiendo las cosas en las que cree. Franca, directa y justa. Valiente. Encara las situaciones, ignominiosas a veces, con una sonrisa en los labios, y las dagas en la punta de la lengua, listas para ser lanzadas al menos atisbo de insolencia. Ella es como todo superhéroe, atormentada por hechos que no puede controlar, busca su propia justicia contra los enemigos. Aquellos que osan romper un corazón, están en su punto de mira. El perdón ya no es una opción para ella.

Partes oscuras. Partes hermosas. Todas juntas forman otra yo. La yo que me gustaría ser. La que no me atrevó a ser. La que, quizás, no sería bueno que fuera. Ellas me completan, de una manera ilógica. Todos tenemos esa parte nuestra que no controlamos. Ese rasgo de carácter que se escapa en determinadas ocasiones y que, a veces, nos llega a sorprender. Eso se ve. Siempre decimos que alguien nos ha dejado sorprendidos porque no sabiamos que fuera así. Incluso nos podemos llegar a sorprender a nosotros mismos. A esta parte desconocida es a la que me refiero. Sólo que yo conozco a algunas. Las vuelvo antropomórficas. Las saco del subconsciente y las materializo. Porque puedo. Porque quiero. Porque conocer, es saber. Porque dejarse conocer, es ofrecer a los demás la oportunidad de que te descubran. De que te acepten. De que te quieran por lo que eres. No por la imagen que puedas dar. En este baile, las máscaras quedan fuera.

martes, 29 de julio de 2008

CAMBIOS


A veces, cuando empiezo a escribir, no sé qué va a salir de mis dedos. Las teclas se oprimen solas. La mente vaga libre y, por unos instantes, se desconecta de su humana prisión. Vuela sin alas. Las ataduras se sueltan. No pensar, en cierta manera, me libera a mí también. Mi mente viaja al subconsciente. Se llena las manos de niebla, con los malos recuerdos, sensaciones impertinentes, deseos frustados y recuerdos nostálgicos. Lo recoge todo y luego lo transmite a mis dedos, que a veces vuelan veloces por el teclado. A veces dudan de escribir según qué. Toda la verdad de mí queda camuflada en metáforas que son sólo para uso propio. Para el que se sienta aludido. Para el que sepa leer entre líneas. Para el que sepa leer la verdad. Mi verdad. Para el que esté dispuesto a verla.


Hoy es día de divagaciones varias. Tengo muchas ideas que me rondan la cabeza. El año está siendo movidito en varios frentes, lo que ha hecho que diversas situaciones hayan ocasionado un cambio de perspectivas. Un cambio de actitud. De valores, tal vez. Quizás hoy es día de valorar cómo ha ido esta mitad de año. A qué conclusiones creo haber llegado. Qué he variado. Cómo enfocar lo que queda hasta que acabe diciembre. Quizás es un tontería. Pero a veces, siento la necesidad de parar de andar, y tomar un respiro antes de continuar.


Ha sido un año de cambio sobretodo en las amistades. Amistades que tuve que alejar para poder vivir de más cerca. Inma se fue, y es precisamente de este modo, como la siento más cerca. Nos apoyamos tanto la una en la otra, que no nos damos cuenta y acabamos dependiendo la una de la otra. Formamos nuestro micromundo y ya no dejamos entrar a nadie más. Nos quedamos más solas, y eso sólo hace que reforzar la bola de cristal en la que estamos refugiadas. Hubo que romper la burbuja que nos envolvía, para que volvieramos a recordar que, aunque siempre nos tendremos, ahí afuera también hay vida. Vida independientemente de la otra parte. Vida para conocer. Pero qué duro es abandonar el oasis y enfrentarte a la arena ardiente del desierto. Aunque cuando la arena empezaba a quemar y creí que no sería capaz, apareció Jordi, con sus yatzhee y sus crucigramas, me cargó a hombros y, cuando me soltó, noté sorprendida que la arena era tibia. Así aprendí que hay gente que aparece y desaparece, como espejismos de bruma, para ayudarte en momentos determinados.


También se fue Xavi, pero fue diferente. O quizás no tanto. Si no eres capaz de romper un vínculo emocional con alguien, has de poner tierra por medio. Es el único camino. Si no, esos lazos invisibles que te atan no se rompen. Y no puedes avanzar. Y no puedes ver la verdad que la gente esconde. Porque no la quieres ver. Ideales que fracasan ante la realidad. De todos modos, he aprendido que hay otros caminos para desatar lazos banales. Las palabras a veces, son más contundentes que el aislamiento. La ausencia de un perdón, es más devastadora que la realidad. La mentira te puede hacer dudar. A veces sólo ves en la gente, aquello que te gustaría ver. Nadie es tan perfecto como tu corazón te quiere hacer creer. Al marcharse, yo cerré por fin esa página que no acababa de terminar y él, cerró la puerta con un portazo que hizo que se abrieran varias ventanas. Y por ahí entró Marius, dispuesto a enseñarme que los amigos de verdad existen. Que si tienes a alguien que está tu lado, puedes ser valiente. Que si te caes, hay alguien que te tiende una mano. Que algunos no somos de carne, sino de roca. Porque somos fuertes. Porque nos han roto el corazón y, hemos sobrevivido para el siguiente asalto.

Mi Neus se casó. Y ella cumplió su sueño, y me permitió ser feliz al compartirlo conmigo. Y la boda me trajo varias cosas. Los novios del pastel. El retorno de Meri. De manera que ahora volvemos a ser las tres. El triángulo de las Bermudas Santsalvadoreñas. El trío vuelve a estar completo, y eso, de alguna manera, nos hace más fuertes.

Y Desiree, siempre eterna, siempre ahí. por suerte, entre tantos cambios, siempre está la roca que permanece firme y que nos permite aferrarnos a ella, hasta que los vientos se vuelvan suaves brisas.

Gente que entra, que vuelve, que aparece, que se hace más fuerte. Gente que nos sostiene, que nos apoya, que nos quiere, que nos ayuda a avanzar. Gente que se marcha, que echamos, que se distancia, que se pierde. Gente que nos daña, que nos retiene, que nos ataca, que nos duele. Todas ellas son una vida. Todas ellas, me hacen más fuerte.

domingo, 27 de julio de 2008

ROSAS BLANCAS


Siempre había tenido un sueño estúpido. Ese sueño como tantos otros, ya no existe. Ya no está. Pero quería compartirlo porque hacía mucho que estaba conmigo y ya le había cogido hasta cariño.


Yo soñaba que la persona de mi vida, ese príncipe azul en el que aún creía de vez en cuando, sería identificado mediante una señal. Él me regalaría un ramo de rosas blancas, mis flores preferidas. La dificultad estaba, pues si no, cualquiera podría ser ese príncipe encantado, en que yo jamás diría a nadie, bueno, a ningún posible candidato, cuáles eran esas flores que me hacían suspirar. Era mi propio laberinto del Minotauro. Sólo los que siguieran el camino correcto serían capaces de llegar al centro, donde estaría esperando exultante. Con el rostro arrobado y esas patrañas típicas de novelas rosas. Por supuesto, cualquier persona mínimamente avispada, y que tuviera interés en llevar a cabo semejante hazaña, tan sólo tenía que preguntar a cualquier persona de mi círculo íntimo, cuál era el color correcto de mis preciadas flores. Todas mis amigas saben que suspiro por una, o unas cuantas, de esas rosas blancas. Migajas de información que marcaban el sendero a seguir. Según las flores escogidas, o la ausencia de ellas, la persona en cuestión se situaba más o menos cerca de cumplir mi sueño. De ser la señal que lo marcaría como aquel al que mi corazón estaba esperando.


Pero curiosamente, aunque dos personas hayan cumplido los requisitos, ninguna resultó ser ese príncipe que yo esperaba. Más bien resultaron ser ranas. El primero que me regaló rosas blancas fue Xavi, en un cumpleaños. Un bonito ramo que entregaron los señores de Interflora. Por un momento, estuve asustada de que la señal indicara que ese hombre, bastante entrado en años (y en carne) con mono azul, plantado ante la puerta de mi casa, con un ramo de rosas blancas, fuera el elegido. Pero cuando leí la targeta, sonreí, bastante aliviada y le cerré la puerta en las narices (no fuera que me pidiera propina, pues era joven e indigente). La targeta, que aún guardo (hay cosas en las que nunca cambiaré), reflejaba la consecución de ese sueño y la promesa de otros. Pero esos otros nunca llegaron. Las rosas se marchitaron. La vida continuó y con ella mis esperanzas de que, algún día alguien volviera a sorprenderme con rosas blancas.

El siguiente que consiguió acertar con el color, fue Jordi, el de París. Lo nuestro fue un amor a primera vista. De todos modos al chico le costó decidirse y yo no ayudé mucho, pues tenía dudas. Y a otro en la cabeza y en el corazón. Hay que ser sinceros a estas alturas. Esas dudas cogieron las maletas y se fueron para siempre jamás, un día en que me dijo que si aceptaba una cena con él, me traería un ramo de flores, como un caballero. Qué flores traerías? le pregunté expectante. Y se me quedó mirando a los ojos, y creo que de algún modo extraño, me leyó los sueños pues contestó sin asomo de duda: para ti, rosas blancas. No puede ser ninguna otra flor. Así que acepté, y él cumplió la promesa. Y estuve convencida mucho tiempo que las rosas no se habían equivocado. Pero.... lo habían hecho. La oveja se quitó el disfraz y apareció el lobo debajo. Un viaje y un mensaje de móvil después, Jordi desapareció y se llevó mis esperanzas y mis rosas consigo. El Minotauro estuvo cerca de conseguirlo. El príncipe se convirtió en sapo.

Y ya no me han vuelto a regalar rosas blancas. Por sorpresa, quiero decir. Los amigos a veces me sorprenden con una para hacerme sonreir. Pero las rosas blancas ya no marcan el camino. Ya no son una señal. Una crece, y la vida te hace madurar. Te pinchas con las espinas de esas rosas que prometen tanto amor, y te das cuenta, de que ya no te gustan. Hasta les tienes miedo.

Guardo un pétalo de cada ramo. En mi diario. En mi corazón. Las rosas blancas siguen siendo mis favoritas. Pero ya no son rosas de amor.

martes, 22 de julio de 2008

TENGO 30 AÑOS




Bueno, en verdad, ya tengo 31, pero quería hablar de cuando cumplí los 30. Fui de las pioneras en esto de cambiar de decenio entre mis amigos. Son las desventajas de haber nacido en enero.




Realmente, para una persona que se jactaba de quedarse inmune ante el paso de los años, la catástrofe que fue el dejar de ser una veinteñera, fue todo un espectáculo. La verdad es que, últimamente, los años que han ido pasando, se han vuelto inclementes con mi persona. Hay gente que cree que cuando pasan cosas malas, sucesos duros, enfermedades varias o pérdidas irremplazables, es porque hay que aprender una lección. Yo ya he dicho que paso. No quiero aprender nada. Prefiero vivir un poco más feliz, nadando en la ignorancia. Si he de aprender a ser fuerte es porque vendrán situaciones en las que lo requiera. Eso me mosquea bastante. ¿Significa esto, que estas visicitudes por las que estoy pasando, tan sólo suponen el preámbulo de algo peor?


En fin, a lo que iba. Un par de semanas antes de cumplir los 30 cometí una estupidez. Me miré en el espejo y recordé. Fue en ese momento justo cuando entré en crisis profunda. Porque a mi, el futuro es algo que no me preocupa especialmente. Lo que haya de venir, vendrá. No se puede evitar. Eso lo he aprendido tras intentar pactar con Dios y con el diablo, Buda, Mahoma y todo una ristra de santos varios, una mejora en mi calidad de vida presente y futura. Por favor, que se enamore de mi. Por favor, que pueda desenamorarme de él. Por favor, que me toque la lotería. Por favor, que me entre ese pantalón aunque sea de una talla menos. Por favor, que se quede impotente. Por favor, que se cure milagrosamente. Nada. Nunca me han funcionado las peticiones. El futuro se ha plantado ante mi inexorable. Arrasando, asolando, y de vez en cuando dándome un respiro para recuperame para el siguiente combate. Treguas finitas. Tiempo de lamerme las heridas. Por eso no me preocupa. Ya he asumido que lo peor puede tornarse aún más malo. Y que a veces las cosas cambian. Es cuestión de paciencia. A nadie le pueden ir mal las cosas tanto tiempo. No es factible.


Pero el pasado... eso es otra cosa. Eso sí me afecta. Es una tontería, lo sé. Porque tendría que ser precisamente al revés. Pero la melancolía es una acérrima enemiga. Miro hacia atrás y veo todo lo que no he conseguido. Los sueños que al romperse, clavaron sus astillas en mi alma. Las ilusiones que me hicieron avanzar y luego se desvanecieron. Los logros que parecieron importantes y que ya van perdiendo su brillo. Recuerdos de plata vieja. Personas que ya no están. Personas que siguen estando, pero que en el fondo, tan sólo son espejismos que se sostienen por el peso de los años. En el pasado me pierdo. La nostalgia me da pena. Yo me doy pena cuando estoy así.


Me miré en el espejo y recordé. Sí, craso error. Porque me vi con 30 años como soy. Y no me desagradó. Tengo un trabajo que me gusta. Estudio lo que quiero. Vivo por mi cuenta desde... mucho. Tengo amigos. Tengo un perro. Y mi familia va sorteando como puede las adversidades. Miro mi vida y pese a que el ámbito del amor sea un completo desastre, creo que puedo decir que estoy satisfecha con lo que he conseguido. No me han dado nada. Todo lo que tengo lo he peleado. Lo he sudado. Lo he ganado porque me lo merezco. Pero al recordar lo que yo soñaba que tendría con esa edad... Ya tendría que estar casada. De hecho iba a conocer a mi marido en la universidad, exactamente un año antes de acabar la carrera. Iba a trabajar en un gran hospital, viajar a la India o Perú para vacunar a los niños de las tribus. Con 30, ya tendría que tener a mi segunda hija en brazos. Tendría que estar pagando religiosamente la hipoteca de mi bonito ático. Y sacar a pasear a mis perros. Muchos.

Pero no tengo nada de lo que estaba segura iba a tener. Comparto piso. De alquiler. Y es un segundo. Sigo sola. Mi flamante marido debe vivir en el continente austral y po eso no lo encuentro. Y los hijos... yo sola no puedo pagarlo todo. O comen ellos o como yo. Aunque siempre podríamos comernos al perro, claro. Y no hablemos de afrontar una hipoteca sola... entonces tendría que comerme a los hijos.

La dura realidad versus mis ilustres fantasías. KO total. Si por mi fuera me hubiera encerrado en casa hasta cumplir los 70 y llegar a esa edad sin que me importara un pito lo que pensaran los demás. La culpa es de la sociedad, que nos inculca estas aspiraciones familiares y materiales. No digais que no os han dicho unas mil veces que como puede ser que una chica tan fantástica como tú (o chico) aún no tenga pareja. Que los hombres de hoy día deben ser tontos. Está claro que efectivamente, esa es la respuesta correcta. Son tontos de remate. Y la vida es demasiado cara para satisfacer ese aspecto material que se nos exige. De todos modos, yo he llegado a la conclusión de que prefiero gastarme el dinero que ahorro en estupendos viajes, que en sacrificar mi vida y mi ocio embarcándome el la titánica tarea de pagar un piso. De propiedad. No me enterraran cuando muera en mi piso, pero los recuerdos de esos viajes sí que me los llevaré conmigo a la tumba.
Desde entonces, el paso de este año y parte del siguiente, han mitigado en parte esa sensación de desolación e impotencia. Ahora observo divertida como otros pasan por estas fases, más o menos con mayor o menor estoicismo. Según lo que hayan conseguido arañar de esos sueños de la infancia o de la juventud.